Un movimiento en falso

Capítulo 4

El viento frío me despeina los mechones sueltos que se escapan del moño. Estoy parada junto a Kayden, justo frente al edificio principal, donde la acera se ensancha y hay una banca metálica flanqueada por dos arbustos que ya comienzan a perder las hojas. Es uno de esos días grises, donde el cielo no se decide entre llover o solo amenazar con hacerlo.

Llevo los brazos cruzados, no porque tenga frío, sino porque es mi forma de contener las ganas de decir algo. El auto con el chofer debería haber llegado hace diez minutos, pero a estas alturas no me sorprende ningún retraso. Desde que mi padre decidió que Kayden y yo "debíamos compartir vehículo para fomentar la convivencia", cada día parece un nuevo ensayo para una obra de teatro en la que ninguno de los dos pidió actuar.

Kayden está a mi derecha, inclinado hacia atrás con las manos en los bolsillos de su chaqueta del equipo de hockey. No dice nada. Solo observa el camino como si fuera a hacer que el auto aparezca con la fuerza de su impaciencia.

Silencio.

Podría decir algo sobre el clima. O sobre lo saturada que estuvo la universidad hoy. Pero no tengo energía para charlas vacías, no con él, no después de todos los choques verbales de esta semana. Así que solo me limito a mirar al frente, contando los segundos en mi cabeza.

Y entonces los veo.

Cruzando el portón de entrada vienen tres chicos, todos vistiendo el uniforme rojo con negro de la universidad rival. Uno de ellos lleva su stick colgado del hombro como si fuera una medalla de guerra. Caminan como si el campus entero les perteneciera, riéndose entre ellos y lanzando miradas evaluadoras a todo lo que se mueve.

Frunzo el ceño de inmediato. No necesito ver los logos bordados en sus mochilas para reconocerlos. Universidad Belmore. Hockey masculino.

—Genial —murmuro casi para mí, girando ligeramente la cabeza hacia Kayden sin realmente mirarlo—. Ya empezaron a llegar los pavos reales.

Kayden suelta una risa baja, más aire que sonido, pero la noto. Me giro solo un poco y lo veo con la ceja levantada.

—¿También los odias?

No esperaba que habláramos. Mucho menos que coincidiéramos. Lo miro sorprendida por un segundo, y luego asiento con un leve encogimiento de hombros.

—Son insoportables. Cada vez que hay torneos o eventos conjuntos, se la pasan menospreciando al resto. Una vez uno de ellos dijo que el patinaje artístico era "una versión elegante de tropezarse con gracia".

Kayden gira completamente hacia mí ahora, su expresión cargada con algo más que sarcasmo esta vez.

—Uno de ellos se burló del estilo de juego de nuestro portero el año pasado. Justo antes de que le metiéramos cinco goles en su cancha.

Me echo a reír, no puedo evitarlo. Es una risa breve, pero genuina. No porque la anécdota sea increíble, sino por lo inesperado del momento. Es raro... estar aquí con Kayden sin discutir. Más raro aún encontrar algo en común que no sea la incomodidad de nuestra situación familiar.

Los tres chicos del equipo rival pasan frente a nosotros, sin detenerse. Uno de ellos —el del stick al hombro— nos lanza una mirada rápida. Reconozco su rostro: su apellido es Rowe, y es uno de esos jugadores cuya reputación se infla más en redes sociales que en el hielo.

Kayden lo sostiene con la mirada sin decir nada. Hay una tensión sutil en sus hombros, como si tuviera que controlarse para no soltar algún comentario.

—No valen la pena —le digo, apenas en un susurro.

—No. Pero estaría bien cruzarlos en la pista. Solo para darles una clase de humildad.

Nuestras miradas se encuentran. Y por una fracción de segundo, ya no hay guerra fría ni paredes entre nosotros. Solo estamos ahí, compartiendo la misma incomodidad, la misma antipatía por los mismos idiotas.

Y es extraño.

No porque me incomode... sino porque no esperaba sentir esta especie de acuerdo tácito con él. Con Kayden.

El sonido de un claxon discreto nos interrumpe. Volteamos al mismo tiempo. El auto está finalmente aquí. El chofer se baja para abrirnos la puerta trasera, pero Kayden se adelanta y me deja pasar primero.

—Gracias —murmuro.

No me responde, pero al menos no dice algo sarcástico esta vez.

Subimos al auto. Cierro la puerta con suavidad mientras él rodea el vehículo para entrar por el otro lado. Afuera, los chicos de Belmore ya se han perdido en la distancia.

No hablamos en todo el camino de regreso.

Pero por primera vez desde que empezó todo esto, el silencio no pesa tanto.

***

La casa está en completo silencio, lo cual es raro. Apenas cae la tarde y el sol se esconde detrás de las cortinas cerradas del comedor, pero el aire dentro se siente más pesado de lo normal. Subí directo a mi habitación apenas llegamos de la universidad, fingiendo tener tareas, aunque en realidad solo necesitaba distancia. De Kayden, del día, de todo.

Pero ahora tengo sed. No del tipo que puedes ignorar. Mi garganta está seca, y no hay forma de seguir ignorando el deseo de tomar un simple vaso de agua.

Camino en puntas de pie por el pasillo del segundo piso, como si fuera a evitar que las paredes escuchen. Bajo las escaleras con el mismo sigilo, y cuando llego a la cocina, lo único que se escucha es el leve zumbido del refrigerador.




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