Me estaba desesperado. Deseé ser humana con todo mi ser. Para mí sorpresa comencé a transformarme. Me dolía cada átomo de mi cuerpo volviendo a la forma humana. Aullé por la intensidad del dolor. Cuando pude incorporarme me fijé en qué había conservado mi vestido, estaba rasgado por varias partes pero aún cubría mi desnudez. Por suerte mi madre había escogido una tela muy elástica. Mi ropa interior no había resistido, brillaba por su ausencia.
Salí de mi escondite y llamé con todas mis fuerzas a mi madre.
—¡Mamá!, estoy aquí.
¡Por fin podía utilizar mi boca para hablar!
Observé las tres figuras que más quería en el mundo correr hacia mi encuentro como si de ello dependieran sus vidas. Igualmente acorté la distancia que nos separaba. El primero en alcanzarme fue Dominick. Me abrasaba con demasiada fuerza. Como si pensara que podría desaparecer en cualquier momento o cómo si quisiera comprobar que era real. Le correspondí. Enlacé su breve cintiera y reposé mi cabeza en su amplio y sólido pecho.
—Estás aquí pequeña. Al fin regresaste. Creí que enloquecería.
Era evidente el gran alivio que sentía y lo emocionado que estaba con mi regreso. Se apartó de mí reacio y mi madre ocupó su lugar sin perder el tiempo. La abracé con cuidado. Era el cielo estar acurrucada entre los brazos de una madre.
—¿Porqué te fuiste así? ¿Qué fuiste a hacer al monte? Cuando un huésped me dijo que te vio alejarte casi me muero. ¿En qué estabas pensando?
Después de la emoción viene el regaño y lo peor era que no podía darle respuesta a sus preguntas. No sabía que decir. Sabía que había obrado mal pero fue por una razón más fuerte que yo. No podía explicar nada, ni yo misma sabía que había pasado con exactitud.
—No lo sé... Tal vez fue por la fiebre.—fue lo mejor que se me ocurrió.
Se apartó de mí y me tocó la frente con preocupación.
—Parece que te bajó.—comentó y lanzó un suspiro de alivio.
Gracias a Dios, pensé, porque si llego a tener no hay quien la aguante. Me vino a la mente la voz que decía ser mi madre. Para mí solo tenía una y estaba aquí a mi lado. Decidí no pensar más en lo pasado. Lo importante en este momento era que estaba aquí y era humana de nuevo. Ya me preocuparía por todo lo que pasó en otro momento. Mi mente necesitaba un descanso.
—Ven aquí pequeña.—pidió mi padre extendiendo los brazos y yo me metí entre ellos.—Te adoro, no sabes lo asustado que estaba.
—Es muy cálido el abrazo de papá—expresó Leila(mi voz interior).
—Sí—concordé—papá es un amor.
—¿Lo soy? Es bueno que lo reconozcas.
Por lo visto respondí con palabras articuladas. Leila me iba a enloquecer.
—Quiero descansar—pedí, estaba demasiado agotada, física y emocional.
—Claro cariño. Vamos. Yo te llevaré.—dijo mi madre.
Pude notar que varias personas se acercaban. Me miraban con asombro, curiosidad o lastima. Pero nadie pudo llegar hasta mi persona porque mi padre y mi tío se ocuparon de impedírcelo. Eran mis héroes. Llegué a mi habitación y en cuanto ví la cama quise lanzarme de cabeza pero la voz racional de mi madre me lo impidió.
—Déjame darte un baño primero. Prometo que será rápido. Si te acuestas en este estado no podrás descansar.
Un grito se escapó de su boca cuando reparó en mí, iluminada por la luz artificial del cuarto.
—¡Estás llena de sangre!—expresó con horror.
¡Sangre! Me quedé en blanco.
—¡¿Estás herida?!
No lo estaba pero recordé que me había comido un venado.
—No lo estoy—me apresuré a informarle para tranquilizarla.
—¿Y toda esa sangre de dónde viene?—inquirió todavía alarmada. Creo que no me creyó.
Cómo se lo iba a explicar. ¿Cómo?
—Tropecé con un venado muerto. Quizás lo mató un cazador...
—Sí, nosotras.—me interrumpió Leyla.
Muy inoportuno.
—¡Cállate tú!—grité exasperada.
—¿Porqué me mandas a callar hija? No he hablado.—lucía confusa.
—No fue contigo mamá.—aclaré. Y como dice un dicho: no aclares que oscureces.
Mi madre me miró como si me hubieran salido dos cabezas.
—Seguro que te sientes bien Rayilunsel.
—Segura, totalmente—me apresuré a contestar.—Voy a bañarme.
Me puse las pilas en un segundo y me metí al baño casi a la carrera, cerré con seguro tras de mí. Por los pelos había librado. Tenía que ser más cuidadosa si quería que no me internaran en un hospital psiquiátrico. Suspiré involuntariamente. Me quité rápido mi vestido. Quedó inservible, lo miré por un momento con pesar. Lástima, de veras me gustaba.
Me metí bajo la ducha y abrí la llave. Dejé que el chorro de agua bañara mi sucio cuerpo. Me dolía cada músculo, en realidad cada parte que conformaba mi cuerpo, externa e interna. Si siempre que me transformarse en lobo o regresara a la forma humana iba a ser así, no quería que me volviera a pasar. Para ser sincera no quería que sucediera de ningún modo, con dolores o sin ellos me asustaba. Solo quería ser una chica normal. Solo eso. ¿Era mucho pedir?
Pensé, sin querer, en la voz del bosque. Esa que decía ser mi madre biológica y me vino a la mente una leyenda gitana. “Hijo de la Luna”. Recordé la letra de la canción. Solo esperaba que no tuviera un final trágico como la madre y el hijo.
Salí de baño con una bata de felpa color perla y me acosté. Mi madre aún estaba allí pero fingí no darme cuenta. Me tapé y cerré los ojos, me acomodé de espalda a ella. Sentí sus pasos bordear la cama hasta quedar frente a mí. Poco segundos después sus labios tibios en mi frente.
—Descansa niña mía.—susurró con tierna voz maternal.
Me quedé estática, fingiendo estar dormida. La sentí marcharse pero igual no me moví. Me estaba quedando dormida de verdad.
Me desperté y al abrir los ojos respingué aturdida. Me impacté contra el espaldar de la cama por la sorpresa. ¿Realmente estaba despierta? Dominick estaba sentado en la esquina de mi cama. Me estaba observando. Por lo visto dormí como un tronco porque no lo sentí entrar. Eso no era propio de mí.
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Editado: 18.04.2021