Un Inesperado Mate ( I Libro )

01 - Nail Kingahan

" Por las noches mirando las estrellas en mi habitacion. Sintiéndome solo, mirando a la luna soñando que estés del otro lado. "

Caminaba de un lado a otro, frotándome el rostro con total molestia.

—¿En qué carajos estaba pensando? —murmuré, dejándome caer sobre el césped con un suspiro pesado.

Me acomodé bajo el árbol, el mismo donde todo comenzó. Aquí, hace años, conocí a Anghelo. Teníamos apenas cuatro años cuando nos vimos por primera vez, y desde entonces, nos volvimos inseparables.

Crecimos juntos, compartimos cada etapa de nuestra vida sin darnos cuenta de que, en algún punto del camino, yo había cruzado una línea peligrosa. Una línea que no debí atravesar.

Flexioné las rodillas y enterré el rostro entre ellas, sintiendo el peso de mi propio error presionando contra mi pecho.

—¿Qué se supone que haga ahora? —murmuré en voz baja, como si el viento pudiera traerme una respuesta.

Me había escapado del instituto porque solo aquí podía encontrar algo de paz. Pero ni siquiera este lugar, mi refugio, podía acallar el latido terco y masoquista de mi corazón.

¿Por qué tenía que ser él? De entre todos... ¿Por qué Anghelo?

Me torturaba con esa pregunta, pero la respuesta siempre era la misma. Porque él fue mi primer amigo. Mi primer todo.

Porque su sonrisa podía iluminar hasta los días más oscuros. Porque su voz, con esa tonalidad rasposa y grave, podía hacerme sentir a salvo con una sola palabra. Porque su risa tenía la capacidad de borrar mis tristezas, incluso cuando era la causa de ellas.

Porque, al final del día, era él.

Y yo... Yo lo amaba.

Pero él no me amaba a mí.

—¡Nail! —su voz interrumpió mis pensamientos, arrancándome de mi miseria.

Maldito corazón.

Lo odiaba. Odiaba cómo se aceleraba cada vez que Anghelo pronunciaba mi nombre, cómo se sacudía con la sola mención de su voz. Cómo, sin importar cuánto lo intentara, nunca podía hacer que dejara de latir por él.

Ignoré su llamado, como si eso fuera suficiente para hacer que el sentimiento desapareciera.

—Sabía que estarías aquí —dijo con esa certeza suya que me desesperaba y me gustaba al mismo tiempo.

Asentí apenas y me pasé el hombro por el rostro, secando mis mejillas sin levantar la cabeza.

—¿Estás bien? —preguntó mientras se arrodillaba frente a mí.

Pude sentir su mirada fija en mí, analizando cada uno de mis gestos, buscando una respuesta que yo no quería darle.

—¿No deberías estar con tus amigos? —dije, intentando sonar indiferente.

Él rió suavemente. Su risa era ronca y despreocupada, y el sonido me golpeó en el estómago como un puñetazo.

—Tú eres mi mejor amigo. Lamento hablar así frente a ti, sé que no te gusta —dijo, disculpándose, como solía hacerlo cada vez que teníamos un desacuerdo.

Supe que lo decía con sinceridad. Siempre lo hacía. Anghelo nunca me mentía, y quizás eso era lo peor de todo.

Porque nunca me daría falsas esperanzas.

Cuando finalmente levanté la mirada, me encontré con su sonrisa. Esa sonrisa desarmante que siempre lograba derribar mis muros. Pero esta vez, dolió más que nunca.

—¿Estabas llorando? —preguntó con un leve fruncimiento de ceño al notar mis ojos enrojecidos.

—Pff, qué va... Es el sol —mentí, forzando una sonrisa.

Pero Anghelo no era tonto.

Negó con la cabeza y, sin decir una palabra, tomó mi rostro entre sus manos y limpió mis mejillas con sus pulgares.

Mi piel ardió bajo su tacto.

Era un gesto inocente, pero para mí significaba todo. Y eso era lo que dolía.

Me levanté de golpe, apartándome antes de que mi rostro me delatara más de lo que ya lo hacía.

—Ya en serio, ¿por qué viniste? —pregunté, dándole la espalda mientras me pasaba la mano por la cara, tratando de borrar cualquier rastro de sonrojo.

—Es verdad... No me gusta estar mal contigo —respondió con un tono extraño, como si quisiera decir algo más, pero no supiera cómo.

Se puso de pie, rascándose la nuca. Lo conocía demasiado bien como para no notar su nerviosismo.

Pero no me atreví a preguntar. No podía seguir leyendo entre líneas algo que, en realidad, no estaba allí.

Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia, aunque mi pecho seguía latiendo con fuerza.

—Si tú lo dices.

Su expresión relajada volvió y sonrió otra vez, como si todo estuviera bien. Como si mi corazón no estuviera hecho trizas.

—Oye, ¿hoy no es tu aniversario con Galilea? —pregunté sin poder evitarlo, dejando que la amargura se filtrara en mi voz.

Galilea Geltleman.

Beta de una manada del sur. Cabello rubio, ojos miel. Perfecta en todos los sentidos.

Su novia desde hace tres años.

El amor de su vida.

Era difícil odiarla cuando ni siquiera era una mala persona. Ella no tenía la culpa de que él la amara y no a mí.

Siempre había estado para él. Siempre lo había apoyado, incluso cuando mi pecho se llenaba de un dolor insoportable cada vez que lo veía sonreír por ella.

Pero verlo feliz me hacía feliz.

Su felicidad era mi felicidad.

O al menos, eso intentaba convencerme a mí mismo.

—Mierda... Se me olvidó por completo ese detalle por venir a buscarte —dijo con una enorme sonrisa.

Sus ojos brillaban con emoción, como cada vez que hablaba de ella.

Y en ese momento, en mi cabeza, la canción Heather comenzó a sonar.

"...Pero veo tus ojos cuando ella pasa, oh, esos ojos heridos, más brillantes que el cielo azul."




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