Una vez más salía de casa con su inseparable bolso al hombro, todo lo que tenía un verdadero valor para ella se encontraba en el interior. Recorría las calles con paso acelerado, habían pasados seis meses desde que perdió su trabajo y ahora buscaba la oportunidad de empezar en el trabajo que siempre deseó tener, ser cuentacuentos e ilustradora profesional.
Tras acabar su lectura en un salón de actos para niños de entre cinco y ocho años se paró frente a una máquina expendedora para sacar una botella de agua que le hiciera suavizar su garganta. Buscó una cuantas monedas perdidas en el fondo de su bolso dándose cuenta de que su libro favorito, el cual nunca faltaba ahí dentro, no estaba. En un banco cercano volcó todo el contenido algo nerviosa provocando que algunos objetos pequeños salieran rodando en distintas direcciones, pero no había rastro del libro. Le pertenecía desde hacía años en concreto desde que cumplió los veinte. Atacada se llevó la manos a la cabeza rascándose guiada por los nervios y la desesperación, entonces divisó algo rojo en la esquina de la máquina, con cautela se puso en pie yendo hacia allí.
El libro se encontraba en el suelo con la portada hacia arriba donde se veía un hombre enigmático con la cabeza ligeramente agachada y la vista clavada al frente, tras él aparecían unas sombras que parecían arrastrarse desde el suelo y las paredes en dirección al que veía la portada. Ésta era roja con tonos negros que daban más sensación de siniestralidad.
Se agachó con un suspiro de alivio cogiéndolo con ambas manos.
- ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Una pequeña brisa rozó su pelo pero más bien parecía el tacto suave de un guante con su pelo, sintió un escalofrío y miró a su espalda en donde no había nadie. Se incorporó de nuevo.
- Tenemos un trato ¿lo recuerdas?
Aquella voz salió de la nada o quizá de su cabeza pues en la calle solo estaba ella.
- Claro que lo recuerdas, siempre has sido una chica muy lista.
Abrió los ojos para luego pestañear varias veces, estaba perdiendo la razón. Esa frase tenía lugar en el libro cuando el hombre enigmático se cruzaba con la protagonista años después de su primer encuentro cuando ella era sólo una niña. La imaginaba dulce y guapa temblando al lado de aquel hombre que sonreía con malicia. Jamás dio con el motivo de por qué un libro de terror como ese se había convertido en su favorito. Un muñeco que se transformaba en hombre en presencia de niños y que de adultos aún podían verle cuando el resto no lo hacía. Imi, la protagonista, tuvo su primer encuentro con él a los ocho años cuando su madre la abandonó en un piso a su suerte, en ese momento hicieron una promesa que los llevó a reunirse dieciocho años más tarde justo a la misma edad que ella tenía ahora.
De vuelta al banco empezó a recoger todo lo que estaba esparcido por el suelo de repente tuvo una extraña sensación sabía que alguien tenía los ojos puestos en ella, deslizó la vista por toda la calle aunque fuese raro en aquellas horas de la tarde que ninguna persona pasara por allí era lo que ocurría, solo estaba ella en mitad de una calle desierta.
Se puso en marcha pocos segundos después con el vello erizado hasta la nuca pero tuvo que detenerse en cuanto notó que su bolso estaba abierto cuando recordaba haberlo cerrado. Echó un vistazo dentro, el corazón latió con fuerza al comprobar que de nuevo el libro no estaba. Se giró sobre si misma de vuelta al banco comenzando a incomodarse pero la visión ante sus ojos la detuvo, tapó su boca con la mano ahogando un grito de pánico.
Sentado de medio lado con un brazo sobre el respaldo del banco, las piernas cruzadas y el libro abierto a la altura de sus ojos se encontraba Tom leyendo con tranquilidad el libro en el que él mismo aparecía.
No pudo moverse. Imaginar ayudada por la foto de la portada era muy diferente a verlo sentado a unos metros de ella. Tragó asustada temiendo ser vista, Tom hizo un sonido como si contestase a la pronunciación de su nombre y levantó la mirada directo a los ojos de ella.
Sus ojos eran negros como reflejos de un líquido viscoso y espeso, su pelo caía en una larga melena roja y lisa bajo un viejo sombrero de cuero. Sus manos yacían cubiertas por guantes de tela blanca que contrastaban con el negro de su traje y el rojo de su capa. El movimiento de los ojos apenas era perceptible pero la sensación y fuerza que ejercían era insoportable. Se levantó despacio como si se tratara de un muñeco poco engrasado, ella dio un paso atrás con el miedo por todo su cuerpo.
- Ha pasado mucho tiempo.
La voz sonaba algo robótica y metálica lo que le helaba la sangre, en ese instante fue consciente de que estaba en un pasaje del libro donde Imi le ve por primera vez en tantos años, ahora ella pertenecía a las páginas del libro.
- Yo no soy... No soy Imi - Tom ladeó la cabeza.
- ¿Imi? - Dejó escapar una carcajada fría - Sé que no eres ella, pero ¿qué haces en mi mundo?
- ¿Tu mundo? - Comenzó a dar una vuelta lentamente, a su alrededor todo tenía un tinte rojo como envuelto en una niebla de ese color, no entendía como había entrado en aquel lugar.
Cuando quiso retomar su posición notó la respiración de Tom en su cuello lo que le indicó que lo tenía justo a su espalda, de inmediato se apartó.
- Esto es imposible, es solo un libro - Otra carcajada lleno el aire.
- Parece que alguien se ha olvidado de una parte de su pasado. Norma número uno: solo puedes entrar si ya me conoces. Norma número dos...
- Solo puedes salir cuando cumplas un propósito - Completó ella recordando la conversación del libro. Tom se quedó asombrado por un momento y en seguida empezó a aplaudir teatralmente.
- Chica lista. Dime ¿cuál es tu propósito?