Me incorporé lo más rápido que pude después de salir de mi estado de conmoción. Era absurdo lo que acababa de pasar. Ardía completa como si tuviera fiebre.
—Lo siento tío, no fue mi intención.—tartamudeé.
—Eres muy fuerte. ¿Prácticas algún deporte?
—Práctico pesa por hobby.—mentí.
—Ah, comprendo.
Se veía que aún no se había recuperado del todo de la conmoción, sinceramente no era el único. Aún sentía una sensación de cosquilleo en mis labios. Lo observé sacudirse en silencio. Trataba de quitarse el polvo que se había adherido a su elegante ropa.
—Date la vuelta.—pedí.
El me miró con dudas pero al final obedeció.
Miré sus anchos hombros y su estrecha cintura. Su figura era perfecta. Alto y gallardo. Sacudí con cautela todo rastro de polvo que ví.
—Listo.—avisé cuando terminé.
La tensión que se instaló entre ambos por el resto de la tarde y la noche se podía cortar con tijeras. Comimos juntos, él encargó la comida, y hablamos sólo lo necesario.
A la mañana siguiente me desperté a la misma hora de costumbre. No utilizaba la alarma del despertador porque el sonido me lastimaba los tímpanos. Me alisté más rápido de lo normal para ir al colegio. Me fui sin siquiera desayunar para no encontrarme con mi tío. No sé porqué motivo estaba actuando así. Lo cierto es que después del beso que nos dimos por accidente sentía vergüenza.
Todo un mes pasó sin que habláramos más allá de lo necesario. Todo lo que habíamos avanzado lo retrocedimos de una sola vez. Éramos como dos desconocidos obligados a convivir bajo el mismo techo. Ni siquiera me volvió a invitar a salir.
Llegó el día de mi cumpleaños, mis padres vinieron para llevarme con ellos. Tenían mucho trabajo y no podían quedarse. Pero también me lo habían prometido. Sabían que mi mayor deseo era ir a la selva. Ese era el único regalo que quería para este cumpleaños. Por alguna extraña razón me emocionaba, más allá de lo normal, ir a la amazona. Estaba demasiado entusiasmada con la idea de ir a la selva. Era un sentimiento indescriptible.
Pensé que mi tío Dominick no vendría con nosotros pero aquí estaba, sentado a mi lado. Lucía tan frío como un témpano de hielo y tan distante como si estuviera en otro continente. Recordé el helado “feliz cumpleaños” que me deseó esta mañana. En cambio mis padres me abrazaron con todo el amor y la ternura del mundo.
El vuelo llegó más rápido de lo que imaginé. Aterrizó sin problemas y descendimos en orden por las escaleras. No presté atención a nada. En lugares donde habían muchas personas siempre trataba de desconectarme. Definitivamente no nací para convivir en sociedad. Pasamos todos los requisitos hasta llegar a la sala de equipaje y esperamos a que llegaran en la cinta de transporte. Era poco: una maleta de ruedas y dos mochilas. Una grade y otra más pequeña. La primera pertenecía a Dominick y la segunda era mía. Mi tío y yo estaríamos muy poco tiempo por acá. Solamente tres días. Seguimos a mis padres, ellos estaban familiarizados con este aeropuerto.
Una camioneta todoterreno estaba estacionada en frente y mi padre le quitó el seguro con sus llaves. Metió la maleta en el maletero mientras el resto nos acomodamos en el interior. Mi madre en el asiento del copiloto y mi tío y yo en los de atrás. Me coloqué el bolso mano sobre las piernas y la mochila a un lado. De reojo ví a Dominick colocar la suya en el piso.
Después de un tiempo mi padre se detuvo frente a lo que sería un hotel, creo. Era como una villa con contrucciones de madera que se adaptaban perfectamente a la naturaleza.
—Espérenme aquí, yo voy a estacionar la camioneta.—nos dijo papá.
Descendimos los tres y mi padre continuó solo. Una brisa repentina desató la cebolla de mi cabello y cayó suelto sobre mi espalda. Respiré profundamente. Ese olor a naturaleza salvaje me llenó el alma. Cuando abrí los ojos me encontré con la mirada azul de Dominick clavada en mí. Al verse descubierto intentó disimular. Todavía no podía entender su actitud. Sí, nos habíamos besado, pero fue un accidente. Actuaba como si hubiera sido un beso de verdad. Fue solo el roce de nuestros labios, aunque admito que fue incómoda la posición. Al recordar el evento me entró un repentino calor. Creo que mis mejillas enrojecieron. Fue un momento vergonzoso pero ya había pasado un mes, era hora de superarlo.
—Te sientes bien Rayilunsel.— preguntó mi madre preocupada.
—Sí. ¿Por qué qué?
—Estás muy roja—contestó y sin más preámbulo cortó la distancia que nos separaba y tocó mi frente.
—Estás caliente.—afirmó—Lo que me faltaba, que te vengas a enfermar y justo hoy que es el día de tu cumpleaños.
—No estoy enferma.
—No trates de engañarme jovencita.—me regañó
De nada me serviría replicar. Mi madre era muy obstinada. Mi tío se acercó y me tocó la frente.
La preocupación que reflejaba su rostro me conmovió.
—Sí, estás caliente—concordó con mi madre.
Hasta yo empezaba a preocuparme.
—¿Que sucede?—la voz de mi padre se oyó muy cerca. Mi madre y mi tío no me dejaban ver.
—La niña tiene fiebre.—le respondió mi madre.
—Vamos a llevarla con el médico de aquí.—propuso papá.
Estaban armando una tormenta en un vaso de agua. Yo no estaba enferma. Aunque si que me estaba sintiendo extraña, admití.
Me llevaron rápido con el médico que mencionaron. El hombre me examinó enseguida.
—Así que esta hermosura es es la pequeña Rayilunsel. Pensé que nunca la volvería a ver.—le comentó el médico a mis padres.
Al parecer me conocía de antes aunque para mí era la primera vez que lo veía y mis padres nunca me habían traído a este lugar.
—Por sus clases nunca habíamos podido traerla con nosotros pero ya no podíamos postergarlo más. Ella quería venir desde hace mucho tiempo. Hasta al final que nos sacó la promesa de traerla al cumplir los 16 y aquí estamos pero se viene a enfermar.— respondió mi padre.
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Editado: 18.04.2021