¿Cómo podría describir el sentimiento que sentí en aquel momento? ¿Miedo? ¿Temor? ¿Duda? Supongo que todos, ya que son sinónimos. Todo fue una mezcla extraña dentro de mí. Esas perlas negras en sus iris daban que pensar.
El chico que aparentaba tener mi misma edad se levanta de arriba de mí, y mi cuerpo siente un alivio al quitarse literalmente un peso de encima. El pronuncia por primera vez unas palabras:
—¿Qué haces en el baño de chicos? ¿Te perdiste o qué? —Su mirada era de irritado y confuso, a lo que yo le correspondo con la misma reacción.
—¿En qué momento entre a este baño?
—Hace unos minutos, y te desmayaste en el piso. ¿Acaso no viste el cartel de afuera? Está fuera de servicio, será mejor que te largues de aquí —se masajea su cabello negro, y sus ojos de cuervo se posan en mi, analizándome, esperando alguna acción de mi parte—. ¿Qué esperas?
Su comportamiento de aridez me molestaba a cierto punto. Yo seguía tumbada en el suelo atenta a sus movimientos, echaba mucho más el ojo que cuando estaba en clase. El chasquea los dedos llamando la atención que no le estaba dando a sus palabras, al parecer no le estaba escuchando.
«¿Cómo escucharlo si te quedas absorta viendo sus ojos?»
«Soy patética.»
«Somos.»
—Perdón, ya me voy de aquí, no me percate de que estaba fuera de servicio el lavado.
Me levanto del suelo algo frio y sucio, sin ayuda mínima del chico. Él se quedó de brazos cruzados y recostado. Sin pensarlo dos veces me dirijo hacia la puerta por la que había entrado hace unos minutos llorando. Antes de cerrar la portilla, una pregunta se me viene a la cabeza.
«Como siempre.»
—Espera, y si esta fuera de servicio, ¿por qué estás aquí?
—Derechos que me asigno a mí mismo.
Un aura siniestra pasa por mi cuello, haciéndome erizar. Esos escalofríos de momento daban miedo. La luz del baño empezó a titubear con suavidad. El joven me seguía mirando esperando que me fuese, hasta que vuelve a hablar.
—Arie, por tu bien, deberías largarte de aquí.
¿Cómo sabe mi nombre? ¿Acaso tan conocida soy? No creo que disponga de tanta fama como para que un desconocido sea conocedor de mi nombre.
—¿Cómo sabes mi nombre y como que por mi bien debería marcharme? —le miro curiosa.
—Supongamos que estaba tranquilo aquí, meditando sobre mi vida, hasta que llegas tú y me interrumpe. —Se mueve de su posición para dar unos pasos hacia mí, caminaba con lentitud mientras pronunciaba cada palabra hasta que se acerca relativamente a mi rostro, inclinándose un poco ya que soy más pequeña que él—. Con respecto a tu nombre, creo que todos saben cómo te llamas, es como si lo publicaran en el periódico de la escuela, cosa que no existe. —Sus labios forman una risa que parecía de abucheo y su respiración tocaba mi nariz.
«¿Se estará burlando de lo patética que es mi vida?»
«Supongo que aquí todos somos patéticos, pero si, se está burlando.»
«Patán.»
Ese comentario solo me crispaba y me hacía recordar lo que hicieron Ingreta. Por su culpa fue que empecé a ser vista de mala manera en la escuela. Si al menos fuera conocida por mis buenas clasificaciones «que no tienes» o por ser buena estudiante «que tampoco eres, porque te la pasas despistada en las clases» Vale, ya entendí que solamente puedo ser vista por loca.
—Enserio. ¿Cuánto tiempo piensas estar parada en la puerta mirando hacia la nada? —habla el pelinegro haciéndome regresar a la realidad.
—Hasta que me digas cómo te llamas. Tú te sabes mi nombre, pero yo no el tuyo, creo que es un cambio justo y así te dejaré en paz.
Él se queda en silencio por unos segundos, sospecho que estaba pensando en una respuesta. ¿Tan difícil es decir un nombre o es que les encanta a las personas dejarme como gata curiosa?
—Ya sabrás mi nombre, pulga de baño —La comisura de sus labios de ensueño creó una sonrisa de burla de nuevo y unos huecos en sus mejillas se hacen notar.
—Menudo apodo —sonrió con doblez.
—Vamos, que todavía sigues en el baño de chicos. Estoy por pensar que eres un hombre.
La campana suena otra vez, indicando que debemos entrar al salón de clases. Como que la campana me tiene odio, ¿no? Yo le miro recelosa al chico alto y quejándome me decido por irme de aquella habitación.
—Ten más cuidado.
Antes de cruzar la puerta miro sobre mi hombro, y el segundo escalofrío del día hace una carrera sobre mi espalda, aquella persona que era desconocida para mi había desaparecido en cuestión de segundos del lugar.
Ignoro lo sucedido y voy hacia el pasillo que está repleto de estudiantes. Algunos balbuceaban palabras que no podía distinguir, y otros solo me miraban con desprecio y miedo. En cuanto llego al salón, Zoe se me abalanza encima haciéndome retroceder. Esta se veía algo… ¿preocupada?
—¿A dónde rayos fuiste? Me tenías con el corazón en la garganta. Salí detrás de ti, pero no te pude alcanzar. ¿En qué momento obtuviste fuerza física?
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Editado: 11.02.2022