Un amor prohibido

· 19. Cena con el enemigo ·

—Disculpe que llegáramos tarde. No sabía que vestido elegir y al final termine retrasándolos a los dos —Nessa se disculpa mientras toma la mano de Alexandra, respondiendo su saludo.

Tanto Alexandra como yo nos sorprendemos. Sabía que mi padre la había hecho prometer que cambiaría un poco su actitud hacia los Kozlov, pero no creí que fuera a suceder, la verdad.

—No...se preocupe —ella la mira, ceñuda, pero pronto reemplaza esa expresión de confusión por una de alegría—. Pasen, los estábamos esperando.

Alexandra nos guía por el lobby de tu casa, y aunque ya conocemos el camino hasta su jardín, ella se toma la molestia de dirigirnos hasta allá, aunque tenga que volver a la cocina, pues ella siempre prepara su postre favorito para estas ocasiones y estoy segura de que aún no lo ha servido. Estamos a punto de adentrarnos al pasillo que nos llevará al jardín, cuando una voz proveniente de la cocina nos detiene.

—¡Mamá, te están buscando! —segundos después de haber gritado, Demián asoma su cabeza por la puerta, y al vernos, saluda tímidamente.

Por favor, ¿desde cuándo es tímido?

—Demián —lo saluda mi padre.

—Hola, señor Callahan. Señora Callahan.

Y yo estoy pintada, ¿no?

Ruedo los ojos y aparto la vista de él, llevándola hacia el costado, donde en una mesa de madera algo pequeña, se encuentra una escultura bastante parecida a la que tiene Nessa en nuestra casa.

—¿A qué se te parece esa estatuilla? —le pregunto a mi padre, murmurando, pero a falta de conversación, todos pueden oírnos.

El ríe por la coincidencia.

—Es una pieza muy bella —Nessa murmura, intentando crear una conversación agradable con Alexandra. Mi padre sonríe orgulloso. Se ve que trabajó arduamente por ese comportamiento amistoso.

—Gracias. Es una Gvietti original. ¿Qué número de pieza es, Demi?

—El Dario Gvietti número tres.

—Vaya, así que sabes de arte —murmura Nessa, por primera vez pareciendo interesada en Demián desde que nos conocemos.

—Si, es un gusto que tengo desde chico —puedo haberse callado y listo, quedaba como bueno, pero el Engendro continuó hablando—. De hecho, esta pieza tiene la particularidad de que hace pareja con el Pablo Gvietti número nueve, el que tiene en el segundo piso de su casa, señora Callahan.

Nessa aparta suavemente los ojos de la estatuilla y sonríe. Su sonrisa es amplia, pero no muestra sus dientes.

—¿Has estado en mi casa, Demián?

Mis ojos se agrandan cuando me voy cuenta de la estupidez que acaba de cometer Demián.

—N-no —él balbucea, pero claro que es mentira.

—¿Y cómo sabes que tengo una en casa? —pregunta. Demián no responde—. ¿Acaso Enya y tú hablan en la universidad?

Le hago señas al pelinegro por detrás de las espaldas de todos para que diga que no, pero él asiente con lentitud.

Tonto, tonto, tonto.

Le he llegado a jurar a Nessa que jamás hablamos y que no tomamos clases juntas. Es más que obvio que uno de los dos miente.

—¿Y si mejor vamos al jardín? —Alexandra interrumpe el incómodo silencio en el que nos hemos sumido?

—Si, quiero comer algo —soy la única en responder. Intento desaparecer de camino al jardín, pero Nessa me detiene sosteniéndome por la blusa.

—Come todo lo que quieras, cariño. De todos modos, cuando salgamos de aquí irás directamente a la cama.

· · ·

Demián jodió mis planes por culpa de su gran bocota. Ahora no iré a la fiesta de Xavier y tendré que soportar un interrogatorio de Nessa cuando vuelva.

Me levanto de la silla y entro a la casa de los Kozlov. El jardín está lleno de personas, todas hablando —extrañamente Nessa entra en ese paquete—, pero yo me siento miserable. Ya le mensajeé a Xavier y cancelé ir a su fiesta con una excusa bastante penosa, la verdad, pero milagrosamente funcionó. Intenté hablar con Dalia, pero me pidió que habláramos más tarde, cuando termine su cita con Verne.

Suspiro y sigo caminando por el pasillo, cuando un ruido en la segunda planta llama mi atención, seguido de la voz de Demián llamando a Pastor.

Esa rata sucia está ahí arriba. Me imagino que estará feliz luego de haberme arruinado mi salida.

Como obra del destino, me doy cuenta de que toda la sala está vacía, así que puedo ir... No, estar a solas con Demián no sería bueno para mi reputación familiar ahora mismo. Pero, por otro lado, quiero saber por qué arruinó mi felicidad. ¿Acaso es porque se alegra de verme sufrir? Claro que es por eso, ¿por qué otra razón sería?

Aprovechando mi soledad, corro escaleras arriba, y antes de arrepentirme entro en su habitación y cierro la puerta a mis espaldas. Al hacerlo, Pastor me escucha y corre a saludarme, pero Demián ni me mira.

—Tú... —lo señalo, pero sigue sin voltear a verme.

¡Está pasando de mí, el muy idiota!

—Demián —susurro fuerte, pero lejos de prestarme atención, él entra en su baño y cierra la puerta a sus espaldas.

Oh, ya verá ese pelinegro de quinta.

—Demián... —vuelvo a hablar por lo bajo—. Engendro. Sal.

Nadie responde.

—¿Es necesario una estrella en el suelo, siete velas y una biblia satánica para invocarte? —pregunto y es cuando escucho su risa en el baño.

Claro, ¿por qué no se me ocurrió antes?

—Demián, necesito hablar contigo —digo, ahora seria.

Demián sale del baño con un cepillo en la boca y el ceño fruncido.

—¿Qué haces aquí, Enya? Deberías estar deprimida por no poder ir a ver a tu novio —murmura él con sorna.

Ignoro lo que dijo anteriormente.
—Vengo a hablar.

—Seguro vienes a reclamarme por algo ilógico, así que no me interesa.

—Y a mí no me interesa que no te interese —refuto—. Ahora me vas a oír. Sé que lo hiciste de maldad hace rato. Quieres hacer que Nessa me ahorque, o algo más diabólico.



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En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 11.05.2024

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