Xiomara tomó asiento en el escritorio, descansó sus brazos sobre la mesa de madera oscura y observó al almirante Stuart con aire inescrutable.
—Así que…usted y mi propia fuerza armada vinieron aquí a decirme que había sido un satélite de su país el que había caído, cuando en realidad ha sido un…OVNI— expuso calmada. Sus amigas sabían muy bien que esa serenidad era una farsa.
Xiomara detestaba que la subestimaran. Siendo la gobernante constitucional más joven de su país— y mujer— pocas eran las personas en su entorno que la tomaban con seriedad.
Para muchos, no era más que una jovencita populista que había llegado al palacio estatal por su carisma y por su labia. Pobre fuera el que tomara el rumbo de aquella idea, se llevaría una gran sorpresa con la morena.
En la oficina estaban el Almirante Stuart, Aurora, Marianela y el sargento mayor Cardona. Este último, veía de reojo y con gesto desaprobatorio a su ex esposa. Lo primero que le había dicho y lo primero que había hecho.
—Con todo respeto, señora presidenta, estos asuntos son meramente militares. Comprenderá que hay cosas que no se le pueden ser reveladas a…empleados temporales—expuso el almirante.
Aurora negó divertida—. Oh, no debiste decir eso.
El almirante no entendió a lo que se refería hasta que vio a Xiomara levantarse del asiento y posar sus dedos en la mesa. Su rostro seguía igual de pasivo pero sus ojos centelleaban de cólera.
—Empleada temporal… una empleada temporal que ha tomado las riendas de un país en plena crisis económica y debe tomar decisiones trascendentales. Tal vez sea una “empleada temporal” pero le aseguro que una orden mía puede exiliarlo de esta nación y cortar relaciones diplomáticas con su país. Eso me afectaría, no hay duda de ello. Pero más a ustedes que a mí— espetó.
El país del que procedía el almirante era una de las potencias mundiales, una potencia a costa de países estancados económicamente, como el de ella. Podría cerrarle las puertas pero si lo hacían perderían a la gallina de los huevos de oro, con todo y sus recursos naturales.
—No creo que debamos llevar esto a mayores, señora presidenta. Entienda que sólo hacemos nuestro trabajo, así como usted hace el suyo. Le pido disculpas. Pero así son las cosas.
Aurora y Marianela pensaban que mientras más hablaba el almirante, más se hundía.
—Ni siquiera estoy molesta con usted, sino con usted— señaló al sargento mayor–. Ocultarle una información tan importante a su comandante en jefe. ¿Estoy pintada en la pared? ¿Por qué se me ha negado acceder a esta información y se les ha dado a un extranjero sin problema alguno?.
—Señora presidenta, creímos que el suceso no tenía importancia alguna y por eso decidimos omitirlo. Usted tiene demasiados asuntos que resolver, queríamos hacernos cargos y no levantar alarmas innecesarias.
—¿Con militares extranjeros?— cuestionó incrédula y sacudió sus manos para que no respondiera—. Dejemos este asunto hasta aquí, honestamente, no tengo tiempo para centrarme en un asunto como este, en eso no les voy a quitar la razón. Sin embargo, quiero que me mantengan al tanto de la investigación. Y no será su investigación, almirante Stuart. No sé qué tiene que ver su país en todo esto pero esa cosa ha caído en mi territorio y por tanto, yo escogeré el equipo para llevar a cabo el estudio de campo que será encabezado por la Ufóloga Sánchez y la sargento Colombo— ambas mujeres se irguieron al ser nombradas. Los dos hombres las miraron estupefacto y luego a ellas.
—Presidenta, nuestra nación tiene personas capacitadas para este tipo de investigaciones— interfirió el almirante, cansado de tener que lidiar con esas tres mujeres. Una era más insufrible que la otra.
Pero no podía hacer nada. En algo tenía razón la mujer y era que el objeto volador no había caído en su nación. De ser así, las cosas hubiesen sido más sencillas.
Xiomara lo miró cansina. Rodeó el escritorio y miró su reloj de muñeca. Ya iba con veinte minutos de retraso a la reunión de congresistas frente a los medios. No había mencionado aún el tema de lo que muchas personas habían presenciado en los cielos y no lo haría, por ahora. La atención debía centrarse en la situación actual de su país y no en un acontecimiento extraordinario en los cielos. Confiaba plenamente en que sus amigas se encargarían del asunto.
—No me interesa saber de sus científicos. Tengo a los míos y ya los he nombrado— miró a las mujeres—. Espero el informe a más tardar el viernes, chicas— observó al almirante que trataba de ocultar su enojo bajo una falsa serenidad en el rostro que no se tragó Xiomara—. También espero hablar con su jefe de estado, de seguro se pondrá contento cuando sepa lo que sus fuerzas armadas hacen a sus espaldas. Porque estoy segura que él tampoco sabe de esto— dijo seria—. Buenas noches.
Al quedar a solas, de inmediato la vista del almirante y el sargento mayor se posaron sobre Aurora, esta no se inmutó y caminó hasta la salida. Stuart se interpuso en su camino y la miró hostil, el sargento Mayor, a pesar de no estar de acuerdo con lo que su ex esposa había hecho, no le gustó la forma en la que el almirante la abordó. Se tragó sus palabras y observó la escena atento.
—Ahora entiendo tanta seguridad de su parte. Déjeme decirle, sargento Colombo. Que por más que su amiga sea la presidenta de esta nación, no tiene ni el poder ni la influencia que yo tengo— alzó su mano y enseñó su dedo meñique—, en este solo dedo— sonrió con sorna.
—Viendo que me lo dice a mí y no a ella, pongo eso en duda. En cualquier caso. Tenga el poder que tenga, ahora nosotros nos haremos cargo de todo— alzó el mentón con altanería.
Stuart sonrió de forma escalofriante. Aurora le resultaba guapa, claro que sí, le encantaban las mujeres fuertes porque el placer era más intenso cuando lograba doblegarlas. Más él no estaba ahí para pensar en mujeres. Aunque esa en particular se las había ingeniado para fastidiarle la existencia, imponiéndose en sus pensamientos.
El sargento mayor se interpuso entre ambos, observando a Aurora en advertencia pero esta sólo lo ignoró y pasó de ambos, tomando la mano de Marianela, que había visto todo el enfrentamiento desde una esquina, acojonada.
Ella no era tan intrépida como sus amigas. Lo único valiente y osado que había hecho en su vida era estudiar astronomía y no se arrepentía. Sin embargo, las temerarias decisiones y los actos valientes, se los dejaba a Xiomara y a Aurora.
Hasta que el almirante tomó la muñeca de Aurora y la atrajo hacia él a la fuerza.
—¡¿Pero qué cree que hace?!— ambos, Cardona y Marianela se pusieron a la defensiva al ver el acto de ciego cólera por parte del Almirante.
Nadie lo dejaba con la palabra en la boca, menos una milita tercermundista de bajo rango. Le importaba poco que fuese amiga de la presidenta, no iba a permitir semejante falta de respeto.
—¡Almirante!— le amonestó el general, enojado aunque impotente de no poder hacer nada sabiendo el poder que ese hombre tenía, uno que los sobrepasaba a ellos.
Stuart hizo oídos sordos a la queja del militar y tomó el brazo de Aurora con fuerza, quien intentó zafarse enojada.
—¿Crees que puedes salirte con la tuya, Colombo?. Tú y tu presidenta pueden besarme los pies en el momento en que yo así lo desee. No saben con quién se están metiendo.
Marianela entró en pánico. La mirada furibunda del hombre le hacía ver que hablaba en serio. ¿Quién era? ¿Por qué estaba tan empeñado en investigar la caída de ese objeto? ¿Qué estaba pasando?.
El sargento mayor no hacía nada y su amiga apretó sus dientes, también entendiendo que aquellas palabras no caían en saco roto. El aire comenzó a faltarle. La impotencia de no poder hacer nada ante un hombre más poderoso que ella, recorrió todo su torrente sanguíneo.
Sintió una punzada en su antebrazo y aulló debido al dolor intenso. Las tres personas en la habitación dirigieron su atención a ella pero antes de ver lo que ocurría, las luces comenzaron a parpadear. La electricidad sufrió un bajón.
–¡Ah!— Marianela tomó su antebrazo sin soportar la intensa agonía. Eran como mil agujas puyándola por segundo.
Las luces aún seguían encendiéndose y apagándose. El foco de la lámpara de la mesa y uno del techo, explotaron.
Su corazón comenzó a latir a gran velocidad, más de lo que cualquier humano podría soportar. De pronto sintió que algo la poseía, una oleada de enojo y prepotencia que la obligó moverse hasta el almirante y tomarlo de las solapas con una fuerza y una seguridad que dejó pasmada a Aura y a Cardona.
El almirante no pudo reaccionar ante el inesperado acto de la mujer pelinegra, quien con el rostro deformado de la ira lo pegó contra la pared y lo miró amenazante. Si las luces no hubiesen parpadeado, Stuart hubiese podido ver con más claridad como los ojos de Marianela literalmente echaban chispas azules cerca de su iris color pardo.
—Atrévase a tocar a los míos y yo me encargaré de destruir a los suyos…
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Editado: 24.08.2020