Debía decir la verdad. A mis 88 años, todavía lúcido y con relativa salud puedo y me siento en la obligación moral y ética de confesarme.
- Mi confesión no es con un sacerdote; ya que de ser así, mi penitencia seria unos cuantos rezos y nada más. Sí, he decidido manifestarlo a ustedes que me han honrado con su amistad y admiración desde hace décadas, pensando que respetan a un hombre íntegro, sin embargo amigos míos, si me permiten llamarlos así, su hasta ahora colega no es más que un vil farsante que aprovechándose de ciertas circunstancias los he engañado, falte a la buena voluntad de todos y cada uno de ustedes. Como los efectos que causa un ácido, este secreto ha consumido mi alma hasta el grado de aborrecerme. Quizá por egoísmo y temor es que lo confieso hasta hoy, cuando me encuentro en la parte final de mi existencia. Ya que años atrás al encontrarme físicamente fuerte, mi remordimiento se veía eclipsado por las importantes ventajas económicas y personales que esta mentira me facilitaban.
- Las obras que ustedes conocen como mías, simplemente no son. Estos textos son de alguien más.
-¿Los has robado?
- No. Pero no son míos. Yo mismo no me siento un escritor y no me siento digno de estar entre ustedes.
-¿Bueno… entonces nos aclararas cómo fue que adquiriste estos textos?
- Si, por supuesto. Las obras que se encuentran publicadas y que tienen como autor a su servidor. Han llegado a mí de una manera la cual creo no muchos pueden entender, ya que es un proceso lento pero de intenso discernimiento y profundidad.
-¿Cómo puede ser esto, te puedes explicar por favor?
- Claro, todos sabemos quién fue Edgar Poe. Él no estaba preparado aún para morir en aquel fatídico 07 de Octubre. Su obra se encontraba inconclusa y por razones que he comprendido del todo, me ha elegido para finalizarla.
- Aunque lo que estoy confesando aquí pudiera parecer una broma no lo es. Estoy consciente también que es un evento al que se le considera sobre natural. Pero que esto no los desconcierte, ustedes saben cómo yo que esto ha ocurrido en el pasado y continúan presentándose. Por todo lo que les he estado declarando, deseo y es mi voluntad que se reconozca a Edgar Allan Poe como el legítimo autor de todas las obras que hasta el día de hoy se encuentran publicadas con mi nombre.
El miembro del comité que preside no sabe que responder ante tal declaración.
-Bueno, por hoy ya escuchamos bastante, lo consideraremos y programamos una nueva reunión para finiquitar este asunto.
>Esperen. Sres...¡Piensen que una mentira viaja alrededor del mundo, mientras la verdad se pone las botas!
-¡Esas palabras!…
-¡Esa voz!… ¿qué pasa, quién eres?
Ipso facto y aterrorizados los integrantes de aquella reunión saltan de sus asientos. Esas palabras les eran familiares, las habían leído antes. Pero no era solo esto que los mantenía perplejos. ¡La voz que escuchaban no era ya la de su amigo!
-¿Lovecraft eres tú?
Ahora su camarada presenta una voz desconocida; si, una atmosfera de pavor ha rodeado la habitación y una voz grave y sombría se desprende de aquel hombre.
-Su amigo Howard se ha ido
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Editado: 18.09.2021