Jamás se había sentido tan querida, cuidada y protegida pero recordaba que estaba en un programa de televisión y pensaba que todo aquello, se debía al trabajo que el médico hacía ante las cámaras, sin embargo, era hermoso sentirse así.
Luego de que ella terminara de comer, el rodaje comenzó, primero, grababan todo sin pausa alguna, sin cortes, grababan todo, y ya luego, editaban, cortaban y acomodan el programa al antojo de la producción y demás. Al demonio no le gustaba que lo interrumpieran con cortes y repetidas escenas, porque decía que era médico, no actor. Le hizo todas las preguntas y revisó a la humana como si las cámaras no existieran, y al final de todo, le mando todos los estudios que debía hacerse en el mismo hospital.
—Bueno, pueden irse, yo me quedaré con la paciente —informó el médico al equipo de grabación.
Todos desocuparon el lugar, quedando solo el ángel caído con la humana mirada apagada. Él la miró suspirando, quería protegerla y lo haría a la costa que fuera; no sabía si lo que sentía era su instinto de ángel guardián que un día fue de ella o porque a como Dios había dicho, tenía sentimientos humanos hacía ella, fuera como fuera, él le haría caso a sus sentimientos que increíblemente, aún tenía.
—¿Qué debe decir? —pregunto, Alma, sintiéndose algo incómoda porque tenía la sensación de que el médico no dejaba de verla.
—Mira, debes mudarte, es que, con el programa, viene un piso…
—No me voy a mudar, para luego volver a mi… mini apartamento —interrumpió, suspirando lo último.
—Bueno, es necesario, porque posiblemente te haga una cirugía que posteriormente necesite un cuidado óptimo, es por tu salud, porque entonces, de qué serviría tanto esfuerzo si terminas muriendo de una infección.
—Bien, bien —acepto —. El director no me dijo nada sobre esto.
—Ah, es que de esto, me encargo yo, dependiendo lo delicado que sea el caso —respondió con mentiras.
Mentía, pero lo hacía porque no se sentiría bien, hasta saber que ella estaba siendo bien cuidada, ni siquiera sentí deseos lujuriosos, solo quería protegerla y nada más.
—Sabrina —llamó por teléfono—. Ven, por favor.
Pronto la joven y hermosa secretaria estaba ahí, sonriendo como siempre.
—Necesito a una enfermera para que acompañe a la señorita, dia y noche; también a una señora que se encargue de la casa y llama a la agencia de mudanza, ella se mudara para el piso donde se mudan los que obtienen ese beneficio del programa —mintió, la secretaría sabía que eso último era mentira pero comprendió.
—Bien, yo me encargo de todo —sonrió, Sabrina. Por algo, ella era la única que había durado tantos meses trabajando con él complicado cirujano, según el demonio, era la empleada perfecta.
—Me siento, no se —dijo, Alma —es que, es demasiado bueno y al mismo tiempo, da miedo de que todo salga mal y quede peor.
—No entiendo, antes eras tan positiva, le mirabas siempre el lado bueno a las cosas… —se quedó callado, no debía hablar de ella, porque cómo explicar que la conocía perfectamente porque fue un ángel guardián, hacía tan solo, unos pocos años atrás.
—Usted, ¿me conoce o me confunde?
—Ninguna de las dos, solo hable así, porque me gusta usar la psicología, de recordar a mis pacientes lo bonito que miraban la vida, antes de estar enfermos, estoy seguro de que usted era una señorita con mucha seguridad y positivismo.
—Si, de hecho.
—Bueno, vamos, Alma, yo me encargo de todo —interrumpió, Sabrina —. Te aseguro que recuperarás no solo tu vista, sino que tu vida será mucho mejor.
Mientras las mujeres salían de su consultorio, él suspiraba; al quedar solo, sintió ganas de golpearse la cabeza contra la pared por lo estúpido que había sido.
—Que estúpido, fui —se regaño por lo bajo.
Alma sentía deseos de salir directo a hablar con su amiga y decirle todo lo que había pasado. Estaba emocionada y no pensaba esperar a que Valeria tuviera unas horas libres, para que fuera a verla, en esa ocasión, estaba tan emocionada, que se aventuró a ir.
—¿Para dónde vas al salir de aquí? —preguntó Sabrina.
—Voy al hotel donde trabaja mi amiga —respondió con una mirada neutra pero acompañada de una pequeña sonrisa—. Es lo unció que tengo y quiero contarle todo.
—Bien, ahora le llamo al chófer de Daniel, para que te lleve.
—No, no, no, no quiero causar más molestias.
—No, tranquila, no pasa nada.
Sabrina llamó al joven que conducía y ya cuando esta, estaba afuera del edificio, la secretaria llevó de la mano a Alma, por aquellos largos pasillos. Mientras caminaban, Alma iba imaginando el lugar, lo imaginaba muy diferente a como en verdad era. Era lujoso, habían sillones en lugar de sillas; había para hacer café, servise agua fría o temperatura ambiente; era lujoso y hermoso pero ella se lo imaginaba como los hospitales que ella solía frecuentar antes de que perdiera la vista y que también siguió yendo, luego de se sus dos luces se apagaran.
—Alma, sé que esto es nuevo para ti, pero danos un voto de confianza, verá que todo saldrá demasiado bien —dijo, Sabrina.