Habían pasado dos días desde la cirugía, el ángel se preparaba para conocer a los dioses, mientras que a Alma la estaban por dar de alta. Alan iba todos los días después del trabajo, a visitarla, mientras que Valeria llamaba dos veces al día, para hablarle.
—Hola —entró Alan sonriendo a la habitación de la joven que había recuperado su vista y con ella, las ganas de vivir—. ¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor, aun duele pero ya es menos y según los médicos, los puntos están sanando muy bien —respondió con gran sonrisa en el rostro y una mirada suspicaz para su amigo quien llevaba sus manos en la espalda —. ¿Qué escondes?
—Te he traído un regalo —se acercó algo apenado—. Mira, no es la gran cosa, ni un último modelo pero es bueno y lo compré con mucho amor.
Aquel joven, el día anterior había juntado todo el dinero que ahorraba en envases vacíos de Nutella. Era dinero que guardaba para salir o comprarse ropa y zapatos pero lo tomó para regalarle algo a la chica que lo estaba volviendo loco de amor.
—Oye, todo… cualquier cosa comprada con amor, es valiosa para mi y créeme, no era necesario el gasto para demostrarme que me quieres.
—Pues, me emocionó mucho hacerlo —confesó recordando lo eufórico que se sintió cuando compró lo que escondía entre sus manos—. Tama, lo necesitas, ya puedes ver y es hora de que te deshagas de ese móvil tan feo —se río mostró la caja de un teléfono móvil y lo entregó en las manos de la joven.
Ella lo miró, era un muy buen modelo, estaba bien, no era el móvil que caminaban las estrellas de cine, pero era uno que compraba cualquiera que no estuviera mal económicamente. Sonrió muy agradecida, sentía que no lo merecía y sintió ganas de negarse a aceptarlo pero miró el brillo que tenían los ojos del joven, estaba emocionado de regalarle aquello.
—Oye, yo… no se como agradecerte, es hermoso y… no sé qué más decir; prometo cuidarlo; ven, dame un abrazo.
El desterrado entró en el momento justo del abrazo que ambos se tenían. Supo que debía actuar rápido, enamorarla antes de que ella sintiera más amor por el humano que por él.
—Hola —interrumpió el ángel—. Hoy te vas, es una buena noticia.
Alan se hizo a un lado de la camilla sin soltar la mano de Alma mientras que el ángel daba su última visita del día para luego marcharse, ya que la ángel de luz lo estaba esperando para llevarlo con Selene y debido al trabajo de él, no podría llevarlo ante el consejo hasta el día siguiente.
—Vas directo a tu piso, ahí te vas a quedar todo el tiempo que sea necesario, un año, dos, tres, no se —remarcó el desterrado.
—No entiendo, pensé que el programa cubría hasta mi recuperación —señaló la humana sentándose lentamente.
—Mira, el apartamento es mío —suspiro—. El programa tiene otros para el próximo paciente —mintió, ya que el programa no daba pisos—. Yo preferí darte el mío en lugar que los del programa, porque el mío es más cómodo, ahora que somos amigos, pues… —se aclaró la garganta porque era malo mintiendo y no sabía qué decir—. Espero que dejes el orgullo de lado y aceptes quedarte, ¿que pierdes? De todos modos ya vives ahí, quédate ahí; soy un viejo que nunca ha hecho nada por nadie, déjame ayudarte, mira, te lo doy sin restricciones ni condiciones, tus amigos y quién tu quieras, puede llegar, o sea, no creas que… ¡hay dios! Estoy hablando mucho.
—Tranquilo —sonrió la humana para darle confianza y tranquilidad—. Acepto, claro que acepto quedarme y no eres un viejo —la humana sonreía por ver al hombre imponente, nervioso.
Hace unos meses atrás, la ceguera la volvió orgullosa, era como un complejo. Se sentía tan inútil que para no sentirse peor, rechazaba toda ayuda que le llegaba, pero las cosas habían cambiado y no hacía más que agradecer por cada oportunidad que la vida le estaba dando.
—Que bien, bueno, yo me voy; iré a visitarte mañana y… eh —divagado un poco, se sentía nervioso, como un pequeño ángel recién creado—, la enfermera llegará todos los días a lavarte las puntadas, hasta que te las retire.
—Bien, ¡gracias!
El desterrado abandonó el cuarto de hospital con grandes deseos de abrazarla y darle un beso en la frente pero siempre se frenaba y tan solo se quedaba con las ganas, por miedo a ahuyentarla. No quería asustarla con aquellos sentimientos; era muy pronto para dejar mostrar todo lo que sentía, también, por miedo a que se malinterpretara todo, debido a que la estaba ayudando; temía que la humana pensara que él quería recompensa sexual por todo lo que había hecho y eso no era verdad, por eso, prefería ir lento pero a paso seguro.
—Me alegro tanto de que el cirujano te quiera y que hayan hecho buena amistad —dijo el joven.
—Si, pasamos un buen fin de semana antes de la cirugía, es una persona solitaria pero con un gran corazón y está solo porque quiere, está ciego, no mira que su secretaria muere de amor por él —analizó, Alma.
Alan, en los ojos del cirujano miró algo que no le agrado, pero decidió hablar sin mostrar sus celos. Antes de ese momento, no se había dado cuenta de nada, pero ese día, acababa de notar lo que posiblemente el hombre sentía por la joven y deseaba equivocarse y que aquel médico no sintiera deseos por Alma, porque en lo único que pensaba era en lo imposible que sería competir por una mujer, con alguien tan adinerado, exitoso y atractivo como aquel cirujano, mientras que él, solo era un joven que ganaba lo justo para pagar su piso y mantener los gastos de la universidad.