III
VIAJE AL INTERIOR
Círculos de color verde, rojo y dorado se alargaban y empequeñecían. Líneas azules iban y venían, su cuerpo se sentía liviano, las nubes se tornaban moradas y el firmamento se coloreaba de un naranja oscuro. Varios gigantescos arcos de verde fosforescente parecían danzar.
«Estoy en el cielo».
Unas nubes oscuras se colocaron debajo de él y lo alzaron hasta lo más alto, el viento soplaba y le daba gran confort, cómo si sintiera la suave mano de su dueño acariciando su fino pelaje.
—Ñañandu ¿Qué haces? —escuchó una voz.
—Viajo.
—¿A dónde?
—No lo sé, solo sé que viajo.
—Muy bien, eso es lo único que importa.
Ñañandu sentía que cruzaba un orbe azul y al lograr traspasarlo, las estrellas le saludaron y varios soles de rostro sonriente le soplaron en el semblante. Ñañandu miró hacia abajo y corrientes cristalinas se desplegaron cómo si fuesen un suave lienzo. Lo pensó por unos momentos y se aventó a aquellas aguas. Pescaditos de colores se acercaban y le rodeaban, entonces un humo morado con destellos blancos lo envolvió.
—¿Qué fue todo eso? —Ñañandu se desperezó.
—Creo que ya estás listo para montar a la flor —respondió Isidor.
—La voz que escuchaba, era la tuya.
—Así es, te estaba guiando, era necesario para que ella te pudiese llevar, llevarte ante la diosa del sol, ahora tu inconsciente está listo, al igual que tu —acotó Katna.
—¿Llevarme, quién me llevará? ¿Y por qué me hablas de eso del inconsciente? Nunca escuché sobre ello.
—Lo conocerás cuando ella te lleve, yo también te acompañaré, cuando me transforme.
—¿Transformarte, en que, Isidor?
—En mi nuevo ser, todos necesitamos transformaciones. Tú también te has transformado, ya no eres ese minino casero, ahora eres un alma viviente de este bosque.
—Continúa por aquel sendero —Katna apuntó con uno de sus pétalos— Ñañandu, si sigues recto darás con el rio principal. Allí ella te espera. Te espera Purana.
—El poder de tu entrecejo está abierto, mientras lo esté, podrás subir en ella, por eso debes apurarte, encuéntrala—apremió Thien.
—Gracias Katna, Isidor, Thien, gracias por todo.
Ñañandu se apresuró, corrió, saltó zanjas y cruzó arbustos y helechos hasta llegar a la orilla del río principal, por momentos sintió que unos afilados ojos se clavaban sobre su lomo.
Allí lo esperaba una hermosa flor de loto que brillaba de un delicado color naranja fosforescente.
—¿Eres tú, Purana?
—Así es Ñañandu, veo que el poder de tu entrecejo está dilatado.
—Sí, Isidor y Katna me ayudaron.
—Entonces ven, sube Ñañandu.
«Transmite una gran paz y su voz es vivaz y melodiosa». Pensó Ñañandu para sí mismo.
El felino dio un salto y ya estaba dentro.
Las aguas se movían tranquilamente aunque en el fondo parecía haber turbulencia. El color de Purana transmutó en un azulado oscuro.
—No temas, Ñañandu, esas son las energías que nos mueven, ahora, al tener tu entrecejo abierto, puedes verlas con total claridad.
—Puedo ver esas corrientes en todas partes, en el aire, en las nubes, hasta dentro mío.
El río los llevó hasta el borde de una catarata y al descender por ella, Purana levitó y anduvo largo trecho, flotando.
—El cielo, lo sigo viendo de color morado.
—Pronto lo volverás a ver con normalidad, Ñañandu.
—Mis amigos, ¿Qué ha sido de ellos?
—Tus amigos…pudieron sobrellevar al enemigo que se les interpuso.
—¿Enemigo, cual enemigo?
—El Merodeador desarrolló la habilidad de apoderarse de las almas de algunas de las criaturas que habitan este bosque.
—¿Se apoderó de alguno de ellos?
—No, Ñañandu. Por favor, que ninguna preocupación turbe tu mente, eso bloqueará tu conexión con la diosa del sol.
—Si, tienes razón, ahora entrar en vínculo con ella es lo único que me debe importar.
Gotas de lluvia empezaron a caer de a poco, Ñañandu se puso nervioso.
—Es solo un poco de agua, mi felino amigo, trata de relajarte, se uno con la lluvia.
— ¿Uno con la lluvia?
El felino blanco cerró sus ojos, dirigió su rostro hacia arriba e intentó sentir el ligero tronar de los cielos. Recordó por momentos, cuando vivía con su amo, los truenos le aterraban, pero ahora, solo le proporcionaban bienestar a su alma.
Sentía el lento recorrido de las gotas caminar por sus bigotes, por su frente, el trueno, por primera vez en su vida le pareció un canto melodioso. Todo a su alrededor asemejaba estar pintado con acuarelas.