Un mundo paralelo

Mi felicidad alternativa - M.L. Bradley

En un mundo paralelo de la historia escrita en ¿Quién @$%# eres?, donde las cosas son menos confusas, Carolina Miller vive una buena vida con sus padres. Su madre Virginia, trabaja desde casa para pasar más tiempo con su hija. Su padre Paul, es gerente de una empresa muy acomodada, por lo que están bien posicionado económicamente. Por otro lado, Carolina tiene su tan anhelado grupo de amigos, Alexis, Megan, Andrea, Morgan y su mejor amigo Dylan.

Y en un día normal, en este mundo paralelo, estas cosas sucederían.

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Mi felicidad alternativa 

 

 

La mañana estaba fresca, los rayos del sol alcanzaban a brillar aún por encima de las esponjosas nubes blancas. Eran las 9 de la mañana de un esplendoroso sábado, dando inicio a las tan anheladas vacaciones de mitad de año. Del último en el que estudiaría en la escuela, esa donde pasó una parte importante de su vida, sus amigos, sus maestros, todo lo extrañaría. Aunque no se preocupaba mucho por eso, porque sabía que a pesar de todo ellos estarían allí, con ella. Especialmente Dylan.

─Hola dormilona ─Dylan saludó desde el umbral de la puerta de su habitación─ ¿ya estas despierta o sigues en coma?

Agradecía profundamente al destino haberse despertado una hora antes, le había dado tiempo para bañarse y vestirse. “Moriría de vergüenza si Dylan llegase a verme en pijama. Jamás debe suceder, ¡jamás!” Pensó Carolina aliviada.

─Estoy despierta señor bravucón ─contestó lanzándole una almohada a la cara.

─Ah que mal ─contestó atrapándola en el aire─ y yo que venía con las más dulces intenciones de, despertar a la bella Carolina Miller con un beso de buenos días, así como a las princesas.

Un suave rubor empezó a subir por sus mejillas, las mariposas empezaron a hacer desastre en su estómago, cabeza y en su corazón. En realidad, deseaba escuchar eso, sin el tono burlón que empleo esta vez.

─Ya cállate baboso ─riño con risa nerviosa─ mejor vámonos ya, ¡la diversión nos espera!

─Si enana, como tú digas ─dijo Dylan, viendo como caminaba Carolina rumbo a la sala─ pero lo decía en serio ─murmuró para sí mismo.

Las cosas estaban preparadas desde hace horas, la comida, la ropa de repuesto, los accesorios “sumamente necesarios” según Virginia, y lo más importante, la música.

─ ¿En serio deben llevarse ese motete? ─indagó por décima vez Virginia, señalando un estéreo del tamaño de un horno mediano.

─Si ─contestó Megan emocionada─ sin música no hay diversión.

Todos asintieron apoyando lo anterior, incluso el señor Paul.

─ ¿Y dónde lo conectaran a la corriente eléctrica? ─preguntó un tanto escéptica.

─Tiene batería recargable ─explicó Dylan orgulloso─ no se preocupe, es de larga duración.

─Ahora sí que me preocupo ─comentó Virginia, provocando las risas en todos los presentes.

Salieron rumbo a su maravilloso destino, una zona de parques naturales rodeado por un lago ubicado no muy lejos, pero si fuera de la ciudad. Tardaron tan solo 30 minutos en llegar, desempacaron y armaron sus tiendas de acampar. Los chicos fueron los primeros en terminar, saliendo listos y preparados con sus vestidos de baño.

─Listo, vamos a nadar ─dijo Alexis estirando los músculos.

─Aún no, faltan las brujas ─anunció Dylan acercándose a la tienda de Carolina─ Señoras, ¿será que pueden apurarse? No me hago más joven.

─Señor, cállese ─gritó Carolina.

─Sé que me extrañas, pero puedes esperar un poco más ─dijo Megan con tono seductor.

─Me fui, no vine, me morí ─gritó Dylan alejándose.

Al cabo de 10 minutos salieron todas, cada una con su vestido de baño y listas para empezar con la diversión. Pero Dylan solo veía a una sola, Carolina. Tenía un corpiño de encaje morado con estrellas de mar, un cachetero a juego con una pequeña falda de maya para disimular ─fallidamente─ el exceso de piel que mostraba. Su cabello rojizo lo llevaba suelto, dejando que la fresca brisa revoloteara sus rizos en todas las direcciones posibles.

─Dylan, toma esta servilleta… ─dijo Alexis─ para que te limpies la baba de la boca… disimula hombre.

Dylan empujó suavemente a su amigo, quien no dejaba de reírse de su propia ocurrencia, tumbándolo sobre una zona llena de césped.




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