El ruido del enorme bulto de libros resonó en la mesa como una sentencia. La nube de polvo se infiltró en mis pulmones, causando una tos insoportable.
—¿En serio leerá todo esto? —dijo la mujer de enormes espejuelos, con cara de cansancio, mientras levantaba sus finas cejas con aburrimiento.
—Al menos lo intentaré —respondí, haciendo un leve suspiro.
—Como desee, si necesita algo más, estaré en mi escritorio —dijo la mujer mientras se marchaba a su lugar de trabajo.
Me apresuré a tomar asiento y comenzar la larga búsqueda de todo lo que tuviese que ver con las historias de brujas y misticismo de esta ciudad.
Levanté mi cabello en un moño, buscando así una mayor comodidad. Abrí un gran libro, hojeé cada página, pero solo podía encontrar historias que parecían los cuentos que me contaba mi madre de pequeña antes de dormir. Estaba agotada de buscar sin encontrar nada. Pero uno de los libros logró ofrecerme algo más que cuentos. Su apariencia antigua, sus hojas manchadas de amarillo por los años, me llevó a escudriñarlo más a fondo.
Tenía los mismos símbolos que contenía el libro escarlata en las pocas hojas que conservaba. Saqué el pequeño libro que había sido de mi abuela para comparar las figuras. Eran exactamente los mismos: un enorme círculo con una estrella dentro, enlazada por líneas perfectamente trazadas, pequeñas letras como si fuesen un idioma antiguo y un sinnúmero de dibujos que jamás comprendería.
Indagué aún más, como sumergiéndome lentamente en un mar de conocimientos en el que los secretos se movían como extrañas criaturas marinas. En el interior, había descripciones extrañas. Hablaba de unos rituales en lo profundo del bosque desde tiempos remotos en Dallas. Mientras más leía, más atormentada me sentía.
Las extensas líneas que relataban horribles rituales de sangre, hechos con animales e incluso personas, me erizaban la piel. Leía cada palabra y sentía una sensación, como si pudiese ser observada por alguien más. —¿A quién eran dirigidos estos rituales? ¿Y para qué?— me pregunté a mí misma, mientras ponía una mano en mi frente, mojada por el sudor.
Una frase conocida hizo que mis ojos se abrieran de par en par: ... El Ser ofrece riquezas a través de un pacto de sangre... Era la misma frase escrita en el libro de mi abuela. Pero, ¿quién es el Ser? No pude evitar recordar las palabras de Ryan cuando me contó la leyenda de Highland. Entonces, este Ser debe ser una especie de demonio o algo así; no entendía bien.
Sentí un leve mareo; cada estante de libros se unía a las mesas formando un círculo a mi alrededor, sintiendo el peso de los descubrimientos. Realmente ya no podía seguir leyendo. Entonces... ¿mi abuela pertenecía a este grupo de servidoras que obtenía riquezas a través de la sangre de alguien? ¿Un sacrificio? Lo peor era que ella lo fue y yo también lo soy. Pero no puedo imaginar esta serie de rituales horribles. ¿A qué se refería mi abuela con "El... ¿el supuesto Ser al que nadie ha visto"?
El miedo recorrió mi nuca, haciendo que sintiera un escalofrío alarmante. Al parecer, la leyenda era más realidad de lo que anteriormente pensaba. Intentaba respirar de forma normal, pero no podía. Mientras más encontraba, más oscuro y turbio me parecía todo. Era como si a este rompecabezas le faltara muchísimo más por armar.
Miré el reloj y eran ya las 9:45 a.m.; me apresuré a devolver todos los libros, mientras me reponía del impacto de lo descubierto. Tenía la reunión con el juez, Ryan, James, este hombre...
—¿Cómo lo miraré ahora? —pensé mientras corría a mi auto; la reunión era justo a las 10 a.m.
Llegué 5 minutos antes. Aún distraída, corrí a la sala. Ryan estaba de espaldas, con sus manos en la cintura, mirando hacia arriba, claramente ansioso. Su traje finamente a su medida le daba un toque más elegante y menos alocado.
—Llegué —dije, apenada por mi demora.
Ryan suspiró con alivio, se dio la vuelta y me sonrió.
—Vamos, entremos.
—Ryan, no conseguí encontrar ningún documento antiguo de mi abuela —dije a modo de disculpas.
—No pasa nada, pero sigue buscando —dijo mientras abría la enorme puerta.
La amplia oficina se sentía inmensa. El hermoso despacho del juez anciano se llevaba toda la vista. Busqué a James con la mirada mientras me dirigía a saludar al señor de cabello blanco, que sería el que tendría la última palabra ese día. No había rastros de Audrey ni de su abogada.
—Buen día, señorita Emma, tomen asiento, por favor —dijo el juez, señalando el asiento gris de aspecto acogedor a un lateral.
Ryan miraba a los lados, con una expresión de victoria y seguridad, con sus enormes piernas cruzadas y su mentón alto, como disfrutando algo que solo él sabía. Movía mis piernas con ansiedad; James estaba retrasado, y me preocupaba el hecho de que pudiera llegar a ausentarse.
Mi tacón sostenía mi ansioso pie que se movía con inquietud. El sonido de la puerta se abrió y mi corazón saltó de un brinco; podía escuchar los latidos en mis oídos. La hermosa abogada Smith hacía su entrada, con sus enormes tacones y su falda elegante a la altura de las rodillas. Su cuello largo lucía impresionante con su cabello rojo recogido con elegancia.
Me miró con una sonrisa macabra, como si al igual que Ryan tuviese la certeza de la victoria. Pero no era a ella a quien buscaba, ¿dónde estaba James? Me puse de pie para saludar a la esbelta mujer. Mis manos frías y la sensación del extraño sabor de los nervios en mi boca eran desesperantes.
—Buen día.
La voz dura de James me paralizó. Esa voz que días antes me había susurrado al oído estremecía mi interior; ahora estaba estremeciendo más que eso, mi entorno. Él se dirigió a Ryan con su gesto cortés; me limité a mirar hacia el frente, evitando todo contacto con él.
Sentí su presencia frente a mí y me vi obligada a mirarlo. Su rostro tan definido, sus ojos negros llenos de intensidad. Su traje, arreglado a la perfección, y su cabello hecho una cola me hicieron temblar.