Era Navidad y Derek, un hombre de setenta y cinco años de edad, soltero y sin familia, se disponía a comprar un boleto para llegar a la ciudad y concretar la venta de su amada empresa a la que le había dedicado prácticamente toda su vida y por la cual había sacrificado tantas otras oportunidades que jamás volverían, ahora estaba inevitablemente en bancarrota por la crisis financiera y se convertiría en una más de tantas que un sádico y oportunista Watson compraría para enriquecer su monopolio.
Derek abordó el tren, estaba cansado no sólo físicamente, sino también emocionalmente, se sentía devastado, fracasado, con un cúmulo de impotencia ante la ambición desmedida y perversa de Watson y enojado con él mismo por encontrarse en circunstancias tan malas que lo dejaban vulnerable ante los hombres sin escrúpulos que voraces buscan terminar de aniquilar los sueños de otros sólo para hacer más grandes los suyos.
Derek inmediatamente percibió algo extraño dentro del tren, los pasajeros lucían diferentes, juraría que sus vestimentas mostraban una moda de la década de los años 50 y el ambiente se le hacía familiar, eso provocó que recordara aquellos tiempos en los que era un niño y viajaba en tren con su madre para celebrar la Navidad junto a su abuela.
Derek no pudo convivir mucho tiempo con su padre, porque falleció cuando él tenía sólo cuatro años de edad, dejando a su madre viuda y sometida a un trabajo mal remunerado en una empresa por la necesidad de obtener algunos centavos que pudieran ayudarle a cubrir aunque sea de manera deficiente las necesidades básicas del aquel entonces pequeño Derek, sin embargo, pese a esas grandes dificultades y carencias materiales, había tenido la infancia más feliz y maravillosa que pudiese recordar, su madre y su abuela siempre encontraban la forma de demostrar su amor por el niño y hacer que cada Navidad fuese mágica; sólo un mal recuerdo había empañado tan preciosa infancia, aquel día en el que fue testigo del abuso de poder y maltrato psicológico que el jefe de su madre había ejercido sobre ella, humillándola y haciéndole trabajar en Nochebuena y Navidad sin pagarle lo justo, causando que Derek no pudiera estar con su madre ni tener una cena navideña, fue así como él recordó el apellido de aquella desagradable persona, lo había encriptado por completo hasta ese momento… Watson, ¿sería posible?, ¿casualidad? Se apellidaba exactamente igual que el ambicioso hombre que actualmente se quería apoderar de su empresa.
— Es su hijo y sigue su legado.
Derek volteó asustado hacia el hombre que había dicho eso, estaba sentado a su lado.
— ¿Lo conozco? — preguntó intrigado porque parecía que ese pasajero le había leído la mente al saber lo que estaba pensando.
— No, pero yo a ti sí, eres Derek, un hombre que esta Navidad está por perder todo aquello por lo que trabajó durante décadas, un hombre que alguna vez fue un niño con el deseo de crecer para volverse un exitoso empresario justo y afable con sus empleados para que nunca sufrieran lo que tu madre padeció al trabajar para el déspota y egoísta señor Watson.
Derek quedó atónito y sintió que se le erizaba la piel por la impresión de que un desconocido supiera algo tan íntimo de él.
— Es verdad… pero ¿cómo sabe eso? Ni siquiera yo lo recordaba con claridad, fue hace tanto tiempo.
El tren se detuvo y Derek miró hacia su ventana, sus ojos se tornaron llorosos, pues a través de ella se mostraba dicha escena de su vida, esa fría Nochebuena, él con ocho años de edad, llorando en una alcoba por la ausencia de su mamá, su abuelita intentando consolarlo en un entorno de pobreza y dolor en el que no tenían suficiente comida y menos regalos o chocolate caliente para mitigar las penas.
— Ahora lo recuerdo tan nítidamente, esa noche pedí a Dios que me hiciera adulto y me diera la oportunidad de impedir que ese tipo de situaciones volvieran a ocurrir, para que ningún empleado ni sus familias tuvieran que sufrir algo así. Deseé convertirme en un exitoso empresario, buen jefe, buena persona. ¿Qué es esto? ¿dónde estamos? — preguntó Derek, absorto, triste y con voz entrecortada.
— En tu primera estación, el deseo de crecer— respondió el pasajero que lo acompañaba.
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Editado: 20.12.2021