Un golpe más para no rendirse

II. Sentencia de muerte

Ahora las voces eran ecos; mi bolso que en un principio lo sentía liviano se volvió en el momento muy pesado por lo que lo deje caer en seco al suelo. Trataba de poder controlar la situación, cerré los ojos por un instante lo que resulto una malísima idea, ya que luego sentí que todo se movía, por ello perdí el equilibrio, parecía que iba directo al piso, sin embargo, logré apreciar que me sostuvieron. El chico me hablaba y no podía entenderle lo que decía, entre en desesperación no abrí los ojos, pero estaba concientice que había comenzado a llorar.

–Rochele, cariño... has entrado en una... dominarlo – decía una mujer, no era capaz de comprender que era lo que intentaba decir, escuchaba su voz cortada – Hay... a enfermería.

Desperté en una habitación muy iluminada por el gran ventanal que tenía, que al comienzo desconocí. La camilla lejos de ser un lugar cómodo estaba fría y tenía un paño húmedo en mi frente.

–¿Cómo te sientes? – me sobresalte del susto, inútilmente no me percaté de que había compañía – Lo siento, no quise asustarte.

–¿Qué hago aquí? – con esfuerzo conseguí incorporarme en la camilla, mire de reojo al chico que ahora estaba frente a mí para luego cambiar la dirección a la inmobiliaria que tenía al frente – Me siento bien.

–Entraste en crisis de pánico, te desmayaste – dijo sin expresión es sus palabras – la directora me pidió que te acompañara aquí hasta que despertaras.

–Es tu primer día de clases ¿y tienes que lidiar con mi estupidez? – dije frustrada y sin ánimos, una de las cosas que odiaba era que me tuvieran lástima y dada la circunstancia el chico me vería como una niñata toda desamparada y débil, lo que llevaría a que este me tuviera lástima – Lo siento en verdad, pero no debiste haberle obedecido a la directora, llegaras tarde por mi culpa.

–No es nada, no te preocupes – ahora su voz sonaba llena de comprensión – Son cosas que suelen suceder y no me tomes a mal, pero, aunque la directora no lo hubiera pedido de igual forma me hubiera quedado.

Lo miré un tanto dudosa de lo que dijo al final, sin embargo, al encontrar su mirada clavada en la mía solo pude ver a través de sus ojos sinceridad absoluta. Me incomodé, situaciones así hacían que perdiera la cordura, un poco, por lo que rápidamente me impaciente, en consecuencia, me llevo a cambiar el tema de forma inmediata.

– ¿Qué hora es? – titubee, la punzada leve en la cabeza no cesaba, además temía volver a caer – ¿Me ayudas a ponerme de pie?, por favor.

–Son un cuarto para las nueve de la mañana – maldije para mi interior, tanto tiempo durmiendo, era una de las siestas que más había durado después de un episodio de crisis – Claro.

Enseguida se aproximó a auxiliarme con su mano izquierda, tomo mi mano derecha con sutileza y con la otra la paso por detrás de mi cintura. Estaba extremadamente helada, mientras que él tenía una calidez muy agradable. Nos quedamos así de unidos un momento que se me hizo eterno parecíamos hipnotizados en nuestras miradas, pese a que era más alto que yo no significaba un gran problema mantener mi rostro en alto para verlo. Despegamos de golpe esa fuerte mirada cuando se accionó la manija de la puerta y entro Doña Luisa, la enfermera del instituto. Dio una sonrisa radiante al vernos prácticamente abrazados.

–¿Saben a qué huele? – me miro bufona, sabía perfectamente lo que diría y por supuesto no quería que comenzará a hablar con sus mágicas palabras, pues solía acertar siempre cuando decía lo que ocurría en el futuro algunos alumnos– Ya se los revelare. Por lo pronto Roch, puedes volver a clases o irte a casa, convencí a la directora Clavins para que no llamara a Drake.

–Gracias Doña Luisa – respondí neutra, por un momento se me cruzo por la mente marcharme a casa, solo por un momento, puesto que no quería perder clases –Y no, me iré a clases, muchas gracias de nuevo.

Me aferre con un poco más de fuerza al chico, sentía que el suelo se meneaba. Cerré los ojos "Vamos Rochele cálmate" Al incorporarme mentalmente al lugar donde me encontraba sentí un gran alivio. Salimos de enfermería junto a Luisa que le daba indicaciones al muchacho que me cargaba, literalmente, de cómo llegar al aula que nos correspondía, si, teníamos el mismo horario.

–¡Veo química ahí, muchachos! – Gritó la enfermera a todo pulmón, cuando nos aprontábamos a desaparecer por el pasillo derecho.

El chico dio una sonrisa dejando ver sus hermosos dientes blancos, mientras yo con una sonrisa nerviosa me sonrojaba a medida que avanzábamos. Nunca miro a las personas a los ojos, me siento insegura, me da terror desde aquel día, por ende, siempre camino con la cabeza a gacha. Y me acomoda por un tema de que no soy de hablar, más bien no soy yo la que inicia una conversación. Aunque parezca la mujer más apática de la tierra, no lo hacía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.