La cafetería Flor de Primavera se encuentra escondidita en alguna calle poco transitada de Montevideo, por lo que es cuestión de suerte encontrarla y tener el placer de probar la especialidad de la casa: Café de Margarita, el cual se coloca a la venta solamente el 21 de setiembre. Antes se llamaba «Esencia de primavera», pero, desde que Margarita se volvió cliente frecuente del lugar, se decidió homenajearla cambiándole el nombre a la bebida que la trae, cada 21 de setiembre, a su asiento en el fondo.
Doña Margarita, con sus 70 años encima, sigue teniendo el pulso para pintar igual que hace 25 años atrás. Y el mesero, como siempre, se queda mirándola unos pocos segundos antes de entregarle su café recién preparado.
—Acá le dejo, Doña Margarita —dice el hombre dejando un espacio libre entre acuarelas en pomo, para luego colocar la bebida sobre la mesa—. Ojo no vuelva a manchar el platito que el año pasado se me enojó el patrón.
—¿Qué se va a enojar don Ernesto? Si sabe que un artista es un artista y no hay quien pueda cambiarlo.
—No, no, don Ernesto no dijo nada, me refiero a su nieto Joaquín. —Y entonces se acerca a ella para que nadie más llegue a escuchar lo que va a decir—: Al parecer había terminado con Florencia y andaba como araña peluda, ni en la casa lo aguantaban.
—¡Ay, el amor, el amor! Ni el abuelo ni el nieto saben lo que es sufrir por amor, Carlitos. —La mujer deja el pincel a un lado y toma un sorbo de su café—. Siéntese, Carlitos, yo le voy a enseñar lo que es el amor.
Carlos, algo dudoso, decide seguir las órdenes de doña Margarita.