Sucedió una tarde que el señor Collins lloraba apesadumbrado sin saber qué hacer para conseguir otro medio de transporte para ayudar a sus niños. No había cesado de llover granizo todo el día.
—No te preocupes, papi. Nosotros ayudaremos elevando muchas plegarias a Dios y plantando semillas en el huerto —dijo Russell.
—Gracias, hijito, eres todo un niño de fe —contestó el padre, abrazándolo con gran admiración.
Acaeció un día que, tras caer el crepúsculo, el padre se sentó junto a la chimenea para calentarse del crudo frío de invierno y muy preocupado, dijo:
—Necesitamos comprar un burro... ¡Sí, un burro! Aunque sea uno con defectos y a precio menor. Lo cuidaré y lo vendaré hasta que se cure para hacer cargas pesadas y traslados.
Días después, tras vender algunos vegetales y muebles, pudo comprar un burro a muy bajo costo: su dueño anterior no lo quería más, pues este no hacía más que rebuznar y rebuznar en alta voz por las noches, quejarse y patear su establo. El animal tampoco se dejaba montar ni amansar. El vendedor furioso lo echó fuera y lo vendió sin siquiera despedirse de él. Por su parte, el señor Collins no comprendía por qué el hombre no amaba al animalito que parecía ser tan tierno y noble.
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Editado: 11.01.2024