Un cadáver en el patio de la casa

3.-

   Cuando comencé a cortar el primer fémur, se rompió la hoja de  sierra. Busqué en mi domicilio otra herramienta, un serrucho, una cuchilla filosa y fué infructuoso.  Recordé que el muerto había trabajado en el gremio de la construcción por lo que intuía que en su garaje tendría alguna caja de herramientas. Nuevamente, ingresé a su terreno y a la vivienda. Hallé en efecto, utensilios de mano y entre ellas un serrucho para madera, un rollo de cinta de embalar y un cuchillo de caza afilado. Cerré la casa y me tomé mi tiempo de no dejar ningún tipo de huellas. Todo en su lugar, limpio y ordenado. El único detalle que se me escapó de mi órbita hasta ese momento, fue que el automóvil no estaba en el garaje sino estacionado en la vereda. En principio, se me había ocurrido dejarlo en un lugar cercano a la estación de micros o de trenes, lo que sumaría otro indicio más que se había ausentado por su voluntad. Cuando lo medité un poco más en forma detenida, comprendí que la maniobra sería por demás arriesgada, pues no poseía un pretexto creíble de por qué estaba conduciendo el vehículo de un vecino desaparecido y a altas horas de la noche. Opté no hacer nada y abocarme a culminar la faena desagradable de trozarlo.

    Había ya dispuesto las extremidades en las bolsas con el peso apropiado para poder transportarlas en bicicleta. Me había quedado el torso y sabía que sería complicado reducirlo para embolsar. Todavía pesaba mucho para trasladarlo como estaba. Usé su cuchillo de caza para abrir el vientre en forma vertical. Ya no percibía el olor solo de la sangre, sus tripas me recibieron con un fétido aroma proveniente de sus intestinos, ya que en la maniobra los había cortado. De inmediato me dieron ganas de vomitar y alcancé a llegar a la pileta de mi baño. Tomé un respiro. Para que el tufo no termine en una nueva vomitona,  encontré en mi botiquín un poco de un ungüento llamado Vick que tenía una fuerte esencia de mentol. No dudé de colocarme un poco de esa cosa a la entrada de mis fosas nasales. Lo había visto en una serie que dan por la tele y al parecer daba resultado.

   Retomé la tarea. En forma más prolija, tras tres cortes paralelos en el vientre, pude extraer una gran lonja de piel, músculos y grasa. Quedó a la vista todo el aparato digestivo. Metódicamente, lo que cortaba, lo embolsaba. El tipo tenía poca grasa abdominal. Era de color amarillo y hedionda. Los órganos no se extraían con solo tironearlos. Fui cortando los intestinos, hígado, estómago, riñones, vejiga. Los restos que quedaban, ya no pesaban tanto. Pude darlo vuelta de forma mucho más fácil y en una tarea rápida le quité la piel y muchos músculos de la espalda. Ese cuchillo me había facilitado las cosas.

   Con el serrucho, comencé a cortar las costillas del esternón y de la columna. Fue sencillo, salvo que debía limpiarle seguido los dientes, pues se empastaban y no cortaba por la grasa, la sangre y el aserrín de los huesos. A las 3:40 de la madrugada, había culminado la tarea de desmembramiento y embolsado.

   Costó la faena. En doce bolsas de residuos grandes se hallaba la totalidad de los restos. Me tocaba desde ese momento, un trabajo metódico y decidido de limpieza y destrucción de todo lo que había usado. La ropa, el calzado y los guantes sería lo último en deshacerme. Debía con mucho cuidado que la sangre en el plástico gigante no se escurriese al pasto. Con cuidado, pude enrollarlo y colocarlo en la única bolsa grande de residuos que tenía. 

   En principio había imaginado enterrar todo en algún sitio distante, pero corría riesgo que fuera encontrado el cadáver, ya que me constaba que existen perros policiales, entrenados para la búsqueda de restos humanos, además que rastrean el olor a sangre humana, y ello sería mi fin. ¿Qué haría con el cuchillo, el serrucho y la sierra? No las podría lavar pues siempre quedarían restos de sangre, aunque sea microscópico. Tampoco los podría enterrar a riesgo que las encuentren, tampoco incinerarlos. No debía dejar ni una gota de sangre en el césped del patio de mi casa porque también me delataría. Me cercioré que las doce bolsas no gotearan o que tuvieran algún intersticio.

    Me senté en el umbral de la puerta que daba al patio. Reflexioné. Prendí un cigarrillo, mientras escuchaba el sincopado canto de los grillos. Pronto amanecería. Opté que la solución a los plásticos, cartones, trapos, toallas y hasta mi ropa debería prenderlas fuego. Tenía que ser en un horario que no levantara sospechas, como a la media mañana. Pero la cuestión suscitaba con que avivaría las llamas ya que muchos de estas cosas estaban empapados en sangre y necesitaría algún combustible disponible. Me las tenía que arreglar con lo que tuviera disponible. No quería levantar sospechas yendo a buscar combustible suelto, ya que mi esposa se llevó el automóvil. Podrían descubrirme con facilidad. Fui al garaje, recordé que  había comprado una botella de aguarrás y utilicé muy poca cantidad. Allí estaba, como esperando la oportunidad para serme útil.



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En el texto hay: misterio, crimen, suspenso

Editado: 14.06.2018

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