Un eco ancestral

26 De vuelta a casa

—¿Estás segura de esto, amiga? —preguntó Ruth, su preocupación palpable.

—Sí, al menos eso creo —respondí con un profundo suspiro, como si el aire pudiera distorsionar la realidad.

Habían pasado dos días desde el juicio. Me había concentrado en la mudanza, pero sabía que vivir junto a James sería un gran reto. ¿Sería esto aún más peligroso? ¿Estaría entregándome en bandeja de plata a mi enemigo? La enorme habitación, antes un refugio que había abandonado por un tiempo, me daba la bienvenida. El suave olor a violetas se infiltraba en mi nariz, trayendo consigo recuerdos que ahora me llenaban de nostalgia y miedo. Las hermosas cortinas color crema, lujosas por los arreglos que James les había hecho, le daban un estilo acogedor.

Parecía como si todo hubiera sido cuidadosamente preparado para mí. Unos sillones grises robaban la vista, con una mesa en el centro. En ella, unas delicadas flores violetas resaltaban en un jarrón transparente.

Mi aliento se atascó en la garganta como un pedazo de corcho. Dirigí mi mirada hacia las flores, culpables del aroma espectacular de la sala. Fui hacia ellas, con pasos lentos y marcados, como si el perfume suave me guiara. Mis manos se posaron en el contorno de las delicadas flores. Su aspecto tan sensible, tan hermoso, me sumergió en un mar de recuerdos.

—¡Gorda! —dijo Ruth, su voz sonando con asombro—. ¿El misterioso James preparó esto para ti?

Sus palabras me hicieron cuestionar mis pensamientos. Tenía razón, ¿quién, si no James, podría haber ordenado que todo estuviera así? Me volví hacia Ruth, saliendo del éxtasis que las flores habían provocado en mí.

—¿Qué dices, Ruth? Por favor... seguramente es parte del trabajo de la ama de llaves.

No podía creer mis propias palabras. Era cierto que James era enigmático y frío, pero había algo en él que me atraía, algo más allá de su máscara. La posibilidad de que él, mi enemigo, hiciera algo tan considerado me llenaba de confusión. ¿Podía estar enamorada de alguien que también era mi amenaza?

Despedí a Ruth en las enormes puertas de la mansión. Ella me abrazó y su calidez y apoyo me dieron valor para enfrentar lo que venía. Me dirigí a las escaleras para volver a mi habitación. Toda la enorme casa estaba en calma; la decoración ahora era diferente, conservaba casi todos los adornos de mi familia, pero tenía un toque más refinado, con un estilo algo antiguo pero elegante. El aroma era indescriptible, pero suave, casi embriagante. Lo extraño era que no había un solo cuadro de James o de algún familiar; al parecer, no era su estilo o intentaba ocultar su linaje. Todo tan perfectamente arreglado, pero a la vez tan vacío.

Volví a mi cuarto a acomodar todo. Mi teléfono sonó y fui por él. Era un mensaje de Rian: Hola, hermosa, ¿cómo vas?

Lo leí y no pude evitar una sonrisa, siempre tan preocupado y atento. James ni siquiera se había tomado el trabajo de saludarme. Pero, ¿qué querías, Emma? ¿Qué te diera un abrazo y un beso de bienvenida? Me pregunté, avergonzada de mis pensamientos. Pero sí, algo en mí esperaba a James, y más que esperar, algo en mí lo anhelaba.

La puerta semiabierta se abrió completamente. Mi corazón dio un salto del susto. Me voltee con la esperanza de ver a Rian.

—Hola, señorita Emma, bienvenida. Soy una de las mucamas, me llamo Eli —dijo una chica de baja estatura, vestida de empleada con una pulcritud envidiable.

—Muchas gracias.

—El señor Audrey la espera para la cena, le dará la bienvenida —dijo, haciendo un gesto de reverencia, y se marchó sin más, como si se le hubiese ordenado no escuchar mi respuesta.

La ira me paralizó el pecho, y llevé mis manos a la cara mientras me dejaba caer en la enorme cama. ¿Qué se creía James? ¿Mi dueño? Sentía una cólera creciente, pero a la vez agradecía poder volver a verlo.

Tomé un baño para quitarme el peso de la vida, que cada vez era más duro llevar. Fui por mi ropa, seleccioné un vestido sencillo de color rosa pálido que ajustaba mi fina cintura y se abría en la parte inferior, dándome un toque más joven. Me acerqué al gigantesco espejo y mi rostro lucía, de cierta forma, hermoso, sencillo. Mis ojos marrones y mi cabello rizado suelto me hacían sentir que, al menos, la belleza no me abandonaba.

Bajé a la cena y la enorme mesa deslumbró mi vista; tenía muchos platos, como un festín para muchas personas. Sentí un leve nerviosismo, como si las mariposas volvieran a mi estómago una vez más. El olor a asado, dulces y bebidas se mezclaba en el aire. Tomé asiento despacio, perdida en todo lo que mis ojos estaban viendo.

—Bienvenida, Emma.

Las palabras duras y roncas de James en mi oído me llevaron a un mundo lejano. Mis piernas se derretían como mantequilla. Mi respiración se aceleraba, intentando calmar mi estado de nervios.

Su cercanía me había tomado por sorpresa. Allí estaba yo, perdida en ese olor a menta refrescante y la sensualidad de su voz. Se alejó para tomar asiento; llevaba su cabello suelto, una camisa negra semiabierta en la parte superior. Se apartó un mechón de pelo para dirigir su mirada hacia mí.

—Hagamos una tregua ahora que viviremos juntos, ¿no cree? —hizo una carcajada sarcástica.

Claramente me incomodaba, pero no podía dejar de ver su rostro, lo atractivo que se veía.

—Adelante, Emma, coma lo que quiera —dijo estirando una servilleta con elegancia.

—No tenías que molestarte en arreglar mi habitación —dije sin mirarlo mientras troceaba un pedazo de carne en un plato blanco—. Pero... gracias por el detalle y las flores violetas —tosí.

—¿Te gustan las flores violetas? —sonrió con un tono burlón mientras se llevaba el tenedor a la boca.

—¿Esto es un juego para ti, verdad? —sus palabras me hacían enojar, como si constantemente buscara burlarse o jugar conmigo.

Él se limpió la comisura de los labios y se recostó en la silla, dejando ambas manos libres alrededor del plato.

—Las flores violetas simbolizan cambio y transformación. Es justo lo que veo en ti.




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