DEAN ©
Capítulo 0
—Maldita sea Erick, ¡despierta! —Louis zarandea a su compañero inconsciente mientras decenas de balas son cargadas en nuestra dirección.
Derrotado se deja caer sobre él, le llora sin importarle la situación, consiguiendo que toda la furia de mi cuerpo sea cargada en su contra.
—¡Jodido débil! —mascullo, apuntando en su dirección, utilizando la última bala de mi cargador.
El cuerpo de Louis cae inerte sobre el de su compañero, y la satisfacción que me recorre ante la incesante sangre que comienza a rebosar de ambos cuerpos me hace cerrar los ojos y sonreír de la manera más macabra posible.
El ruido de las pistolas siendo vaciadas, los gritos furiosos de los hombres, los cuerpos golpeándose contra el duro suelo... todo desaparece mientras me pierdo en la espiral de infinito placer. Soy un lobo, uno sanguinario, y no puede haber nada más agradable para un animal así que la sangre caliente y las vidas robadas.
El hijo de puta de Gordon nos había tendido una emboscada. El muy idiota creía que podía acabar conmigo, que podía derrotar a mis hombres. Iluso. Han sido muchos los años que llevo queriendo sentir su sangre deslizarse entre mis dedos, fui un ingenuo al creer que hacer tratos con un traidor iba a funcionar, un idiota al pensar que podía serme útil y que con ello las ansias de muerte acabarían.
Estaba equivocado, ahora lo único que deseaba era tenerlo postrado ante mi. Los juegos que puedo hacer con él serán maravillosos, los gritos que conseguiré arrancar de su garganta una dulce melodía, la sangre que, poco a poco, sacaré de su cuerpo, una delicia.
Algo golpea mi hombro, una vez, dos veces, tres... el agudo ardor no tarda en aparecer y es entonces cuando la realidad vuelve a envolverme. Los gritos de mis hombres suenan alarmantes, los casquillos no dejan de rebotar contra el ensuciado mármol y, de un momento a otro, mi cuerpo cae con fuerza contra este. Mi cabeza se golpea, ocasionando –muy probablemente– una grave herida y, entonces, una profunda oscuridad me domina haciéndome perder la consciencia que tanto necesito.
• • •
—Pi, pi, pi... Pi, pi, pi... Pi, pi, pi. —arrugo el ceño con molestia, ¿qué demonios es ese ruido? —¡Oh! Te has movido.
Algo cálido se presiona contra mi mejilla, inmediatamente mi brazo se eleva, atrapando con fuerza lo que sea que se ha atrevido a tocarme. Abro los ojos entonces, teniéndolos que volver a cerrar con fuerza cuando una fuerte luz blanca me golpea de lleno.
—Jodida mierda. —con mi mano libre tallo mis ojos, abriéndolos nuevamente. Enfoco un techo blanco brillante, giro la cabeza a la izquierda y una pequeña máquina que marca mis latidos. Confuso y demasiado rápido vuelco mi vista al lado derecho, encontrándome una cara infantil demasiado cerca de la mía.
—Eres demasiado guapo. —su ceño se frunce, mientras sus ojos parecen detallar cada parte de mi rostro.
—¿Quién coño eres? —bruscamente la separo, incorporándome sobre la cama. Sin embargo, vuelve a acercarse, cruzando sus piernas a lo indio y quedado a mi lado.
—Y muy grosero. —añade con detenimiento, volviendo su vista a la mía.
Sus grandes ojos verdes parecen observarme curiosos, incluso divertiros. Ignorando la presencia de la niña barro la estancia; una habitación pequeña, lógicamente de hospital, donde todo está perfectamente ordenado y en su lugar. Todo correcto menos el hecho de encontrarme aquí.
»—¿Te llamas Dean, verdad? —vuelvo a observarla, dejando mi vista caer a la sonrisa que adorna sus labios. Suspiro con pesar.
—Sí. —contesto sin interés, no teniendo otra alternativa ya que la niña no parece entender que lo último que quiero es hablar con ella.
—¿Cuántos años tienes?
—Veinticuatro.
—Uh, joven... ¿Quién te ha disparado?
En cuanto su dulce voz acaba de formular la pregunta todos los jodidos recuerdos vienen de golpe. ¡Maldito bastardo hijo de perra! Pienso matar a esa escoria, pienso acabar con su familia y demostrarle que jamás se traiciona a un Kellerman.
Sin cuidado me levanto de la cama, los cables que se encontraban en mi cuerpo caen y la jodida máquina comienza a volverse loca.
—¡Qué haces! —la niña aparece frente a mis ojos, sus manos intentando que el fuerte sonido no llegue a sus tímpanos. —¡Esto no está bien!
Sin cuidado la hago a un lado, aproximándome a la puerta a grandes zancadas, pero antes de poder cruzar el umbral decenas de enfermeros y enfermeras me rodean, intento empujarles, consiguiendo únicamente que mi hombre, pero no uno cualquiera, sino mi mejor amigo, aparezca.
—¿Qué demonios hago aquí, López? ¿Qué mierdas hago encerrado cuando debería estar estrangulando a ese hijo de perra?
Iván da un paso al frente, ocasionando que las personas se hagan a un lado y le dejen acceso total a mi. —Casi mueres, hermano. —su mano cae sobre mi hombro, un pequeño apretón le acompaña. —No pienso dejar que desaparezcas.
—Ni creas que me voy a quedar postrado en una cama de brazos cruzados. —advierto, apretando con tanta fuerza la mandíbula que varios de mis dientes chirrían.
—Es lo que harás, por tu propia voluntad o sin ella. —mira a su derecha, un médico de gran tamaño sujetando una ancha aguja. —Tiene mi completo consentimiento para drogarte Dean, tú decides.
—Maldito imbécil. —espeto rabioso, dando media vuelta e ingresando nuevamente en la diminuta habitación. Cierro la puerta con tanta fuerza que parece quebrarse, pero no me importa, nada lo hace en este momento más que la sed de venganza que comienza a adueñarse de todo mi organismo.
—Estás sangrando. —otra vez esa voz, ese infantil y repelente voz. Tuerzo el cuello hasta enfocar su cama, una niña demasiado delgada vestida únicamente con un horrible camisón me observa preocupada.
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Editado: 21.09.2021