Siempre recordaré aquel día como si fuese ayer; día en el que nuestras almas se cruzaron.
Nunca fui de los que creían en el amor a primera vista o esas tonterías. Las personas enamoradas eran patéticas, se volvían estúpidas y mi padre, era el claro ejemplo de ello, pero ¡Joder! Esa mujer era sumamente preciosa. Desde el segundo uno, se robó mi corazón sin siquiera intentarlo. No necesitó esforzarse porque mi corazón, la nombró "su dueña" sin pedirme permiso.
Éste bendito corazón tan terco y rebelde que poseía, se enfrascó en ella y no quiso amar a nadie más, porque para él, ella sería la primera y última mujer a la que se entregaría ciegamente. Así, sin conocerla, sin razonar, sin pensar, sin siquiera tener la osadía de preguntar.
Cuando su mirada se cruzó con la mía en aquel bar, el exterior desapareció de pronto, la música dejó de sonar, las personas ya no se movían, las voces y susurros ya no se escucharon y puedo asegurar con gran certeza, que el mundo se congeló.
Aquellos ojos de un fascinante marrón oscuro, que en ese momento, solo desbordaban frialdad y odio pero que ocultaban una gran tristeza, me observaron por 7 eternos segundos.
¿Era posible? Me preguntaba.
¿La volveré a ver?, ¿Me amará tanto como yo la amé desde el segundo uno?, ¿Es siquiera posible amar sin conocer?, ¿Si quiera, sé que es el amor?
Eso no lo sabía, claro estaba. Pero quería pensar que sí, que esto que sentía y me enloquecía era amor. Quería pensar que aquellas cositas patéticas que se revolvían en mi estómago eran mariposas y que la causa de la excesiva sudoración de mi cuerpo era ella, porque siempre fue ella.
Kara alias amargada, se impregnó en mi piel y en mis más profundas entrañas. Cómo una vil ladrona, se apoderó de mí ser, dejándome sin nada, porque no sólo le bastó meterse en mi cabeza e indagar en mis pensamientos, sino que descaradamente también se robó mi corazón.