Decimo Acto: Dolor y felicidad
Me dolió mucho quizá más de lo que me gustaría aceptar —Sé que estás enfermo—. ¿Quién te recibe con esas palabras al despertar? Claro, Isa —Lo sé desde hace un tiempo... Lo siento —mi corazón se detuvo por medio segundo—. Yo lo sabía, pero quería que fuéramos felices en estos últimos días —eso me hizo preguntarme si ella estaba conmigo por lástima.
—¿Sientes lástima por mí?
—Me quedan siete días —no quería aceptar lo que hace unos días temía—. Me quedan siete días de vida si todo va bien, podré estar contigo siete días Dan—hablo entre llanto.
—Estás jugando ¿Verdad? ¡Dime que estás bromeando! —el miedo se apodero de todo mi cuerpo—. ¿Isa?
—No creí que empeoraría más —me destrozó verla llorar, la primera lágrima que resbaló por su ahora melancólico rostro fue como una aguja pinchando sin ninguna inseguridad mi piel. El resto de sus lágrimas fueron como un golpe en el estómago luego otro en el rostro.
Ella realmente lloraba y esta vez no mentía, era verdad—. Quería reír y tener a alguien.
—¿Qué pasara conmigo? —era egoísta de mi parte pensar solo en mí, pero siempre espere tener una familia ¿Qué pasa con un huérfano que no supo que era que alguien te amará? Yo quería que ella viviera mucho más.
—Tú también te irás.
El nudo en mi garganta aumentaba, las ganas de gritar quedaban grandes en mí.
Isa vestía una bata rosada con un inmenso suéter que le cubría hasta sus pequeñas rodias. Su rostro seguía pálido, y podría decir que más delgado, supongo que por las dos semanas que habíamos estado distanciados. Su cabello ya no brillaba, sus ojos ya no tenían esa chispa, sus labios estaban resecos, su voz había perdido la calidez.
—La muerte no es el final Dan. Quizá nuestro destino es estar juntos, por favor búscame, yo te buscaré en mi otra vida sin importar que seas un feo sapo —levantó su rostro y me dio una sonrisa.
—¿Aún si soy un piojo? —teníamos que aceptar que nada es para siempre o de eso me quería convencer Isa.
—No cepillarse el cabello, será una de mis normas. Te cuidare con toda mi sangre, pero no chupes mucho sino creo que explotaras.
—Tendré precaución, aunque contenerme a usted señorita es muy difícil.
—Tonto —tenía un leve rubor empapando su rostro.
—¿Te quedas conmigo? —no teníamos que perder nada de espacio entre nosotros.
Al escucharme me besó la mejilla, fijo su vista en mí para luego sonreír. Me enamore de ella por milésima vez.