Un día en el parque de diversiones

CAPÍTULO 2

El constante ruido de un claxon proveniente de cuatro automóviles más adelante le estaba provocando una jaqueca a Héctor, el conductor del único autobús de excursión que había en la larga fila de automóviles. Cuando oía como el sujeto insistía con el claxon, le daban ganas de contestarle, ya sea presionando la bocina con más insistencia o saliendo del autobús para romperle la cara. Pero tenía dos buenas razones para no hacerlo. La primera era que ya tenía dos reportes de incidencia y estaba amenazado con ser despedido. Y la segunda porque sabía que si salía, los pequeños monstruos que, hasta hace dos horas había considerado como niños educados, saldrían corriendo como si se tratara de ganado.

Al voltear disimuladamente hacia el pasillo, sintió pena por la maestra; quien se movía constantemente de un lugar a otro, manteniendo la calma mucho mejor de lo que él lo haría.

Las bolas de papel volaban en todas direcciones, razón por la que la maestra apenas alcanzaba a ver quién las aventaba. Cuando descubría a uno de los niños a punto de llevar a cabo el acto, se paraba frente a él, pero al abrir la boca para llamarle la atención, surgía otra situación y se apresuraba a atenderla.

De los pocos niños que no participaban en la guerra de bolas de papel, que había iniciado desde los últimos asientos media hora después de que se detuvo el autobús, algunos se dedicaron a hacer algo más tranquilo. Como dos niñas que estaban en los primeros asientos del lado izquierdo jugando a chocar las palmas o cuatro filas más atrás, donde también estaban dos niñas, pero estás se susurraban algo al oído y miraban con precaución a un niño que estaba dos asientos detrás de ellas del lado izquierdo, quien le contaba chistes a cuatro amigos suyos que lo rodeaban.

Eso sí, si alguna bola de papel los alcanzaba a golpear, la devolvían sin miramientos.

A algunos niños les ganó el hambre y sacaron de sus mochilas lo que les habían preparado para el almuerzo, provocando así que el autobús se llenara de olores a mayonesa y huevo. Cuando alguno de los niños que estaba arrojando bolas de papel se daba cuenta de que uno de sus compañeros estaba comiendo, al grito de “matanga y cabe” se lo arrebataba y comenzaba a devorarlo lo más pronto posible. La mayoría de los que sufrían esto solo respondían con un “hey” y se limitaban a ver cómo eran devorados sus almuerzos. Otros tantos lloraron, y pocos fueron los que respondieron a tal acto, ya sea tratando de recuperar la comida o ya de plano confrontando al agresor con un empujón. Sea como sea, esto terminaba con parte de la comida tirada por el suelo.

 

 

—Niños, por favor, quiero que regresen a sus asientos y se comporten —ordenaba mientras se movía en lateral por el pasillo, tratando de no golpear a alguien o de pisar algún pedazo de huevo

 

—¡Disculpe! —le dijo la maestra Isabel a Héctor, quien al agitarse presionó por accidente la bocina—. Lo siento —se disculpó varias veces cubriéndose con ambas manos la boca.

—¿Qué necesita? —preguntó.

—Quería saber si tiene algo para entretener a los niños por un rato —sonrió de forma nerviosa.

—Pensé que ese era el trabajo de ustedes —se carcajeó dándose una palmada en la pierna. Al ver como la sonrisa de la mujer se transformaba en un gesto ofendido, tragó saliva y buscó a tientas en una caja que tenía a la derecha.

Solitario, ocupando el asiento junto a la ventana de los penúltimos asientos se encontraba Leonardo, un niño de piel morena, cabello castaño y bajito en comparación al resto de sus compañeros. Sus ojos marrones estaban fijos en una cosa, la montaña rusa.

El día que la maestra Isabel les dijo que irían al parque de diversiones como última excursión de grupo, todos gritaron de alegría al punto de arrojar al aire sus libros y cuadernos.

Al recibir su folleto, Leonardo leyó con mucha atención los párrafos que resaltaban en letras blancas. En su mente fueron quedan palabras como: Diversión, increíble, inolvidable. Al voltear el folleto, su sonrisa aumento aún más. Era un mapa con bastantes ubicaciones.  Cada que centraba su mirada en una de las imágenes respectiva a la atracción, algo más llamaba su atención. Al mirar unas palabras que debían ser el nombre del parque, rio en voz baja. Pero dicha risa se transformó poco a poco en un gesto de preocupación al ver que debajo del nombre había una montaña risa. Por suerte, esto no duro mucho tiempo cuando la maestra habló de nuevo.

—Niños, quiero que miren con atención los juegos. En cinco minutos haremos una votación para saber a cuáles subiremos…



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En el texto hay: misterio, suspenso, problemasfamiliares

Editado: 04.11.2019

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