Habían pasado las horas, el demonio seguía en la terraza escuchando la conversación de los jóvenes y también, los coqueteos del joven, con Alma, a ésta le agradaba el joven y se imaginaba su rostro. Jamás se había enamorado y no lo estaba haciendo pero se prometía darse la oportunidad de amar si lograba vencer su ceguera y el posible cáncer en la cabeza.
—Bueno, vamos, esta cosa dice que lloverá fuerte —informó Valeria mostrando su estado del clima en la pantalla principal de su teléfono, como siempre, olvidado que Alma ya no miraba —. Bueno, mi teléfono dice que lloverá.
Valeria amaba a su amiga y se odiaba cuando olvidaba que Alma estaba ciega; cuando decía cosas como: "mira" palabra que la utilizaba mucho o cuando señalaba algo. Se maldecía porque sentía que hacía sentir mal a su amiga. Alam se despidió de la niña ciega con unos besos en las mejillas, Valeria le dio un abrazo y ambos se despidieron del demonio. A los jóvenes se les hacia raro que el médico, el mejor cirujano de españa, cuidará como un enfermero, a una paciente y más aún, cuando ésta, llegaba por un programa de televisión, por eso, en el transcurso del tiempo que estuvieron con Alma, le dijeron que no se dejará acosar o chantajear y que los llamara a la hora que fuera. Siempre se miraba de que hombres poderosos se aprovecharán de la situación de jóvenes como Alma para tener sexo. Valeria y Alam temían de que éste, la chantajeaba con lo de su salud, pero le dejaron claro a Alma, que si este intentaba abusar de ella, lo podían denunciar y como fuera, recibiría atención médica. Con todo y eso, Alma se quedó en compañía del demonio, quien había escuchado todo, era un ángel, había sido un ángel de la guarda, podía escuchar sin necesidad de estar cerca, por más que los humanos intentaron hablar en susurro, él escuchó perfectamente todo.
—Tú no te quedas aquí conmigo, ¿cierto? —dijo Alma, llegando a la terraza de una manera algo torpe por su falta de visión.
—Mira, Alma… mierda —vociferó al decir "mira" —. Alma, escucha —rectificó —, yo vivo solo, en un gran piso, similar a este, solo con mi gato, tú estás sola, ¿será que podemos acompañarnos? Mira, si llegas a sentirte abusada, acosada, tienes todo el derecho de denunciarlo, yo no quiero nada indebido contigo, solo quiero acompañarte.
Aquellas palabras sonaban tan sinceras porque lo eran, que Alma sonrió y se sentó al lado del médico.
—Sinceramente, tampoco quiero estar sola —confesó —, por alguna razón que desconozco, estar contigo me llena… no sé, me siento bien.
—Espero que podamos ser amigos y me des la oportunidad de ganarme tu confianza.
—Ya la tienes, ya tienes la oportunidad —sonrió, Alma —. Entonces, ¿no está casado?
—Nunca me he casado, no tengo hijos, ni siquiera he tenido novia —confesó el ángel —. Creo que se debe a que pido demasiado en un mundo tan cruel como este y con un dios tan malvado.
—Yo no creo en Dios —dijo, Alma —. No podría creer en algo que no está comprobado.
—Yo si creo; no, no creo; sé que existe, pero es malo: juzga y condena a sus hijos, no los deja amar, vivir, disfrutar, es cruel; le gusta que se le humillen, que lo adoren, que se arrodillan ante él, entre muchas cosas más.
—¡María y José! —exclamó la humana —. Eso mismo pienso, si Dios existe, debe ser muy malo como para juzgar a sus hijos, por amar y ser libres.
La conversación se prolongó, ambos daban sus puntos de visitas, religiosos y opiniones, pero a ambos les gustaba. El uno, estaba de acuerdo con el otro, se reían y aquella discusión, llegó a abarcar muchas horas en las que disfrutaron ambos, de cómo miraba la vida el otro. Luego, por la madrugada, comenzó a llover tan fuerte, que debieron abandonar la terraza y se acomodaron en el sofá que estaba en la sala, donde la humana se sintió algo atrevida por acurrucarse entre los brazos del ángel, pero este le aclaró que para él, era un placer brindarle calor y como si se conocieran de toda la vida, se abrazaban mientras disfrutaban de la conversación que dejó de ser religiosa, a una, donde la humana habla de toda su vida, sin mentiras, le contaba todo y él lo sabía, por que había estado con ella, desde antes de su nacimiento.
—No sé por qué siento que te conozco de todo la vida; siento una confianza; un lazo, no sé… —confesó, la humana.
—Quizá soy tu ángel de la guarda —bromeó diciendo la verdad a lo que Alma sonrió.
—Si, eso eres —aceptó la humana —. Eres mi ángel de la guarda que me devolverá la vista.
Se sentía tan en paz, tan plena como hacía mucho no, que se durmió entre los brazos de su ángel guardián. Éste, en brazos la llevó a su cuarto, donde con suma delicadeza la dejó en la cama, la arropó, le dio un beso en la frente y se marchó del cuarto. Cuando cerró la puerta sintió un dolor en el pecho porque quería estar con ella, así que busco unos cojines, unas sábanas y regreso a la habitación de la humana donde al lado de la cama, en el piso, se acomodo para estar cerca de ella. El desterrado hacía mucho, no se sentía tan bien, que se durmió profundamente. Por la mañana, Alma se despertó sintiéndose descansada, mientras sonreía al pensar que su médico, tuvo que cargarla hasta el cuarto. Con una urgencia por ir al baño, se levantó de la cama pero tropezó con el ángel que hasta esa hora, había dormido profundamente, ella gritó y él también, pero luego la miró y se la encontró encima de él, se miraba hermosa con su cabello revuelto y sus ojitos pequeños.