El destino juega con las personas, hay quienes creen en él y hay otros que simplemente se aferran a la idea de que son dueños de su propio camino.
Existen aquellos que se dejan guiar por lo que la vida les pone enfrente, aceptando lo que no pueden cambiar, creyendo que por algo pasan las cosas. Son aquellos quienes algunos juzgan por verse tan libres de preocupaciones.
También, están quienes se comen los sesos tratando de llegar a la meta, tratando de labrar su propio camino. Son aquellos quienes no aceptan los obstáculos, son quienes lo dan todo de sí mismos para formar su propio destino.
Pero, ¿Cuál es la verdad? ¿El destino existe? ¿Es cierto que las cosas pasan sin que nosotros podamos hacer algo? ¿O tenemos en nuestras manos cierto poder para cambiarlas?
Nadie lo sabe a ciencia cierta.
Los hilos de esta historia se mueven, pero no sabemos exactamente la razón, algo escondido hay.
Lucinda, ajena a todo lo que pasaba a su alrededor, tenía la mirada perdida en la ventana de su habitación. Una imágen se iba formando en su mente a medida que agudizaba la vista en el bosque, pero esta no terminaba de aclararse. Un recuerdo quería salir a la luz, pero algo se lo impedía. La sensación de no saber qué era aquello que necesitaba recordar, la incomodaba.
Pero más le incomodaba saber que Theo estaba en su casa. El buen corazón de sus padres no podía permitir que un niño, porque así lo veían ellos, permaneciera solo en una casa que parecía ser muy fría, en un día tan lluvioso como este.
Era la primera vez que alguien por fuera de la familia se quedaba en su casa, y ella lo sentía como un extraño. Si bien eran compañeros, ella no lo conocía y él no la conocía a ella, no eran amigos, no había un vínculo cercano entre ellos.
Su mente divagaba mientras observaba su escenario favorito, aquel que desde hacía varios días había cambiado de forma sutil. Algo era diferente y ella lo notaba, pero no podía darse cuenta de lo que era, o cuál había sido el motivo. Tan absorta en sus propios pensamientos estaba, cuando nuevamente fue sorprendida por su amiga.
—¿Qué tanto pensás?—preguntó Jazmín mientras se recostaba en la cama.
—En nada en particular Jaz—respondió Lucinda dirigiendo su mirada a ella—¿Vos dónde estabas?
—Conversando con mamá María.
Al principio Lucinda creía que era raro que su amiga llamara "mamá" a su madre, pero al pasar el tiempo y al ver cada vez con mayor frecuencia a Jazmín como su hermana, terminó por aceptarlo y, hasta cierto punto, le agradaba. Tanto así, que ella también comenzó a llamar a la mamá de la pelirroja "mamá Julia".
—Me pidió que te avisará que va a preparar un poco de té para todos—pronunciaba las palabras a medida que se iba sentando en el borde de la cama.
—Como si el almuerzo no hubiese sido lo suficientemente incómodo—respondió Lucinda de manera molesta, mientras se dirigía a sentarse junto a su amiga.
No es que hubiese pasado algo malo en particular, nadie fue grosero y Theo se comportó de una manera educada y cordial para con sus padres. Lo que sucedió fue que Lucinda no dejaba de notar como Theo la miraba de reojo desde su lugar en la mesa y, teniendo en cuenta que sus padres estaban presentes, lo consideraba descortés y de mal gusto; en más de una ocasión Pedro notó que su hija estaba como ausente, desviando la mirada hacía la chimenea. Pero para no estropear el almuerzo no dijo nada.
—Perdón, pero solo fue incómodo para vos—anunció Jazmín encogiéndose de hombros.
—¿Ahora me vas a decir que disfrutas de mi sufrimiento?—con un fingido dramatismo Lucinda se levantó de la cama de un salto.
—Para eso vivo, querida mía. Pero dejando de lado el juego, es evidente que a él le gustas o, por lo menos, le atraes de cierta manera.— Jazmín hablaba desde la razón y es que notaba cierto interés por parte de él.
Lucinda se paseaba por la habitación sin saber qué pensar o qué sentir. Era la primera vez que alguien se interesaba en ella de esa forma y no sabía cómo actuar. No creía que alguien fuese capaz de sentir algún tipo de atracción por ella y eso la aterraba.
—¿Podríamos no hablar de esto ahora?—pidió a su amiga con calma.
—Está bien, no diré nada más del asunto—prometió la pelirroja—ahora vamos abajo que tu mamá nos espera.
Ambas tomaron el camino a la sala, y desde el descanso de las escaleras podían ver el familiar resplandor naranja de un cálido fuego que las esperaba, creando formas y sombras fantasiosas, como si de una ilusión se tratase. Las luces estaban apagadas, lo que acrecentaba el efecto de las sombras alrededor.
La sala no era de un gran tamaño, más bien modesta, pero bien aprovisionada para recibir visitas. Los muebles habían sido heredados a María por parte de su abuela, al igual que la casa. Cada objeto traía un sin fin de recuerdos, motivo por el cual nunca consideró reemplazarlos por unos más modernos. Fue una decisión difícil en su momento, pero Pedro no podría interferir con la felicidad de su esposa, por lo que aceptó sin reparos.
Los muebles de madera de caoba con puertas de vidrios que se cerraban con una pequeña llave, se encontraban en la pared adjunta a la entrada de la sala. Era de esos muebles que por poco no llegaban al techo, las vitrinas estaban repletas de fotos familiares, y sobre todo, fotos de Lucinda, que acompañaban las de sus antepasados. Toda una historia familiar representada en imágenes se encontraba en ese lugar.
En los cajones del mismo mueble, se encontraban a resguardo papeles importantes de la familia y de propiedad de la casa. A su vez, contenía objetos que nunca salían a la luz, por el simple hecho de que la llave se había perdido mucho tiempo antes del nacimiento de Lucinda.
Los sillones eran de color baige, que combinaban con las cortinas del gran ventanal que daba a la calle. Había cuatro de ellos, dos individuales y dos un poco más grandes, lo suficiente para permitir que dos personas se sentaran. Estaban ubicados de manera que daban al televisor, que se encontraba en la pared opuesta a la chimenea.