15.12.23
La tormenta invernal se podía ver por la ventana y el frío calaba a pesar de tener el calefactor encendido. No podía dejar de mirar al monitor cardíaco, que cada vez marcaba un número más bajo. Apreté su mano aún más fuerte deseando que ese número no llegará a cero, sin embargo el "beep" constante proveniente del aparato indicó que el momento había llegado.
De pronto los sonidos estruendosos, cristales rompiéndose, sensaciones de dolor me envolvieron...
Desperté sudada y agitada. Giré a ambos lados dándome cuenta que estaba en mi habitación. Había sido una pesadilla más. Me levanté y fui a la cocina para preparar un poco de chocolate caliente.
Diez años habían pasado ya desde aquel fatídico momento, pero en mis pesadillas todo volvía a la realidad. En verdad odiaba esas fechas, todo me hacía recordar, era su época preferida del año. Era nuestra época preferida.
Eran las 4 de la mañana aún, pero ya no podría volver más a la cama. Tomé un baño y me dispuse a llegar temprano una vez más.
—Hola, buenos días —estaba subiendo las escaleras de entrada del edificio cuando escuché su voz.
Traía un suerte grueso color café con un libro en la mano, eso y sus lentes realmente lo hacían ver cómo el nerd que todos describían. Pero yo veía algo más.
—Hola —contesté con una sonrisa.
—Veo que te empieza a gustar llegar temprano —dijo mientras caminaba a mi lado.
—Sí —suspiré —el trabajo me lo ha exigido —contesté sin poder expresar la verdad de mi llegada.
Llegamos hasta el elevador y oprimió el botón para subir. Me quedé mirando las puertas, recordando lo pequeño que era ese cajón.
No. No iba a subir ahí.
—Iré por las escaleras —dije tratando de ocultar mi nerviosismo.
—Ok —dijo con una mezcla de confusión y sorpresa quizás por mi negativa a subir con él.
—Te veo luego —me despedí y seguí mi camino.
Era tendador seguir hablando con él, pero los espacios cerrados no ayudaban a superar mi trauma.
El día siguió siendo malo. La música navideña se escuchaba en casi cada cubículo del piso, las pláticas de intercambios de regalos y el inicio de la organización de la posada, nada me ayudaba.
Molesta y ansiosa, empecé a guardar todo para huir del lugar. Sin escuchar las voces de los demás diciendo y preguntando cosas, caminé directo al estacionamiento.
Me subí al auto y salí del edificio. El auto andaba, pero mi mente no estaba en sincronía. Mis lágrimas empezaron a caer y el aire empezó a faltarme, no lograba entender cuanto tiempo más seguiría sintiéndome así.
De repente, el fuerte sonido del claxon de un auto me trató de advertir, pero fue mi auto golpeando algo lo que me detuvo. Alcancé a ver una bicicleta tirada a mi costado.
¡No, no, no! Eso no podía estar pasándome.
Bajé lo más rápido que pude del vehículo y fue cuando ví al chico de suéter café tirado sobre el pavimento.