—Ella es la señora Mirna —aclaró. La cabra comía de su mano despreocupada.
Noté como su rostro cambió al fijar sus ojos en ella, pude ver una sonrisa cerrada salir de sus labios.
—Es linda —murmure con una sonrisa cálida que ella no logró ver.
Tenía días sin sonreír, pero como no hacerlo. En la noche no tuve la oportunidad de observar aquellas criaturitas con atención.
Observé como Mirna movía su mandíbula de un lado a otro. Su pelaje es de color blanco con algunas manchitas de color café y tiene dos cuernos pequeños en su cabeza.
Me dirigí a otro lado del granero y esparcí alimento para las dos gallinas que esperaban ansiosas su comida.
Es complicado diferenciarlas, pero sus nombres son: Ap y Af.
Cualquiera pensaría que estoy despreocupada, pero siento que mi destino está cada vez más cerca.
Ayer pasé la noche en vela, no llegué a descansar lo suficiente, pero esto no fue impedimento para ayudar a mi abuela con los animales.
No podía dejarla sola, además ella me invitó para conocer su granero. Puedo leer mensajes subliminales en su "Se útil y ayúdame"
Se podía escuchar el sonido de las gallinas picoteando el piso, no llegaba a ser molesto para mis oídos por suerte.
Estuve aquí antes que ella para así dejarle algo que comer a el cachorro y agradezco lo silencioso que ha resultado ser.
—¿Por qué llegaste tarde ayer?
Soltó esas palabras de repente, volteé a su dirección y seguía de espalda mirando a Mirna. Su voz se escuchó curiosa.
Agradezco que no haya visto mi reacción ante sus palabras, era de esperarse que me preguntará, ayer no fui muy específica con ella.
—Estuve hablando con una amiga del colegio —hice una pausa—. Y es un poco parlanchina.
No escuché una respuesta de su parte, es como si analizará las palabras que acaban de salir de mis labios.
—No puedes merodear por el bosque en la noche, asegúrate de ponerle límites a tus prioridades —soltó un suspiro—. ¿Hablaste con Petunia?—volvió con otra interrogativa.
Al menos me reprendió por poco tiempo.
—La llamé, pero no contestó —mi voz sonó desanimada—. ¿Cómo le fue en el pueblo?
Pensé algunos segundos antes de pronunciar esas palabras, supongo que ya descubrieron el cuerpo.
—Bien.
Frunzo el ceño por aquella respuesta tan vacía.
—¿No miraste algo extraño?
—¿Debería? —respondí a la defensiva.
Ya sabía a dónde surgiría la conversación y era lo que esperaba.
—Supongo —Volteó para verme a los ojos—. Consiguieron un cuerpo fallecido de una loba.
Mi expresión neutra cambió por una que revelaba sorpresa aunque fuera una emoción totalmente falsa. También observe sus ojos, estaban algo expectantes buscando algún indicio de culpa o nervios; algo que no tenía porqué demostrar.
—Nunca he visto un lobo, solo he escuchado de ellos en libros —confesé con melancolía, eso era de todo cierto hasta ayer, pero no tenía porque enterarse —. ¿Qué hicieron con ella?
—Tiene marca de mordiscos y traía consigo cachorros, supongo que usaran las partes intactas de piel para hacer abrigos para el invierno.
Su voz sonó fría, no mostraba molestia ni una pizca de humanidad.
Al escuchar esas palabras sentí que algo se revolvió dentro de mí, imaginé por un momento la escena y solo sentí que el enojo me consumía, como eran capaces de aprovecharse de situaciones como esas, tan competentes como para tratar a un ser sin vida como un objeto.
—¿No saben el causante? —solté casi en forma de reclamo.
De alguna manera tenían que encontrar a esa bestia y hacerla pagar.
—No —respondió sobria—. Ya te mostré esta parte. ¿Quieres ver el segundo piso?
Lo último hizo que tragará hondo, ella paso su mano para acariciar a Mirna para así levantarse de la silla.
Me sorprendió lo rápido que cambió el tema, ahora tenía que pensar rápido que hacer.
—Puede ser otro día —sugerí.
Ella ignoró mis palabras y empezó a caminar hacia las escaleras, yo empecé a seguirla.
Esto no podía pasar, no me quería imaginar que harían con la indefensa cría.
No quería ver su reacción al descubrir lo que ocultaba detrás de esa puerta.
Un ruido hizo que detuviera el paso, retuve un suspiro de alivio.
Observe como ella frunció el ceño y se dirigió a la puerta.
—Espérame aquí.
Iba a protestar, pero decidí quedarme callada mientras vi como se fue del granero.
Observé mi alrededor y empecé a subir las escaleras para así encontrarme con un cachorro dormido.
—Hola pequeñín —dije en un susurro.
Mis intentos de no despertarlo no funcionaron, este se emocionó al verme mientras sacudía su colita de un lado al otro.
Observe el plato de plástico y me encontré con la sorpresa que dejó la mitad de la avena.
—¿Por qué no te comiste todo? —reclamé sabiendo que no respondería.
Este se acercó al plato haciendo un ruido con la nariz.
—Eres el primero en despreciar mi comida, ¿No te da vergüenza?
Solo se limitó a verme a los ojos, acaricié su cabecita y este se inmutó.
—Te llamaré Níveo.
Ladeó su cabeza al escuchar esas palabras cómo si fuera la cosa más extraña que ha oído, solté una sonrisa cerrada al verlo. Fue un gesto que me pareció tierno, es normal reaccionar así, creo. Después de todo Níveo es mi primera mascota.
Por un momento nuestras miradas se conectaron; sus ojos me miraban expectantes, observé como su cola empezaba a sacudirse de un lado al otro.
¿Por qué me mira así?
La calidez recorría mi corazón mientras veía al cachorro, no podía evitar ver tierno esos ojos clavados en los míos.
El nombre que escogí para él encajaba perfectamente con su ser, quizás fue cuando lo vi acostado en forma de bolita, o porque su pelaje me recuerda aquello que anhelo y deseo ver: la nieve.
—¿Por qué esa cara? —solté con curiosidad acompañada de una sonrisa que hizo romper el silencio incómodo.
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Editado: 26.06.2020