Solo quiero ser yo, sin tener que explicarlo.
—E P
RUBÉN
Después de haber tenido una conversación extraña con el director, Rubén se apresuró hacia su casillero para guardar sus libros, su novia le esperaba en su restaurante favorito, junto a Georgina, se estaba cansando de tener citas con su madre, la relación estaba convirtiéndose en cosa de tres y no de dos, Irina no lograba separar las cosas y eso acababa lentamente con el amor.
—¿Por qué vienes tarde? —reprochó Irina con el entrecejo fruncido —Tu madre y yo te hemos esperado durante una hora.
Ahí se encontraba su novia poniendo cara de fastidio, cada día se volvía una completa desconocida y él se preguntaba si las cosas cambiarían en algún momento o si seguirían igual. Irina era un frasco viviente de inseguridades. Rubén se esforzaba por mostrarle que sus complejos eran solo un espejismo de los problemas que ocurren en su casa, aunque ella ignora por completo sus consejos.
Rubén respiró profundo antes de responder.
—¿Qué tal si me abrazas y evadimos los reproches? —dijo mostrando su mejor sonrisa. Se acercó con cautela y depositó un suave beso sobre su frente para luego abrazarla.
Ha olvidado cuando fue la última vez que besó a su novia en los labios, la privacidad es una palabra que su relación dejó de conocer hace mucho tiempo, y no fue lo único que dejo de existir, también dejaron de tener detalles como escribirse cartas y dedicarse canciones, olvidaron cuidar su relación para que no se desgastara, pero a pesar de estar todo mal quería salvar lo que quedaba de ellos. Si es que en verdad aún quedaba algo.
Georgina carraspeó.
—Madre —la saludó con un tono cargado de monotonía, como un robot que realiza sus obligaciones, su madre se limitó a sonreír. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Rubén al ver que su sonrisa parecía poseída por el mismo Satán, a veces temía de ella, temía de sus alcances y de lo que pudiera hacer para conseguir lo que se proponía.
Reunidos en la mesa, Rubén se percató que Georgina e Irina ordenaron el menú, al ver que el platillo no era de su agrado dirigió la vista a su novia, esperando tener una especie de complicidad, la cual no obtuvo.
—No me veas de esa forma, tu madre ha elegido los alimentos —respondió despreocupada. Tomó el cuchillo y tenedor entre sus dedos y se dispuso a probar bocado, sin el más mínimo remordimiento por haberle delatado ante su madre: Si él quisiese le recriminaría a su madre el hecho de haber elegido una comida que terminaría por enviarlo al hospital. Estaba harto, sin embargo, prefirió fingir que no lo hizo apropósito.
—Provecho —dijo Georgina levantando en el aire su copa de vino tinto. Rubén no añadió ni una palabra, miró la porción de su plato: filete de róbalo en salsa de champiñones, cogió su copa de vino y le dio un sorbo incapaz de poder probar bocado.
—Madre, papá me llamó, mencionó que no respondías el celular, así que lo invité a la comida, debe estar por llegar — informó el muchacho. Georgina le vio espantada, su rostro palideció repentinamente.
—Rubén la comida se enfría —interrumpió Irina. —¿No te gusta? —no respondió.
Decirle que ese plato no le era apetecible le parecía grosero, tiene la certeza que su novia sabe perfectamente lo que él piensa mientras ve su plato sobre la mesa, pero, no la culpa por callar, ya que lo único que ella quiere es la aprobación de Georgina quién hace de esta su títere.
Por momentos quería enfrentar a su madre, exigirle que lo dejara en paz, que no accedería a sus chantajes, que desistiera de usar a su hermana para conseguir su objetivo, pero se callaba por proteger a Wendy, saber la verdad de quien es realmente Georgina Sobalvarro le rompería el corazón y su padre también saldría perjudicado.
Estaba cansado de fingir que era feliz, cuando en realidad se sentía miserable.
—Georgia —la voz imponente de Sergio se escuchó a la mesa —¿Intentas matar a tu hijo? ¡Por Dios! Rubén es alérgico a los champiñones. —dijo incrédulo. Los ojos de Georgina lo vieron con terror —Puedo aceptar que Irina no tenga ni la menor idea de eso, lo que no acepto es que tu Georgia hayas olvidado eso, ¡Me parece inconcebible!
Ella inmediatamente se disculpó y alegó que olvidó ese detalla.
—Papá no te preocupes —intervino Rubén.
Durante el resto de la comida hubo un ambiente de incomodidad que era evidente, sobre todo entre sus padres, por su parte Rubén pensaba en que rayos ocurría, esto había llegado demasiado lejos. ¿Lo quería intoxicar para conseguir dinero? Claro que no, su imaginación volaba lejos con esa teoría, la mejor explicación que encontraba era que su madre olvidó las alergias de su hijo, ¿suele pasar? ¿no? Las madres olvidan esas cosas, igual que los cumpleaños. Si eso era, se obligó a creer.
Abrazado a su novia, Rubén ve como las calles que ya conoce son dejadas atrás por la velocidad del automóvil. El chofer lleva prisa, necesita dejarlos en su casa antes que el tráfico se vuelva pesado. Escucha vagamente la voz de Irina y entre sus palabras resalta el nombre de su madre, siente el impulso de querer decirle que se hastió de su desinterés por él, y ya no quiere seguir reparando los baches de su relación, pero no lo hace, se calla de nuevo.
—¡Mauro conduce con cuidado! —gruño Irina.
—Lo siento señorita —respondió a través del retrovisor.
Rubén se limitó a fijar sus ojos en las calles de león, deseó que el tiempo se detuviera y no avanzara tan rápido. Aunque la verdad es que él no tenía ni la menor idea de qué hacer con su vida, unos días quería saltar hacia el futuro y otros que su presente quedara congelado. Tenía una novia hermosa, la adoraba con locura, aun así, se cansó de que Irina lo saboteara todo con su obsesión de querer agradar a Georgina, volviéndose una mini versión del ser que más odiaba.