La realidad de un día lluvioso
He sido pacifico, no hubo mayor problema en mi vida, entonces, porqué debo morir. Mis padres en algún momento supieron que me llamo Daniel ¿verdad? Se recordó alguno de ellos cuando era mi fecha de cumpleaños ¿No? Al fin y al cabo, los padres hacen eso, pero la realidad es que pase mi infancia en un orfelinato, ya sabes, donde llegan niños a los que los padres no han podido proteger.
Vamos, tienes 24 años Daniel.
Las personas más cercanas no saben que me queda, a lo mucho, un mes de vida. La oficina sigue siendo la misma y temo que eso cambie al entregar mi renuncia, no sé ni que es lo que le sigue a mi vida.
—Daniel, amigo —Steve ha sido mi amigo desde hace unos meses—. Tendremos una cena con el grupo de marketing.
—Si.
—¿Vendrás?
—Claro.
Decidí llamarlo amigo, aunque no sé cómo es uno realmente.
Tras el ventanal observo la lluvia al caer y me hace preguntar si las personas allá afuera llevan consigo un paraguas. La lluvia no es bienvenida en mis días, los días de lluvia los vivo de mal humor. Así es como soy.
El día que dejaré de existir ya está cada vez más cerca. Soy joven pero pronto estaré muerto. ¿Se llamaría vida a un trayecto tan corto? 24 años a los cuales, si le descontamos lo que no recuerdo, serían 19 años. ¿Fui feliz? Hubo más dolor qué alegría, menos amor y más esperanza de sobrevivir un día a la vez.
Y ahora estoy a un mes de morir, gracias al cáncer que lleva habitando en mí, desde hace seis meses, sabía que este día llegaría aún así la esperanza estaba bajo mi almohada con cada despertar.