Un amor prohibido

25. Incógnita

Algo suena en la lejanía. Me quedo mirando hacia allí con el ceño fruncido y sin cruzar la puerta. Mi momento de "detective" es interrumpido cuando la sensación de ser observada me abruma. Miro alrededor, buscando el porqué de esa sensación, pero no logro dar con nada. Solo alcanzo a ver monstruos entre las sombras, como cuando era niña. Me adentro en el jardín vecino, buscando un lugar por el cual entrar a la casa y esconderme del mundo exterior. Básicamente huir.

Creo que tocando la puerta principal parecerías menos psicópata.

Ignoro mis pensamientos y me pongo debajo del balcón de Demián, buscando con la mirada algo que tirarle para llamar su atención. Este patio está limpio y bien cuidado, siendo así libre de objetos que pueda usar para llamar al pelinegro.

Lo único que logro ver a lo lejos son los platos de comida de Pastor, así que, sin más opciones, los tomo ambos, les quito el agua que han acumulado y me vuelvo a poner debajo del balcón del pelinegro.

El balcón está cerrado, así que tiro el primer plato para que salga. Lo hago, y apenas logra rozar el vidrio. Suponiendo que eso no llamó su atención y que estoy desesperada por entrar y ponerme a salvo, tiro el plato que me quedaba en la mano.

No me di cuenta cuando Demián abrió la puerta del balcón, así que cuando tiré el plato le dio a él en la cara.

Aprieto los labios para evitar reírme. Demián termina de salir al balcón, mojándose con la lluvia.

—Tiene que ser una broma... —gruñe.

—No me arrepiento de nada —digo lo suficientemente alto como para que me oiga.

—¿Enya? —Demián se pone de cuclillas y me encuentra con facilidad entre las sombras—. No te muevas, voy por ti.

Me refugio frente la puerta trasera de la casa del pelinegro, esperándolo. No tarda en aparecer.

—Enya, ¿Qué haces aquí a medianoche? Y lloviendo encima. Vas a resfriarte —es lo primero que dice al abrir la puerta.

—Vine a verte —murmuro.

—¿A verme a mí? Vaya que el golpe del auto te afectó —murmura, divertido.

Me cruzo de brazos al mismo tiempo que me estremezco por el frío.

—Olvídalo —bajo la mirada—. Nos vemos por ahí.

Me intento alejar saltando en un solo pie, cuando la mano de Demián me detiene.

—Antes de irte al menos bébete algo caliente y cámbiate de ropa.

Me zafo de su agarre e intento volver a irme, pero algo me detiene. Otra vez es esa sensación de que me observan con fijeza. El Engendro nota mi miedo y me arrastra adentro. Esta vez no me opongo. Una vez que la puerta está asegurada, el pelinegro se pone frente a mí. Por la luz que entra del jardín por la puerta puedo ver su cara a la perfección.

—¿Está todo bien? —asiento inmediatamente. Él no parece creerme.

—Estoy bien.

—Sigo sin creerte.

Estoy cansada, con insomnio y frío, y Demián viene a interrogarme como si fuera un sospechoso de un crimen.

—Aunque las cosas estuvieran mal, no te importaría.

—Claro que sí. Eres mi vecina.

—¿Y eso que tiene que ver?

—Que afeas el entorno donde vivo con tu mala cara.

Me abrazo a mí misma con más fuerza y retrocedo.

—Debo de irme.

No sé por qué vine, pero me arrepiento. Nunca debí hacerlo.

Esta no es la manera que me enseñaron para luchar contra las pesadillas. Buscar ayuda en alguien más me hará dependiente a esa persona, y según Nessa, eso es malo.

Demián no me detiene, y es algo que me decepciona. Creí que me detendría. Estoy a punto de irme, cuando las luces de la alarma me recuerdan que no podré salir sin hacer un escándalo.

—Abre la puerta —le ordeno al chico. Él niega mientras se acerca a mí.

—Tu viniste por algo, ¿Por qué fue?

—Porque no puedo irme a dormir sin insultar a nadi... ¡Eh, bájame! —grito en cuanto el Engendro me carga—. Voy a... ¡Arg! ¡Demián!

Kak khorosho moye imya zvuchit v tvoikh ustakh.

—¿Que? ¡Yo no sé ruso, Demián!

Me baja una vez que nos encontramos frente a la puerta de su habitación y me sonríe, divertido por todo el asunto.

—Lo sé. ¿Por qué crees que hablo siempre en ruso? Ahora vamos.

Me empuja con cuidado adentro de su habitación y cierra la puerta a sus espaldas.

—¿Y? —pregunto—. ¿Ahora qué?

—Lo que quieras que te haga —le regalo una mirada fúnebre, causando su risa. Cuando se le acaba el chiste continúa hablando normal—. No lo sé, Enya. Fuiste tu quien viniste.

—Nunca sabes nada —me quejo, caminando por ahí, lejos de él.

Oigo la risa de Demián detrás de mí, pero esta es amortiguada por algo. Cuando me volteo hacia atrás no lo veo. Solo hay una puerta al lado de la de salida abierta. Me acerco a ella con cautela y le doy una mirada rápida a todo el lugar. Es solo un armario. Entro y es cuando veo a Demián arrodillado frente a unas gavetas.

—¿Qué haces? —pregunto. Él se pone de pie y se acerca a mí con algo de ropa en la mano—. ¿Qué es esto?

—Ropa —dice obvio—. Para que te cambies y no mueras de un resfriado del que estoy cien por ciento seguro, tus padres me culparían de contagiarte.

—No estás resfriado.

—Lo sé. Ahora ve a cambiarte.

Entro al baño y me desvisto con rapidez. Coloco la ropa de Demián en mí, disfrutando de lo cómoda y cálida que es. Me dejo el cabello suelto para que se seque —porque en ningún momento se me ocurrió usar un paraguas— y pongo mi ropa en el cesto para lavar.

Una vez hice todo esto, salgo del baño, llevándome la sorpresa de que la habitación está vacía.

—¿Demián? Dem... ¡Ah! —suelto un pequeño grito al asustarme con Pastor, quien ahora está debajo de la cama, solo con la cabeza afuera—. Me asustaste.

Me acerco para saludarlo, y cuando termino vuelve a esconderse. Me siento en la cama y espero pacientemente a que aparezca Demián.

Ahora que estoy dentro de la casa, ya no siento que me observan, razón por la cual me siento mucho más tranquila.



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En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 11.05.2024

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