Era temprano cuando el desterrado llegó a su apartamento. Se sentó en el mismo sillón de siempre, el gato se acercó a él y se restregaba en las piernas de Daniel. Este lo agarró con ambas manos, se lo puso en las piernas y comenzó a acariciarlo. Se sentía en paz, tranquilo y haría todo por pertenecer a aquella naturaleza hermosa del Olimpo, también estaba dispuesto a arrastrar a Alma a ese maravilloso mundo. Sonriendo y acordándose de ella, agarró el teléfono y llamó a Sabrina, le pidió que cancelara todas las citas que tenía ese día. El no tener cirugías programadas, le daba la libertad de cancelar las consultas pero era obvio que siempre estaba al llamado por cualquier emergencia.
—Me daré un baño —le informó a su gato mientras lo ponía en el sillón—. Iré al súper a comprar cosas para hacerle un almuerzo a Alma.
Solo el hecho de pensar en ella, lo ponía ansioso y feliz a la vez. Se bañó y se puso una ropa que lo hacía sentir cómodo, tomó sus llaves y salió emocionado, iba tan ansioso que olvidó ponerle comida al gato, por lo que estaba por poner en marcha el auto cuando lo recordó, se bajó y regresó, fue raro escuchar ruidos como la voz de alguien pero no sentía esencia alguna, sin embargo busco para ver si había alguien pero fue en vano, le puso comida a su gato en el mismo instante que escuchó como si unos huesos o ramas secos se quebraron. Miró al gato salir del cuarto, no sabía que estaba pasando en el apartamento pero decidió no ponerle importancia, ya que no se trataba de humanos, porque había muy buena vigilancia y no sentía esencia de otro ser.
—Cuida el apartamento —le pidió al gato mientras este, comía.
Salió del apartamento pensando en lo que había pasado, era raro, pero común, porque siempre pasan cosas similares. Pero era un demonio, nada podría pasarle, o al menos eso era lo que pensaba.
Entró a un supermercado y busco todos los ingredientes del risotto que le haría a su humana. También busco muchas uvas, planeaba hacerle un jugo de uvas como vino, ya que no podía comprar vino, porque la humana no podía tomar alcohol debido a los medicamentos que estaba tomando.
Al entrar sin tocar, al apartamento de Alma, se encontró con la tierna escena de ella, tomando café y leyendo un libro.
—¡Hola! —saludo, ella se quedó mirándolo de manera extraña y confundida.
—¿Cómo entraste?
—Pensé que sabías que tenía llaves, porque el otro día, entré sin llaves.
—Estaba ciega —le recordó.
Se sentía un atrevido, la mirada de ella lo hacía sentir así, ya que lo estaba mirando como si estaba haciendo algo que no debía. Ella por su parte, no estaba molesta, pero si, confundida, porque no comprendía la justificación de que él tuviera llaves o entrara de esa manera, sin ni siquiera tocar.
—Se que no debería entrar así, no lo vuelvo a hacer —se disculpó—. Es importante que tenga llaves, ya sabes, por alguna emergencia pero eso no me da derecho a entrar así, lo siento.
Seguía parado, frente al desayunador y aún, con las bolsas de las compras en las manos esperando a que ella cambiara de actitud.
—Tranquilo, no pasa nada, solo en otra ocasión, toca, porque nunca sabes si puedo andar desnuda por toda la casa —le sonrío. Ella comprendía la explicación que le había dado, pero pedía que no volviera a suceder, porque estando sola, era normal que quisiera andar desnuda o quién sabe cómo…
El desterrado al escuchar aquello, se sintió con más confianza y comenzó a sacar las cosas de las bolsas y comentarle que le gustaría cocinar para ella. Alma lo quería mucho y se sentía feliz de saber que ese día, no estaría sola.
—Ya ha venido la enfermera a limpiarme las suturas, dice que todo está perfecto —comentó la humana mientras miraba al cirujano acomodar todo lo que había comprado—. Oye, no sé… me siento mal que gastes tu dinero comprando cosas para mi.
El desterrado se había asegurado de que nada le faltara, llevó todo lo que ella podría necesitar y lo hacía impulsado por el amor e instinto protector que tenía hacia ella.
—Lo siento, no quiero que te sientas incómoda pero lo hago con mucho cariño —ahora que la humana podía ver todo, lo estaba cuestionando más de lo que antes lo hacía, no era algo que fuera apropósito, solo que actuaba como alguien común y natural ante tantas atenciones, pero en ese momento, al verlo a él, también podía comprender como lo había hecho sentir con los reproches y se sintió mal, con ganas de no haber dicho lo que dijo y le regaló una sonrisa que confundió al desterrado.
—Yo lo siento, estoy demasiado pesada, agradezco cada cosa que haces por mi y siento lindo que te preocupes, ¿me das un abrazo?
En cuanto escuchó aquella petición, él se dejó ir a los brazos de la humana. En ella sentía paz y ganas de morir entre sus brazos o vivir junto a ella. No le importaba si moría o vivía, solo quería hacerlo a su lado y entre sus brazos.
—Entonces, cocinaras para mi —dijo, para romper el hielo, después del abrazo.
—Si, si me dejas consentirte.
—Yo me siento, te veré trabajar y no haré nada para ayudarte —dijo, riendo.
—Me parece perfecto.
Ella siguió con su lectura y él comenzó a preparar todo para que la comida estuviera lista con tiempo.