Christine suspiro profundo tratando de controlar sus emociones, verlo ahí llamándola en medio de la oscura y solitaria habitación le provocaba miles de sensaciones y ninguna favorecedora en su estado de confusión.
—Si señor ¿Le ocurre algo?
—No, no pasa nada ¿Puedo seguir?
—Es tu casa, no necesitas pedir permiso.
Daniel entro despacio hacia donde estaba reposando su esposa.
—Tambien es tuya, no lo olvides.
Christine sonrió levemente para no contrariar a su esposo pero, como considerar suyo algo que ya había tenido dueña y donde aún no se borraba su esencia de todo lo que ahora supuestamente le pertenecía a ella.
—¿Qué te trae hasta mi habitación Milord?
—Queria agradecerte por lo de anoche - Lord Berry miro su mano aún con la venda de la noche anterior puesta -Lo siento mucho, bebí de más y me disculpo.
—No hiciste nada malo y tampoco eres el único que se pasa de copas - respondió Christine omitiendo lo sucedido en la mañana -Mas bien siéntate, te cambiaré las vendas.
—No te preocupes, ya hiciste mucho, le diré a alguna sirvienta que lo haga.
—Entonces vienes hasta mi habitación para agradecerme por lo de anoche, pero te rehusas hoy a que limpie tu herida y prefieres que lo haga otra persona —Christine se levantó de su cálida cama y se acercó a su esposo -Entonces no tienes nada que hacer aquí.
Su tono sumiso había pasado a ser uno desafiante, estaba dolida por la actitud de su esposo, había momentos donde se portaba como un caballero con ella y había otros donde la ignoraba por completo.
Christine se giró dándole la espalda y se acercó al baúl donde guardaba algunas cintas, sin esperar respuesta tomo una y se la dio a su esposo.
—Ten, está limpia, es mejor que eso que tienes puesto
Daniel la miro sorprendido y sin decir nada más se giró tomando camino hacia la puerta, Christine se sentó en el borde de su cama dándole la espalda a él, su cabeza estaba hecha un lío y su esposo no ayudaba en nada.
Tantos sentimientos encontrados, tantas cosas por decir y hasta por gritar pero... No podía exteriorizar nada.
Daniel tomo el picaporte y giro lentamente hasta abrir del todo la puerta, esperaba algo, no podía descifrar que era pero sentía un vacío en su interior que no podía llenar con nada.
—Mañana espero que estés lista temprano, saldremos tan pronto tomemos el desayuno
—¿Qué?
—Saldremos, nos invitaron a la casa de los Stevens y no puedo negarme.
—De acuerdo — la voz apagada de Christine no demostró la decepción que sintió en ese momento, había pensado que se debía a otra cosa, menos que fuese por simple protocolo.
La noche paso muy lenta para Christine, no podía conciliar el sueño, tenía muchas cosas en que pensar, en que iba a hacer y como rayos lo iba a hacer, porque sus problemas no eran uno solo, cada día aumentaba la cuenta, sin duda estar casada no era como lo pensó.
Si la noche no ayudo a ordenar sus ideas pese al insomnio, a simple vista se notaba que el día tampoco.
—Milady siento despertarla pero el señor está algo... Afanado por la salida de hoy — decía la doncella mientras alistaba de manera apresurada las cosas —¿Esté vestido está bien?
—Si
—¿Qué le parecen estas joyas?
—Si
—Estos zapatos están acordé con su vestido y no los ha usado.
—Si
—¿Cómo desea arreglarse el cabello?
—Da igual.
—¿Se siente bien Milady?
—Si
Lo único que quería en ese momento era que la dejarán en paz, pero no podían, al igual que ellos, ella también debía cumplir con ciertas normas que no estaba a discusión.
Servir a su esposo, eso incluía asistir con buena actitud y disposición a cualquier evento que él dijera.
Quería pasar tiempo con él, pero no en esas condiciones, quería que fuera algo más espontáneo y dónde él no sé sintiera obligado a llevarla.
—¿Estás bien? Apenas probaste la comida.
—Si, solo que tuve muchas pesadillas y no pude dormir bien — su tono sarcástico solo hacia que el conde perdiera los estribos.
Pese a los intentos de llevar una plática tranquila durante el recorrido hacia la casa de los Stevens, no se pudo tener esa afinidad, tanto Christine como Daniel chocaban en sus opiniones, incluso Daniel pensó ir en otro carruaje, pero por simple educación y deber tendría que llegar en el mismo coche que su esposa o se verían en ciertos problemas sociales, algo que no estaba dispuesto a tolerar nuevamente.
Pasaron muchas horas antes de llegar a su destino, el camino fue algo tormentoso, no solo por sus pequeñas disputas sino por las condiciones de la carretera, había llovido mucho últimamente y eso hizo que los caminos reales estuviesen en muy malas condiciones.
—Si hubiera sabido que la vía estaría así, les hubiera dicho que mejor vinieran ellos a la mansión.
—No es momento de lamentarse, ya llegamos.
—Para una próxima invitación enviaré a los lacayos para que revisen las vías.
—¿Enserio te tomas todo tan a pecho?
—Claro
—¿Enserio harías eso?
—No digo nada en broma, jamás, siempre he sido muy honesto al hablar.
—¿Qué ves de malo en mí? — preguntó Christine sin pensar si quiera la respuesta que podría darle él.
—¿A qué se debe tu pregunta?
—Solo tenía curiosidad de saber cómo me ven los demás, ya que dices que eres honesto al hablar quería saber tu concepto hacía mí.
—Eres narcisista y caprichosa.
—No soy así... Solo te estás fijando en cosas superficiales, te lo dije la vez pasada ¿Recuerdas? Solo estás viendo el caparazón de las personas, no su contenido.
—¿A qué te refieres? Si me quieres decir algo en específico, dilo.
—Solo que...
Sus palabras fueron detenidas por la voz del mayordomo que los invitaba a seguir a la casa de los Stevens.
—Sean bienvenidos condes de Berry, síganme, los guiare hasta el salón.
El hogar de los Stevens no era tan grande, ni lujoso como el de su esposo, pero se sentía tan acogedor y cálido, era realmente muy reconfortante.