Estaban desayunando, cuando el teléfono de Alma sonó, sin levantarse de donde estaba, la humana respondió la llamada después de una disculpa cortes al ángel. Era Valeria quien le preguntaba cómo la había pasado y también, cómo se sentía, a lo que la ciega respondió sonriente que todo estaba bien, puesto que jamás se había sentido tan cuidada, protegida.
—Tu amiga, te quiero mucho —observó el ángel ya cuando la humana había dejado el teléfono de un lado.
—Si, solo que no puede visitarme a menudo como quisiéramos porque trabaja mucho —respondió —, nos amamos, es lo único que tengo.
El desterrado sabía todo sobre la humana, por eso preguntaba muy poco pero si quería que ella supiera que la entendía, le debía preguntar más, ya que no era lógico que supiera tanto de ella, si de la boca de la humana no había salido nada.
—Sabes, yo no tengo familia, soy solo yo y por lo que veo, tú sabes lo difícil que es, estar solo, no tener a nadie; ni siquiera tengo un amigo, no tengo nada —suspiro —. Bueno, mi gato es buena compañía.
—Sabrina te quiere —dijo la humana recordando que la secretaria del médico, le había hablado muy bien de él —. Pensaba que era tu amiga, porque de verdad, cuando me habló de ti, lo hizo con mucho cariño.
—Si, creo que he sido un mal agradecido; ahora que lo pienso la tengo a ella; creo que no he sabido valorar su amistad —aceptó sonriendo y pensando en que se debía acercar más a su secretaria.
Después del desayuno, hicieron en equipo, los quehaceres del hogar. Ella se dio un baño, mientras que él limpiaba la cocina, luego Alma comenzó a limpiar los muebles y se reía a grandes carcajadas cada que se golpeaba con algo. El demonio la observa y sonreía; seguro que a Sabrina le gustaría ver aquella sonrisa, puesto que la secretaria, llevaba meses deseando mirar la risa de su jefe quien parecía, carecer de expresión.
—Oye, oye —se le acercó el desterrado —. ¿Qué tal si vamos a comer helado?
—Está bien —acepto —. ¿Te gustaría elegir mi ropa?
—Si, si —el ángel emocionado, respondió.
Podía ver que toda la ropa era gris, negra y blanca, todo eso para evitar que se mal combinaran los colores al elegir a ciegas, su vestimenta. Cosa que al ángel le parecía inteligente, pero no le gustaba; la miraba y se la imaginaba envuelta en un vestido rojo, ceñido al cuerpo.
—Por alguna razón, siento que te has quedado mirándome —manifestó Alma con un ápice de duda porque no estaba segura de lo que decía; pero el ángel sonrió, porque era verdad; mientras la pensaba con aquel vestido rojo imaginario, no dejo de mirarla.
—Es verdad —aceptó —. Es que estoy pensando que un vestido rojo te quedaría lindo.
—¿Un vestido rojo para comer helado?
—Si, quizás no como lo imagine, pero el rojo te quedaría muy bien.
—Si, el rojo me queda bien —recordó cuando podía ver y se ponía aquella ropa de colores —, pero los colores los perdí, junto con la vista.
—Recuperaras todo eso —aseguró el ángel —. Ya elegí tu ropa.
El desterrado eligió un vaquero ajustado y una blusa de tirantes color negra, mientras que el vaquero, era color blanco.
—La ropa interior…
—No —lo interrumpió —. No voy a usarla —confesó sonrojada, color en las mejillas que al ángel le gusto mucho.
—Contigo cerca, no me siento como un demonio, sino, como un ángel sin alas —confesó, porque hacía mucho tiempo que se sentía como un demonio, pero era un ángel, aún así, se sentía sin alas porque también, llevaba tiempo, exactamente desde que fue desterrado que no usaba ni miraba sus alas y esto era, porque no había volado durante su estadía en la tierra.
—Bueno, para mí, eres un ángel.
—Bueno, te dejo para que te cambies, yo iré por un vaquero.
—¿Que andas puesto, si no es un vaquero? —quiso saber.
—No quieres saberlo —respondió el ángel mirándose en ropa interior.
Riendo salió de la habitación de la humana y ella se quedó pensando en lo que el médico le había dicho, en lo último que dijo. Sería que andaba en ropa interior, pensaba en lo atractivo que se escuchaba su voz; también recordaba lo que había dicho Valeria, cuando lo conoció: "parece actor de esas series de medicina." Se sonrojaba al pensar que posiblemente estaba siendo acompañada por alguien que quizás le gustaría.
Salieron tomados de las manos, según el ángel para que ella evitará tropezar y caer; por su parte, estaba encantada de ir de la mano con alguien que la hacía sentir segura. Se sentaron en una mesa al aire libre, cerca de una calle donde se podían ver a los transeúntes: un lugar fresco y tranquilo para hablar y comer helado. Ambos pidieron el mismo helado con frutas, mientras comían, hablaban y sonreían; disfrutaban de aquella hermosa tarde que sería inolvidable para ambos.