Decimo Acto: Dolor y felicidad
Parte 2
Realmente no entendía como se sentía saber que ambos estábamos al borde del abismo.
—¿Tú familia sabe que estás enferma? —la única respuesta que se me ocurría era que sus familiares no sabían por ese motivo ella salía a cualquier hora sin preocupaciones.
—Toda mi familia está muerta.
—¿Desde hace cuánto?
—Mis padres junto a mi hermana hace siete años, mis abuelos hace cinco años, ¿Sabes qué es lo bueno de ser la última en morir?
Le respondí con un movimiento de cabeza.
—Es que ellos no sufrirán mi muerte. Ahora quizá estén en algún lugar mejor o quién sabe y no lo estén, pero no sufrirán porque yo no esté a su lado, prefiero esto mil veces a que ellos estén y sufran.
—¿Has superado su muerte?
—Vivo con ello.
—Ya veo.
—Steve no me hablo de tus familiares. ¿Tienes?
—Soy huérfano.
—Si es así, yo soy tu mamá, papá, hermana, tía, tío, prima, primo, sobrina, sobrino, amiga y por supuesto; Tu esposa.
—¿Lo serías?
—Ajá.
—Entonces —la bese—. Es extraño ya que bese a mi mamá, papá, hermana, hermano, tía y de último bese a mi esposa... Oh y también bese a una amiga.
—Pues entonces soy tu esposa, madre de nuestro hijo, abuela de tus bisnietos y la tía de tus sobrinos.
—Eso suena mejor.
—Por cierto, compre un perrito, es de felpa, ya sabes así también lo incineran.
—Por un momento pensé que matarías al perro, pero era solo un peluche –su risa sonaba débil.
Era de ciegos no ver lo mal que nos encontramos.
Isa se quedó dormida al cabo de unas horas.
—Ella está muy mal, las posibilidades de que pase una semana más son nulas —dijo Steve con voz entrecortada.