Un Lugar Llamado Baldi

Una lectura dominical

Como el domingo anterior, Gretchen Beaufoy llevó a su sobrina al refugio. Esta cargaba con un librito de fantasía «El pequeño bufón» para darle lectura a los huérfanos. Cuando llegaron, la señorita Julia mandó a los niños a tomar asiento en las bancas de capilla y abrió las puertas que conectaban al patio para que el interior se ventilara.

—Elizabeth leerá un cuento para ustedes —informó junto a Gretchen.

Los huérfanos se entusiasmaron. La señorita Julia y su amiga Gretchen, marcharon a la cocina dejando sola a Elizabeth con los huérfanos, para ayudarle a la señora Emma con los alimentos en la cocina. Elizabeth tomó asiento en un escaloncito que llevaba al viejo altar y comenzó a leer sin pausas, envuelta en el libro. Era su favorito. Lo leyó entusiasmada y se envolvió de los momentos jocosos. Cuando despegó sus ojos del libro y divisó apenada, la mayoría de los huérfanos estaba en sus costados y espaldas prestando tanta atención que no lo creía. Su corazón se llenó esa mañana de una satisfacción única.

La señora Emma hizo un llamado a través de la señorita Julia. Había llegado la hora del almuerzo y todos tenían que ir a lavarse sus manos y sentarse en las sillas de las mesas alargadas. La señorita Julia fue hacia la capilla e informó a todos, invitando a Elizabeth a comer junto a ellos y su tía.

—Gracias señorita Julia, en estos minutos he quedado saciada por esas criaturas bellas. Iré en un momento.

La señorita Susan aceptó en simpatía y se retiró hacia la cocina para comer. Un minuto después, mientras Elizabeth seguía abrazando su satisfacción, un joven accedió a la capilla por la puerta principal. Se trataba de Finley Waller, un chico que Elizabeth ya había conocido antes, en un intercambio de palabras agridulces. Vestía un saco de pana café con anchas bolsas, pantalón beige y zapatos del color del saco. El chico se dirigió a ella con alegría.

—¡Estás aquí, tonta! —parecía que su palabra favorita era tonta.

—Sí… —contestó Elizabeth, indiferente, y algo disgustada por las exaltadas expresiones.

—Creí que no te volvería a ver. Es bueno que mi creencia no se diera por hecho.

—Para mí, no es tan buena —sentenció Elizabeth en un sabotaje a la exaltación del joven.

—¿He dicho algo que te molestara? —el joven se acercó a ella por el camino medio, entre ambas ristras de bancas —¿Qué llevas ahí? ¿Es un libro? —dijo mirando el libro apoyado entre las piernas de Elizabeth, por encima del vestido celeste.

Elizabeth escondió el libro con sus antebrazos.

—Solo es un libro que he leído a los huérfanos.

—Uhm, ya… —Finley silenció su voz un rato—. ¡Como una maestra de cuentos!

Elizabeth externó una sonrisa medialuna.

—Eso suena bonito.

Finley llevó su mano derecha al bolsillo derecho de su saco y extrajo una jugosa manzana roja con rayos amarillosos. La frotó en su saco. Extendió la mano hacia Elizabeth con la fruta resaltante.

—Tenga, para usted.

—No, gracias.

—¿No te apetece?

—No.

—Bueno, qué más da —Finley dio una mordida a la jugosa manzana. Elizabeth miraba arrepentida porque realmente se había antojado de una momentos después de que Finley le mordió con sus alineados dientes. Esto le recordó que su satisfacción había desaparecido y el estómago le rugía.

—Debo ir a comer —comunico Elizabeth.

—Oh, sí, también yo. Esto solo es un bocadillo —insinuó Finley.

—Bueno… adiós —dijo Elizabeth.

Elizabeth caminó por el pasillo interno del refugio. Admiraba los cuadros en las paredes de personajes muy extraños, solo Dios sabría quiénes eran. Cuando giró la vista, miró al muchacho caminar tras ella, mordiendo la manzana y mirando como si nunca antes hubiese mirado los cuadros.

—¿Estás siguiéndome? —preguntó Elizabeth.

—No —dijo Finley sin mirarla a los ojos, seguía despistado.

Elizabeth apresuró el paso, con sutileza, sin evidenciar sus nervios por la posible persecución del varón. Por un instante se sintió perdida. Recorría los pasillos como si conociera el refugio. Era la segunda visita que realizaba y hubiera resultado más fácil marchar al primer llamado de su estómago ignorado por el regocijo.

Elizabeth fingió abrir una puerta asumiendo llegar a su destino. Tan solo era una oficina.

—¿Estás perdida? —preguntó Finley.

—No.

Elizabeth seguía caminando, pero todo era un laberinto, era un refugio con extraños pasillos. Eso creía, solo era un lugar desconocido y sin conocimiento de a dónde llevaba qué. Elizabeth en una siguiente vuelta por un pasillo volvió a abrir otra puerta. Solo era el sitio donde guardaban artículos de limpieza.

—¿Te has hecho conserje? —preguntaba Finley vacilante hasta que por fin dijo—, ¿Quieres que te muestre donde está la cocina?

Elizabeth suspiró.

—Sí… —cerró la puerta y se rindió.

Regresaron hacia varios pasillos atrás. Era ridículamente un retroceso grande.

—¿Por qué no me dijiste antes?

—Porque no pediste ayuda.

—¿Por qué no me dejaste sola?

—Oh, pues, porque podías extraviarte si lo hacía. Fue divertido. Ahora sé que no conocías el refugio más que la capilla, pero con las vueltas que hemos dado, ya lo hiciste. En fin, esta es la cocina —dijo Finley abriendo una puerta y dejando a ver a los niños, la cocinera Emma, la señorita Julia y su tía Gretchen en las mesas.

—Elizabeth —dijo la señorita Julia—, veo que ya has conocido a Finley.

—No lo conozco mucho. Solo me ha ayudado a llegar a la cocina.

—Muchas gracias, Finley —dijo la tía de Elizabeth.

—Por nada señorita Gretchen.

Elizabeth fue invitada a sentarse junto a su tía en medio de una mesa y Finley tomó asiento hacia la orilla de otra junto a la señora Emma y la señorita Julia.

—¿Quién es él? —cuestionó Elizabeth.

—Bueno —explicó su tía un poco despistada, con la cabeza baja mientras frenaba el cuchareo a su plato de sopa y de vez en cuando recordaba menear—, él es hijo de la señora Lacey Waller y el señor Thomas Waller. Ambos son familiares de Patrick Brumby y Lydia Brumby, el matrimonio que maneja las zapaterías de Baldi y las boutique donde compro tus vestidos. Podría decirse que es sobrino del matrimonio con mayor producción de artículos en Baldi. En cambio, sus padres son muy sencillos, tanto como yo. De los que solo nos acoplamos a un nivel estable y seguro si más. Finley quiere seguir el ejemplo de su tío y trabaja en la tienda del señor Fernsby, para hacerse de sus ahorros, porque su tío parece que no quiere brindarle trabajo. No lo entiendo, es un buen muchacho, pero el señor Patrick tendrá sus razones. Podrían hacerse amigos.




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