Un bello y encantador Señor problema

47. Ven conmigo

Arthur rompe el beso justo en el momento en que escucho pasos alejándose. La verdad es que permanezco en el mismo lugar, como si fuera una estatua; tanto que mis labios ni siquiera se movieron, aunque por dentro estoy temblando.

―No lo olvides, Maggie ―me advierte con seriedad antes de marcharse al lado de la abuela.

Ambos se dirigen hacia Morris, quien les espera en el portón, mientras la nana le recrimina que no debería conducir en ese estado, ya que no quiere perderlo, al igual que a Andrew. Despierto de mi estado de shock y miro a Nonna, quien aún me observa. Es tan extraño que ella sea la única que esté allí, esperándome. Me acerco e intento hablar, pero ella me detiene colocando su dedo arrugado con firmeza en mis labios.

―Entremos, ya es hora de despedir a todos de la fiesta ―agrega.

Nonna no dice nada más, y yo tampoco lo intento, porque todo parece estar dicho. Una vez dentro de la sala, convertida en un gran salón de fiesta, Marco y los demás ya se encuentran preparándose para despedir a sus amigos. Ella camina de inmediato hacia todos y comienza con su protocolo de despedida, que, a diferencia del día del kermés, esta vez da la impresión de que será para siempre. Eso me perturba y tengo que sacudir mi cabeza, recordando el diagnóstico médico que pesa sobre ella.

Marco y Elisse se encargan de acomodarlos en su transporte especial junto a los enfermeros. Una vez estos se marchan, ella, junto a su compañero, se despide de Nonna y de mí, con grandes sonrisas, diciendo que fue una gran fiesta. No era mi celebración, así que no importa que no lo fuera para mí. Lawra y George también se acercan para despedirse, y ella, en particular, me dedica una mirada bastante desaprobatoria. Acto seguido, se abrazan.

Afrontando tantas muestras de afecto, debo aceptar que todos ellos se tratan con una confianza que me hace sentir que no encajo, como si no perteneciera a este cuadro familiar que se representa en la sala. George se aparta con Marco para hablar, y Nonna y Lawra se acercan a mí.

―¡Quién lo iba a creer!, y yo que pensé que eras toda una santurrona. ¡Que alcances los suyos, ¿no, señorita Sawyer? ―suelta ella, dejando caer su veneno.

―Si vas a burlarte de mí, mejor sigue tu camino ―le respondo, pero ella ríe de manera sarcástica.

―Solo ten en cuenta esto, niñita consentida: si no estás dispuesta a dar nada, simplemente aléjate y piérdete. Marco no necesita de tontas como tú. No estás ni siquiera a su altura ―declara, inclinándose cuando pasa por mi lado, para que solo yo la escuche; luego, sigue su camino, asumiendo su lugar de esposa devota al lado de George y uniéndose a la conversación.

Nonna permanece a mi lado, en silencio, cuando todos ellos vuelven, siendo los últimos en marcharse.

―Gracias, Margarita ―dice, sorprendiéndome.

Por dentro, me pregunto qué es lo que tiene que agradecerme, y la verdad es que eso solo me avergüenza más después de lo sucedido.

―No he hecho nada bueno ―digo, con voz lastimera.

―Claro que sí, te quedaste conmigo cuando creí que te irías ―añade exultante.

Acomodo mis lentes para disimular las ganas de llorar que tengo. La verdad es que, si ella no hubiera intervenido, me habría ido con ellos.

―No... Nonna, no es así... yo...

―No te disculpes; debiste haberte ido con ellos y no lo hiciste ―continúa.

―Fuiste tú quien lo hizo...

―Y lo seguiré haciendo mientras viva. ¡No permitiré que nadie le robe la felicitá a mio bello!

¿Felicitá? Mi corazón se encoge y duele, porque siento que está llegando el momento de tomar una decisión.

―Ya es hora de ir a descansar. Yo me encargo de todo ―dice Marco, sorprendiéndonos. Me sobresalto al verlo de nuevo a la cara.

Nonna ―insiste, con tono gruñón―, ve a la cama y tú, Sawyer, también, y sin protestas ―añade, inflexible hacia nosotras.

―Como digas, bello ―responde ella, obediente, agarrando mi mano.

―Vamos ―digo con suavidad.

―Gracias, Marguerithe, estoy muy feliz de que por fin me hayas reconocido como tu Nonna.

―Y tú solo me llamas por mi nombre cuando te da la gana, ¿verdad? ―la riño, sonriendo.

―Eso es porque ya nos tenemos confianza ―repone con una risita descarada.

Yo también me río. Además, Marco tiene razón; llamarle así no me va a hacer ningún daño. Es lo que quiero. La conduzco con cuidado hasta su habitación. Allí, la ayudo en su ritual para ponerse el pijama, tomarse sus pastillas y acomodarse en la cama, donde se dormirá rápido gracias al efecto de los sedantes para el dolor y el sueño.

Suspiro profundo antes de volver abajo a enfrentar el problema más grande. «Es el momento de ponerle fin a esta locura o hacerla aún más larga», me digo. Tampoco puedo dejar que él lo haga todo solo. Apago la luz de su mesita de noche, cierro la puerta y me voy escaleras abajo. Cuando llego a la sala, efectivamente, Marco todavía está ordenando todo.

―Creí haberle dicho que yo me encargaría ―masculla, alzando la voz hacia mí.




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