16 años antes
Nos encontrábamos en la selva Amazónica, era nuestro hobby y nuestra profesión. Amábamos acampar, la adrenalina y el peligro, por ese motivo éramos pareja, nos unió la pasión por la aventura. Era una noche despejada, la enorme Luna llena parecía querer tocar la superficie de la tierra, las estrellas resplandecientes hacían del cielo una belleza perfecta.
Nuestra tienda de campaña estaba ubicada en un pequeño claro y Frederick y yo frente a la fogata cuando escuchamos un ruido impactante que llamó nuestra atención. Ambos alzamos el rostro en la misma dirección.
Agudicé todo lo que pude mi audición. Se escuchaban grillos chirriar, cantos y graznidos de pájaros, sonidos de sapos y ranas croando, el ululato de un búho cerca y demás ruidos naturales del bosque, pero por encima de todo eso el llanto demandante de un bebé.
—¿Escuchas lo mismo que yo?— le pregunté a Frederick alerta.
—Si oyes el llanto de un recién nacido, sí.—concordó mi esposo alarmado.
No eran imaginaciones ni juegos de la mente, eso suele ocurrir cuando uno está alejado de la civilización, ambos oíamos lo mismo. El subconsciente no le puede fallar a dos personas al mismo tiempo, por lo menos no al punto de escuchar lo mismo sin ser real. Pensé con lógica.
El aullido escalofriante de un lobo en la distancia me heló la sangre.
—¿Vamos a ver de qué se trata?—propuse algo indecisa.
No podía negar que escuchar algo así donde menos lo esperas te pone la piel de gallina(Me refiero al llanto del bebé). Tuve que acariciar mis brazos por encima de la gruesa tela de la camisa verde olivo que traigo, para aliviar un poco la incómoda sensación. El llanto no cesaba y comenzaba a desesperarme.
—No lo creo, si es una criatura debe estar con sus padres o algún responsable. ¿Pero que clase de persona sería tan inconsciente de salir a acampar con un bebé?—se preguntó meditativo mi esposo, creo que más para sí mismo que hablando conmigo, mientras rascaba su cabello castaño claro con el ceño fruncido.
—Por eso mismo vamos a ver, es muy extraño...—lo apremié. El llanto incesante y agudo me tenía angustiada, inquieta, abrumada.
—Sí, tienes razón, vamos a ver qué está pasando y por qué no pueden calmar a esa criatura. Quizás necesiten medicamentos o estén en peligro—razonó y corrió a buscar su botiquín de primeros auxilios. Lo sé porque lo seguí hasta el interior de nuestra vivienda temporal y fue lo primero que tomó.
Nos alistamos con lo que necesitábamos, además de lo necesario y adecuado para cualquier imprevisto. Lo hicimos todo lo rápido que pudimos y casi corrimos en la dirección de la cual provenía el insistente llanto, muy acelerados pero con precaución. Estábamos a varias horas de cualquier asentamieto humano, nos conocíamos bien todo este terreno, no por gusto éramos expertos. Era absurdo que una madre estuviera por aquí con un bebé a altas horas de la noche.
La luz de nuestras linternas alumbraban el camino. Ambos sabíamos de supervivencia en la selva, más que simples aficionados nos habíamos dedicado profesionalmente a esto. Impartíamos clases en cursos de supervivencia y nos desempeñamos como guías turísticos de la selva; aunque en varias ocasiones, como en este caso, lo hacíamos solos. Sin cargas, presión, estrés ni responsabilidades para poder relajarnos y compartir íntimamente sin la precedencia de nadie más. Era nuestro espacio como pareja, algo que necesitábamos de vez en cuando(necesidades fisiológicas podría llamarse). Lo disfrutábamos tanto como si fuera una luna de miel... Mi mente divagaba.
Llegamos al lugar y para nuestra sorpresa sí era un bebé. Estaba sola, tendida en el piso con la carita desencajada por el fuerte llanto. Lanzaba sus mamitas y piecitos al aire con agitación e irritabilidad.
La pequeña se encontraba sobre un colchón formado por hojas verdes, café, rojas y amarillas. Entre los árboles se colaba un rayo de luz de luna que alumbraba únicamente a la pequeña criatura que lloraba desconsolada. Su piel era blanca y parecía que emitía destellos plateados, con un corto y radiante cabello rubio clarísimo. La visión era hermosa e increíble; pero al mismo tiempo no, si la mirabas desde otro punto de vista.
La frágil criatura estaba completamente desnuda, desprovista de ropas y sin una sabanita al menos para cubrir su diminuto cuerpito que se contraía con cada chillido que emitía. No me explicaba como aún no estaba ronca o había tenido un espasmo de sollozo cianótico. Se me achicó el corazón mirándola, era una pequeña criatura indefensa y desamparada. Sentí una enorme necesidad de cuidarla y protegerla.
La noche estaba fría y húmeda. Me acerqué sin dudarlo, la tomé en mis manos y la estreché entre mis brazos para tratar de darle calor con mi cuerpo.La pequeña dejó de llorar como por arte de magia. Parecía recién nacida, sentí rabia y dolor al ver en las condiciones tan inhumanas que la dejaron, cualquier animal salvaje podía haberla atacado, o peor: ser su comida... Imaginar algo así me ponía fuera de quicio, pero tenía que tranquilizarme para poder trasmitirle calma. Aún tenía leves contracciones con sollozos suaves esporádicos, se contraía de forma irregular su pequeño tronco. Si nosotros no hubiésemos estado por aquí cerca no quiero ni imaginar el destino cruel que pudiera haber tenido.
—¡Qué desalmado dejaría una criatura a la interperie y en medio de la nada!—exclamó mi esposo indignado.
—A lo mejor su madre está cerca—comenté esperanzada de que no fuera crueldad como imaginaba. No quería creerlo, mi mente se negaba a creer que alguien sería capaz de dejar a un indefenso abandonado y condenado a perecer pudiéndo dejarlo en una instalación de acogida, en un hospital o en cualquier lugar donde hubieran personas para que alguien lo encontrara y no allí en el medio de una selva tan peligrosa. Eso suena tan cruel como un asesinato premeditado.
—¿Cómo va a estarlo y no escuchar sus gritos? Todo el bosque los oyó, mejor vámonos antes que se acerque un animal. Trata de mantenerla en silencio.—habló Frederick furioso, coincidiendo con mis más profundos pensamientos. Nunca antes lo había visto así. Él siempre fue un hombre calmado.
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Editado: 18.04.2021