Levanta la persiana de la habitación y abre un poco la ventana, para que entre aire fresco. Hace la cama y después se viste. Se dirige al cuarto de baño para asearse. El piso está en silencio, Clara todavía duerme. Seguramente no asista a la clase de Sintaxis del español de primera hora, así que no la despierta. No la escuchó llegar y no han podido hablar sobre Óscar, pero supone que no ha ido bien. O no todo lo bien que le hubiera gustado a ella.
Tras un breve desayuno, coge las llaves del cuenco del recibidor y la tarjeta de metro. Podría ir caminando hasta la facultad, pero se ha entretenido demasiado. Baja por las escaleras, aligera el paso cuando llega a la puerta y camina lo más rápido que puede. Hoy sin música en los oídos. No soporta salir con prisas, necesita calma y paz mental por las mañanas pero, una vez llega al tren subterráneo, se da cuenta de que va a ser imposible. Como todos los días en hora punta, Barcelona está a punto de explotar. Corre cuanto puede al oír el sonido de cierre de puertas, se hace un hueco minúsculo cerca de la salida y el metro sigue su curso, con ella dentro. Cuando llega al destino (tan solo ha sido una parada), baja, ahora más tranquila. Todavía le quedan 10 minutos hasta las 8 en punto.
Se escribe con Óscar, que no se ha dormido. Quedan en la cafetería, así que sube las escaleras de la boca del metro para llegar al exterior. Como siempre, tras ella se encuentra su compañero de Literatura y pensamiento del siglo XX. No se saludan porque Paula, a diferencia de Clara, es demasiado tímida para dar el paso. En cambio, él le sonríe cuando se encuentran por los pasillos. Ella intenta devolverle la sonrisa, pero está segura de que le queda una mueca triste y extraña.
Al llegar a la cafetería, Óscar está haciendo la larga cola habitual. Paula se coloca a su lado, tocándole el brazo con cariño.
-¿Cómo te encuentras del estómago, Pau? Quizás no es buena idea que te tomes un café, no vaya a ser que... -Paula se sorprende, contrariada- ¿No estabas ayer mala? Eso me dijo Clara por WhatsApp.
-¿Eh? ¡Ah! ¡Sí! Claro. Ayer, fatal, fatal. Todo fatal. Yo creo que de estudiar tanto... ya sabes, me consumieron los nervios. Pero hoy me encuentro mejor, ¿eh? Superbién, genial, genial.
-Me estás mintiendo. Joder, tía. Lo haces de pena. Si no querías venir lo podrías haber dicho. No pasa nada.
La cola avanza. Paula intuye que la conversación entre Clara y Óscar no fue muy bien. A veces le da la sensación de que la invitan para no tener que quedarse solos y no tratar los temas que deberían tratar. Es más fácil seguir fingiendo que siguen siendo los mismos compañeros de piso que en primero de carrera. Pero ya nada es igual.
-No es eso, Óscar. Clara no me dejó ir porque quería hablar contigo, ya sabes... ¿No hablasteis?
-¡¿Que si hablamos?! –Alza la voz- Mira, yo sí que me cago. Pero en ella y en la madre que la parió, que culpa no tiene la señora... Pero es que lió una, Pau. Y todo porque aparecí con Helena. ¿Cómo pretende que vaya sin ella? ¡Vivo con ella! Y, evidentemente, ella sabe lo que sentí por... Ya sé que se llevan mal. Pero si estás tú... Ya sabes, contigo se controla. Bueno, o la controlas. Clara es una mujer difícil. Yo quiero seguir a su lado. Necesito seguir a su lado tanto como necesito estar con Helena. Me da rabia que no sea compatible, que no pueda dejar de ser una maldita orgullosa. Yo quiero a Clara, Pau. Pero no me conviene estar con una persona como ella.
-Bueno, Óscar... -Paula busca las palabras correctas- Necesita hablar a solas contigo... Si quieres puedes venir un día al piso, yo me bajo a dar una vuelta y sois sinceros el uno con el otro. No está bien que sea yo la que te diga las cosas que te quiere decir ella, pero ya sabes que no soporto que siga fingiendo que todo va estupendamente cuando no es cierto.
Les toca el turno. El camarero pregunta lo que desean (dos cafés con leche, por favor). Pagan. La conversación se corta. Paula no prosigue y no consigue decirle la verdad a Óscar. Piensa: Esto no me incumbe. Pero le embarga una sensación enorme de que sí debe inmiscuirse.
Se dirigen a los ascensores. En su ascenso a la planta cuatro, Paula retoma la conversación de una manera poco natural:
-Mira, Óscar –él la mira- que Clara te quiere. Que te lo iba a decir ayer, pero imagino que con Helena se le cortó el rollo. Que quiere que vuelvas al piso, que seáis novios, que os abracéis al dormir y os hagáis fotos de pareja como las de Justin y Hailey Bieber.
Las puertas del ascensor se abren y Paula sale la primera. Da un sorbo al café antes de volver a mirar a su amigo que, supone, se ha quedado estupefacto. Abre la puerta de la clase, observa que ya hay gente y decide entrar para coger el mejor sitio posible. Óscar la sigue, silencioso. Comienzan a instalarse en la tercera fila y, cuando ya están preparados, aparece el profesor. Óscar parece inquieto.
-¿Y a ti qué te pasa? –Pregunta Paula- ¿Te duele la barriga y te cagas encima?
-Joder, Paula. Es que es muy fuerte. Todo lo tiene que hacer tarde y mal.
-Así es Clara, hijo mío. Parece mentira que no la conozcas.
-Justo porque la conozco sé que no es buena para mí.
-¿Tú quieres ser feliz o simplemente vivir?
Óscar agacha la cabeza, pensativo. No debe ser una situación fácil para él.