"El celular sonó y rasgó el silencio de la mañana, pero fue la voz en el teléfono la que realmente me sacó del letargo."
—¿Señorita Ford? —dijo una voz grave, casi helada—.
—Sí, soy yo —dije, y aún el peso del sueño seguía en mis ojos.
La llamamos de parte del Tribunal de Justicia de Highland Park. La hipoteca de su casa ha sido cancelada—. Un sentimiento de alivio cargado de asombro se apoderó de mí; no podía creer lo que oía. "Tengo esperanzas", pensé dentro de mí.
—Alguien ha reclamado los derechos sobre su propiedad—. Mis sentimientos de esperanza se desmoronaron como la arena.
Mis manos, aún adormecidas, temblaron al sujetar el teléfono. No era un buen día para esto.
—¿Cómo...? —la incredulidad se asomó en mi voz— ¿Quién está reclamando la propiedad? No recuerdo tener más familiares.
—Lo siento, pero no puedo dar más detalles ahora mismo. Es urgente que se presente mañana en el Juzgado Central de Highland Park a las 9 a. m. Por favor, sea puntual. Gracias —la llamada se cortó, y dejé el teléfono caer sobre la mesa, sintiendo que mi mundo se tambaleaba.
—Esto no puede estar pasando —murmuré—, perpleja, cubriendo con mis manos el rostro.
Me senté en la cama, mi estómago era un nudo. La pesadilla de la noche anterior aún revoloteaba en mi mente. "La figura aterradora, con su bata mugrosa y el cabello desordenado. Eran solo ecos, pero se sentían tan cercanos. Descalza, recorrí la casa, notando cómo el aire frío me envolvía. A la derecha, la oscuridad de la noche aún se hacía presente en mi interior; a la izquierda, la luz del día me retaba a enfrentarlo todo."
Es duro mirarme en el espejo y ver cómo, con solo 25 años, cargo con un dolor que parece desproporcionado. Mi cabello rizado, una de las cosas que solía adorar y que mi madre siempre elogiaba, ahora parece un recordatorio de lo que se ha roto en mí. Vivir en una ciudad como Highland Park, con sus residentes elegantes y reconocidos, parece solo un eco lejano de lo que fue mi vida.
Extraño a mis padres con una intensidad que a veces me resulta insoportable. ¿Cómo pudieron dejarme? ¿Cómo pudo un simple accidente de autos arrebatarme todo? Las lágrimas caen por mi rostro al pensar en ellos. Y ahora, aquí estoy, la única heredera de los Ford, enfrentando la desolación de un legado arruinado. Las deudas han llevado al banco a tomar nuestra mansión, y yo me encuentro buscando distracción en un bar nocturno, haciendo un trabajo que no llena el vacío que siento. Aunque el trabajo es un alivio momentáneo, es solo un escape parcial de una vida dolorosa y de los sueños horribles que me han atormentado desde niña.
La noche se hace notable. Tomo las llaves de mi auto de la mesa de noche, me pongo mi bolso negro, termino de arreglar mi largo cabello castaño y rizado y lo hago una cola.
Bajo las enormes escaleras de la solitaria mansión Ford lo más rápido que puedo, tratando de llegar a mi pequeño auto, un Volkswagen que no era muy moderno pero me había acompañado estos últimos años en los que mi familia quebró y tuve que vender mi lujoso Mercedes. Las calles de mi misterioso pueblo en la noche lucían más sombrías de lo que ya eran; las grandes mansiones con enormes jardines le daban un tono algo elegante pero a la vez intrigante, como si ocultaran algo bajo su superficie.
El viaje al bar no tomó mucho tiempo. El enorme cartel con el nombre impreso "Highland" iluminaba la oscura calle.
Me adentré, abriéndome paso entre la apretada multitud que bailaba y cantaba como si no hubiera un mañana, y me dirigí a mi taquilla en la parte trasera para ponerme mi uniforme.
El bullicio de la estruendosa música hacía que tuviera que esforzarme por escuchar a los clientes. Algunos eran muy atentos y agradables, pero otros eran muy irrespetuosos, algo a lo que ya estaba acostumbrada. El DJ paró la música para tomar el micrófono; era un chico nuevo de figura atlética, de cabello castaño, su tatuaje extravagante en el brazo derecho y su arete en la oreja lo identificaban como roquero.
—Se llama Ryan —me dijo Ruth, empujándome suavemente al darse cuenta de que me había detenido a mirar al cantante.
—Puff —hice un gesto aburrido y ella sonrió. Ruth era mi compañera de trabajo por la que había desarrollado un gran afecto; al igual que a mí, la vida no le había dado muchas alegrías.
Mi jefe se acercó para pedirme que le apoyara en la zona VIP, y me dirigí hacia allá. Siempre me enviaba, ya que decía que, a pesar de ser hermosa, también era muy amable, algo que es muy cierto, ya que fui criada con una excelente educación, dado el estatus de mis padres, y, bueno, mi mezcla racial algo morena por parte de mi madre, que era mexicana, me ha favorecido mucho.
Me dirigí a la sala VIP; allí, el bullicio de la música era menos audible, algo que agradecí enormemente. Me acerqué al enorme y lujoso sillón para ofrecer mis servicios y lo que vi me dejó helada. Un hombre de presencia imponente y enigmática, de solo mirarlo podía sentir su imponente presencia; su cabello, tan negro como la noche, caía denso sobre sus hombros. Tenía un porte de un hombre de unos 30 años, pero que daba la impresión de tener muchos más. Vestía un traje negro que, aunque lujoso, parecía haber sido comprado en otra época; al juzgar por su aspecto, era muy rico. Estaba sentado frente a mí y a su lado, una hermosa mujer de cuello largo y cabello rojo que resaltaba en su piel extremadamente blanca. Ambos reían complacidamente.
Me acerqué a la mesa para realizar mi trabajo, un poco nerviosa por la apariencia de aquel sujeto pero con el valor que siempre me ha caracterizado.
—Buenas noches, espero que estén disfrutando la velada. ¿En qué puedo ayudarlos? ¿Desean tomar algo? —les pregunté con amabilidad y la mejor de mis sonrisas.
—Puede traer una botella de champán —me dijo la mujer pelirroja con un tono arrogante y apartó la mirada de mí como ignorando mis palabras.