Un cambio de Corazón

CAPITULO 19

Densos arboles guiaban su camino. El cantar de las aves y el suave abrazo del aire sobre las vivas hojas verdecinas danzantes de atención, era lo único que la apacibilidad propia de aquel enigmático paisaje permitía escuchar. Un hermoso lienzo….un resplandeciente retrato…idóneo paisaje para el cultivo y la libertad del pensamiento, pero que para Emilia, con el constante y tedioso estruendo de las ruedas del carruaje al chocar en el desigual camino, no le era más que una vana maravilla, algo más que se le escapaba ante sus ojos, una bella tortura que su miedo e incertidumbre le impedían ignorar. Y dentro de aquel ostentoso vehículo, sentada con rectitud en uno de los acolchados asientos cercano a una diminuta ventana y teniendo frente a ella la abrumadora y fría presencia de su esposo, cualquier mínimo anhelo de tranquilidad le era ajeno. Una angustiosa experiencia que parecía ser la primicia de su día. Desde el salir del sol anunciante de la mañana, no hubo sirviente sin ocupación ni cosa sin mover. Todo se preparaba con esmero y rapidez para su partida. Para su viaje sin retorno hacia Moniac.

Despertó entonces con la urgencia de tener que entregar sus pertenencias para ser acomodadas con prontitud en el carruaje, con la desilusión de alistarse para el cruel recibimiento de su salida y con la dolorosa opresión que le provocaba el tener que entregar una despedida prometida entre el silencio y la pena. Y aunque resistió sus lagrimas y el ferviente deseo de escapar, no estaba segura si enfrento tales adversidades con verdadera valentía.

Sí se presentó con elegante porte y correcta apariencia, si permitió que se llevarán sus cosas con excelente calma, y si se despidió, tal vez para siempre, de su padre y su hermano sin desbordar sentimientos impropios o innecesarios que delataran su sufrir. Pero aun así, por dentro, donde no brillaba mas que el alma y la esencia de la mente, su corazón no pudo evitar llorar cuando vio aquellos rostros, tan familiares como queridos, plagados de absoluta tristeza y devastadora impotencia. Suplicios que parecían no querer abandonarles con solo simples palabras de perdón, aunque lo intentara eternamente. Deseo poder devolverles su paz pérdida, darles alguna palabra de alivio que diera descanso a sus afligidos corazones, pero ninguna le parecía tan correcta ni su alcance y significado el suficiente. Y con un frágil abrazo acompañado por palabras tan esperanzadoras como imposibles por parte de su padre, y el firme recordatorio de una blanca promesa por parte de su hermano, la princesa Emilia les dio su ultimo adiós. Se subió a aquel gran carruaje con ayuda de su esposo, y vio como la puerta se cerraba y su destino era sellado lentamente ante sus ojos. Lo supo al observar desde la amplia ventana trasera de aquel vehículo como se alejaba con tortuosa lentitud de sus seres queridos, de su hogar….y de su amado reino. Todo tan presuroso, tan indiferente a los pequeños pero importantes actos, que le pareció la mas cruel de las ironías…..la mas negra comedia. Ni siquiera se pudo despedir una ultima vez de su amada Dannia, de sus apreciadas damas, de los pocos amigos que entre selectos sirvientes tuvo la dicha de encontrar, e incluso, y se lo reprochaba ahora, de su siempre recta pero extrañamente cálida tutora. Jamás creyó experimentar tales desilusiones, pero desde el inicio de aquel dinámico día, comprendió que aun le quedaban muchas más que enfrentar.

Y por supuesto, no erraba en juicio. Después de cruzar el largo puente de madera que se alzaba sobre el Rio Quiet y de cruzar los grandes muros del castillo que abrían paso al exterior, toda la comitiva real Moniaca, y en especial su carruaje, fueron envueltos por una avasalladora lluvia de eufóricas alabanzas y exagerados proclamos de admiración y buenos deseos.

Y a Emilia nunca le parecieron mas censurables los halagos.

Cuando finalmente terminaron de recorrer las amplias calles del reino hasta llegar a los limites de la inhóspita frontera de Quemet, al fin pudo soltar en un pesado suspiro todas sus tensiones, aunque tal alivio no le estaba destinado a durar. Pronto entendió que tenia que soportar un viaje de días en la mas estoica y opresora de las compañías. “Para comodidad de la joven pareja”, según palabras del Rey Teodor, y para tortura de ambos, según las suyas. Y lo habría sobrellevado con impecable rectitud, si no tuviera ya adjuntado a sus suplicios su incierto y desconocido futuro cada vez mas cercano, la dolorosa lejanía de su familia y su reciente matrimonio, tan repleto de falsedad como de sórdida hipocresía. Ni siquiera a un mínimo de consuelo podía aspirar cuando las bellas vistas del paisaje ante ella se veían opacadas por la bruma de sus pensamientos.

Y así transcurrió su viaje, entre pequeñas paradas para buscar descanso e incomodos silencios extendidos en horas solo acompañados por las formulaciones propias….por el pensar individual. Era sofocante, claro, como quien se enfrenta a una nueva y desconocida experiencia en completa independencia, pero eso no reducía, ni en ayuda o evitación, sus tediosos efectos. Y Emilia…se sentía sola. Despojada…Indefensa…tan expuesta ante una situación hostil y un contexto tan ajeno a sus deseos como adverso a ellos.

Y pronto, todo cambió. El clima cálido y ligeramente abrazador fluctuó a uno completamente frio. Como una brisa helada que marcaba contacto por medio de una manta de navajas afiladas. Había oído antes de algunos afortunados sirvientes que habían viajado a Moniac de su peculiar clima, pero jamás creyó que fuera una afirmación verdaderamente acertada mas allá de simples exageraciones. Y para su desgracia, ahora lo confirmaba en carne propia. Casi podía afirmar que temblaba. Sus ropas, confirmando su nula asertividad y previsión, estaban lejos de ser las adecuadas para tal entorno, y no pudo más que abrazarse sutilmente así misma en busca de calor, tratando de enfocarse solo en todo lo maravilloso que le rodeaba, y no en el insoportable frio que besaba su cuerpo.




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