Evito con toda mi fuerza el intento de Arthur por besarme. No quiero ceder a su capricho solo porque ha reconocido que cometió un gran error conmigo. Peg tiene razón: no puedo flaquear ahora que estoy tomando el control de mi propia vida. Me lo prometí. Él se da cuenta de que se acercan dos chicas que seguro van al baño y se aparta, disimulando su agitación.
—La promesa que te hice no es mentira, créeme —declara, una vez más cuando estas se pierden al final del pasillo.
No puedo flaquear. Me lo repito una y otra vez.
—Ya no creo en tus promesas; tú mismo las rompiste —mascullo, apartándolo de mi camino con fuerza y dándole la espalda.
—Fui un tonto. Sabía el daño que te iba a causar, pero era un riesgo que quería correr.
—¿Para probar que yo era digna de ti? —le pregunto con ironía, volviéndome hacia él.
—También traes la peineta puesta —comenta, acercándose de nuevo.
Doy un paso atrás, alejándome, confusa.
—¿Y qué? Eso no prueba nada.
—Es un adorno solo para la esposa. Mi esposa —dice suplicante. ¿Esposa? Esa palabra me sorprende y me distrae, y él acorta la distancia—. No regreses con él y quédate aquí conmigo —añade, agarrando mi mano y besándola.
—¡Basta! Ya no quiero escucharte —chillo apretando los dientes, llevándome las manos a los oídos.
—Solo hablemos, Mag.
¿Hablar? ¿Quedarme aquí con él y hablar? ¿Estoy lista para esto? ¿Por qué no lo sé? ¿Marco… dónde estás?
—¿Por qué no te quedas con Ruri? —mascullo, alejándome aún más.
—Porque ella no significa nada para mí. Lo eres tú, Maggie.
Cielos, Arthur de repente lo hace todo tan confuso en mi cabeza, y no quiero seguir en esto. La idea me vuelve loca.
—¿Qué es lo que planeas con todo esto?
—Lo que quiero contigo, Maggie. Piénsalo. Lo que siempre debió ser.
—Ya no sé qué pensar —digo, arrancando la peineta de mi cabello.
¿Lo que quiere conmigo? ¿Y qué es eso? Ya no sé qué es lo que siempre debió ser. Me parece que estoy escuchando un disco rayado y ya no lo digiero, porque la realidad es que lo que hizo fue terrible y doloroso para mí y tal vez me despertó de ese círculo vicioso en el que siempre estábamos: alejándome cuando quería porque sabía que yo siempre estaba allí, en el mismo lugar; porque nunca me dejaba ir lo suficientemente lejos cuando otra vez me atraía de vuelta. Pero esta vez no es así. Mi madre nunca mintió cuando dijo que yo misma escogí que fuera de ese modo. Lo miro horrorizada y tiro la peineta al suelo, quebrándose en el acto. Después, huyo de allí, de él.
Ya no quiero que Arthur hable en serio. ¿Abuela, por qué me dijiste eso? Para mi tranquilidad, él no me sigue, y eso me permite dejar de correr o terminaré quebrándome el pie otra vez. Cuando encuentro el camino hasta la mesa, trato de arreglar mi cabello y mi vestido, y en esas ando cuando tropiezo con Masera, llevándome un gran susto.
—Es hora de despedirse —gruñe con frialdad, apenas mirándome de reojo solo para entregarme mi saco y mi cartera.
—Sí, claro —contesto, abochornada y avergonzada de mí misma.
Acomodo mis lentes, escondiendo mi mirada; la verdad es que no puedo verle a la cara.
—Debería arreglarse el escote —sugiere, dándome la espalda por completo.
Su tono ahora es glacial. Me doy cuenta de que se me ve el encaje de mi sostén, por lo que me lo ajusto y me coloco el saco, cerrando todos los botones hasta el cuello. Le sigo hasta donde se encuentra el grupo. Arthur ya está allí, impecable como siempre, mientras yo deseo que la tierra me trague, escudándome detrás de Masera, porque en su cara parece tener pintado un letrero que grita: ¡Quédate conmigo!
El tono de Masera, aunque amable, sigue siendo gélido y preciso.
—Fue un gusto conocerte, Maggie —me dice efusivo Rui—. Espero verte de nuevo y ojalá trabajando juntos.
Asiento, forzando una sonrisa, porque él ha sido el plus más agradable de esta reunión.
—¡Yo también! —agrega Ruri. Se acerca para besar mi mejilla, pero su intención es otra—. No olvides lo que te dije —susurra bajo en mi oído y se aleja sonriente.
«¿Qué tal si mejor lo entierro en mi memoria?».
Levanto un poco la mirada y veo cómo Arthur toma la iniciativa y enfrenta a Marco.
—Fue un gusto verle de nuevo, señor Masera —dice, extendiéndole la mano.
—Yo no diría lo mismo, Eindheart —advierte Marco, cuando pensé que se la dejaría extendida, pero se la estrecha con mucha fuerza mientras se miran de manera feroz.
Por suerte, todo acaba rápido; él agarra mi mano evitando las intenciones de Arthur y, dando media vuelta, nos vamos en dirección contraria a ellos. Su paso es apresurado y tengo la impresión de que está muy enojado. Le sigo casi a remolque. Su zancada es más larga que la mía y mis tacones no ayudan. Respiro con alivio cuando llegamos al lugar donde entregan los autos. Él suelta mi mano y aprovecho para descansar un poco.
—¿Le pasa algo? —le pregunto, pero no me responde.
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Editado: 05.07.2025