Londres, 1813.
Los gritos de su padre junto al sonido de un plato estrellándose contra el piso le provocó un claro estremecimiento de terror a Lilian. Levantó la cabeza solo para observar a su madre disculparse por no haber supervisado que la comida no tuviese los condimentos que no le gustaban al hombre de la casa, pero cuando Annette, la marquesa, le hizo un breve gesto, bajó nuevamente la mirada, temblando como solía hacerlo cada vez que estaba cerca de él.
Nunca podría acostumbrarse a la violencia con la que su padre dictaba sus vidas, a esa sensación de miedo constante que le hacía mantener un ritmo obediente y silencioso, un ritmo que le asfixiaba.
Cuando sucedía esos arrebatos de ira por cualquier nimiedad, intentaba recordar las palabras del Caballero Basilius, su personaje favorito de la novela que estaba leyendo a escondidas, y como el honor de un hombre no era a costa de manchar el de una mujer, pero todo aquello se esfumaba cuando, a medida que pasaba los segundos, su padre no se calmaba y su madre presentaba claros signos de querer llorar.
Cerró los ojos con fuerza, sintiendo que nunca escaparía de aquel lugar y que muy pronto aquella misma situación sería la que ella viviría con su futuro esposo, puesto que así le había advertido su madre, que obedecer a su marido era la vida de una mujer casada.
Las náuseas, cada vez más constantes en su día a día, regresaron y con ello el temor de pensar en su futuro desalentador, ¿qué sería de ella si debía de soportar el resto de su vida a un hombre tirano?
Mañana sería su presentación a la sociedad, un evento que muchas ansiaban, pero del que ella rogaba porque no llegara, puesto que ya había oído que su padre aceptaría a unos de sus socios como posible esposo y que salir en sociedad sólo era una fachada para evitar los chismes, aunque su madre ya le había dicho que Thomas Gallagher estaría dispuesto a aceptar a cualquier futuro yerno según su riqueza, sin importar si fuese uno de sus socios o no.
Era injusto. Se sentía injusto saber que no sería libre jamás, que su vida pronto sería entregada a otro carcelero que incluso podría ser aún más cruel, y ella no podría hacer ni reclamar nada.
Al no escuchar más gritos ni cosas ser tiradas por doquier, salvo los sollozos de su madre, abrió los ojos sólo para ver a los sirvientes limpiar el desastre y a su padre masajearse la sien con los ojos despectivos hacia la servidumbre que, aterrados, se apresuraban en dejar todo en orden cuando el señor Frank, el mayordomo que se esforzaba por mantener la misma energía de hace veinte años, ingresa al comedor con una pequeña sonrisa.
—El joven Eric, milord —presentó justo a tiempo en el que un castaño de ojos azules aparecía en el comedor.
Thomas se levantó con una gran sonrisa para darle un abrazo a su hijo predilecto, a quien quería por ser su heredero y por ser lo único bueno que su esposa Annette pudo hacer. Lilian estaba acostumbrada a ese favoritismo, si bien sabía que a su madre le preocupaba, ella conocía a su hermano mayor y creía que era el único hombre en quien podría confiar.
Eric responde con sequedad al saludo, puesto que no gustaba de interactuar con aquel que se hacía llamar su padre, de quien se decepcionó a sus casi 12 años cuando descubrió el monstruo que era, tras ver a su madre tratando en vano de ocultar los moretones que esa bestia le había dejado.
Juró nunca ser como él.
De reojo, observó a las únicas mujeres que amaba con toda el alma y tuvo que apretar los dientes con rabia, que ocultaba un sinfín de comentarios que a cualquier padre le resultaría irrespetuoso contra su persona, cuando notó como su madre le sonreía con los ojos lagrimosos que evitaba derramar y su hermanita temblaba pese a darle una sonrisita tímida. Al parecer, Lord Thomas se había vuelto a desquitar con ellas por alguna estupidez.
“Pronto seré el Marqués de Bristol. Me aseguraré de que esto no vuelva a pasar” era lo que siempre se decía. Más no podía ir en contra de los deseos de su padre, puesto que ya le había advertido en una ocasión que, si lo decepcionaba, le quitaría el título para dárselo a su primo Henry y, entonces, ya no sabría cómo ayudar a su madre o hermana.
—Creí que tardarías más en llegar, hijo mío —le dio unas palmadas en la espalda antes de invitarlo a sentarse. Eric lo hizo junto a Lilian, a quien le guiñó el ojo para tratar de tranquilizarla—. Comenzaba a sospechar que no volverías en una semana.
—El viaje tomó más tiempo de lo debido. Es cierto. Queríamos evitar que nuestra llegada fuera de conocimiento público, pero el retorno de Andrew a la sociedad ha hecho que los rumores y especulaciones vuelen —hizo una mueca de asco cuando de regreso escuchó los comentarios de las gemelas y solteronas Smith sobre el desastroso aspecto de su mejor amigo.
—¿Lord Andrew regresó? ¿Nuestro Andrew? —preguntó una sorprendida Annette mientras Lilian volvía su mirada a su plato, curiosa por saber quién era ese hombre que parecía ser digno del aprecio de su madre, puesto que, si bien sabía que era uno de los amigos de su hermano, jamás le había visto.
—Eso ha dicho el muchacho, mujer. Cállate si no dirás nada nuevo —el tono de voz de su padre hizo que Annette volviese a sentirse retraída y que Eric calculase en su mente cuántos años le quedan por soportar a ese viejo—. No sé para qué vas a visitar a ese esperpento, no vaya a contagiarte de algo.
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Editado: 07.12.2024