Un Inesperado Mate ( I Libro )

Descripción - Nail Kingahan

Lo veía reír con tranquilidad, como si el mundo no pesara sobre sus hombros, como si todo a su alrededor estuviera en orden. Y mi estúpido corazón, que tuvo la mala suerte de enamorarse de su mejor amigo-y para colmo, hetero-, se sintió reconfortado con su risa. Aunque fuera masoquista, aunque supiera que él nunca me vería de la misma manera, aunque doliera.

"Eres un idiota, Nail."

Estábamos con nuestro círculo de amigos en la cafetería del colegio. Era la hora del almuerzo y la conversación giraba en torno a la fiesta de la noche anterior. Hubo alcohol, drama y, sobre todo, muchas cosas de las que ahora todos hablaban.

—Esa chica sí que fue tonta -se reía Kevin con exageración.

Bufé, sintiendo cómo la irritación subía por mi garganta. Kevin era un chico de piel morena, cabello castaño y ojos miel. Siempre tenía algo que decir sobre los demás, siempre encontraba la forma de hacer que los errores ajenos parecieran una broma.

—Ajá, si ella hubiese sido tu hermana, no dirías lo mismo —solté, sintiendo el enojo burbujear dentro de mí.

No entendía cómo podían burlarse tan fácilmente de los demás, de quienes consideraban "inferiores" a ellos. Era como si creyeran que el mundo giraba a su favor y los demás solo existieran para su entretenimiento.

Anghelo, que hasta ese momento solo observaba en silencio, me miró. Un hermoso chico de ojos azules, cabello rubio ceniza y piel clara. Su mirada siempre tenía algo especial, algo que me hacía temblar por dentro. No era solo el color de sus ojos, era la intensidad con la que miraba, como si pudiera leerme con solo posar sus pupilas sobre mí.

—No sé ni qué haces aquí, Nail. Siempre eres un aguafiestas —soltó Petter con fastidio.

Petter, un chico de ojos café, piel clara y cabello castaño, no se molestaba en ocultar su desdén. Para él, yo era el tipo que siempre arruinaba la diversión, el que traía comentarios que nadie quería escuchar.

Rodé los ojos, harto.

"Lo mismo me pregunto yo a veces."

—Admítelo—continué, recostándome en la silla y cruzando los brazos—. Si la chica de la piscina hubiera sido Mikaela, estarías peleando por defenderla en lugar de reírte. ¿O también tendrías el mismo descaro?

Mi tono era afilado, casi burlón. No me importaba si lo provocaba. Quería ver su reacción, quería saber si tenía siquiera un poco de decencia.

Kevin se levantó de golpe, con el brazo alzado, listo para golpearme. Sentí cómo la adrenalina se disparaba en mi cuerpo, pero me quedé quieto, sin apartar la mirada.

"Vamos, hazlo."

Petter lo detuvo antes de que pudiera hacerlo.

—Déjalo ya, Kevin —intervino Anghelo.

Su voz fue firme, con ese tono que hacía que todos se callaran. Pero yo no estaba listo para callarme todavía.

Sonreí de lado, saboreando mi pequeña victoria, aunque en el fondo supiera que no significaba nada.

—Tú también, ya basta, Nail —me regañó él.

Mi corazón latió con fuerza.

Mierda.

Era estúpido que me afectara tanto oír mi nombre salir de sus labios. Pero no podía evitarlo. Su voz era como un maldito hechizo que me atrapaba cada vez que hablaba. Sus labios carnosos y rosados se movieron con naturalidad, sin saber el impacto que tenían en mí.

"Deja de ser masoquista, corazón de mierda."

-Solo dije la verdad -solté, sin apartar la mirada de él.

Sus ojos celestes eran mi maldita perdición. Eran como un océano en el que me ahogaba cada vez que lo veía.

—No entiendo cómo puedes reírte de ella de esa manera.

—Me agradaba. Tratarla bien era una cosa, pero si pensó que había algo más entre nosotros, fue su error -respondió con indiferencia.

Me quedé en silencio por un momento.

Esa respuesta...

Eso.

Ese era el problema con él.

Gruñí y me levanté de la mesa de golpe.

—Peter tiene razón, no sé qué hago aquí si chocamos tantas veces en pensamiento.

Mis palabras lo tomaron por sorpresa. Sus ojos se abrieron un poco, como si no esperara esa reacción de mí.

—¿Cuántas veces tengo que decirles que las personas no son malditos juguetes que pueden usar y desechar cuando les dé la gana? Me harté.

Me alejé de la mesa, frotándome la cara con frustración.

"Eres un imbécil, Nail. ¿Ahora qué va a pensar de ti?"

Sabía que no tenía sentido, que no había necesidad de pelear por algo que no cambiaría nada. Pero no podía quedarme de brazos cruzados, viendo cómo seguían actuando como si las emociones ajenas no importaran.

—¡Nail!

José, otro de los chicos de la mesa, corrió detrás de mí.

Por un segundo, mi corazón se aceleró.

"Por favor... que sea Anghelo."

Pero cuando giré la cabeza y vi que era José, la decepción me golpeó con fuerza.

—Lo siento, José, quiero estar solo —dije, sin ánimos de seguir con la conversación.

Salí de la cafetería con el peso de mis propios pensamientos sobre los hombros.

Sabía que había actuado impulsivamente, que tal vez debí morderme la lengua. Pero no podía. No iba a quedarme callado solo porque me gustaba Anghelo.

No me gustaba que usara a las personas como si fueran juguetes desechables.

Y eso era algo que jamás apoyaría.




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