22.12.23
Increíblemente inicié el día con el mejor animo que había tenido en mucho tiempo. Estaba extrañada pues a pesar de las fechas, me sentía feliz. El día previo fue inesperadamente divertido. La posada estuvo llena de alegría y el final había sido más que emotivo. Algunos niños dijeron palabras de agradecimiento, amor y anhelo y me sorprendió mucho su optimismo, a pesar de ser pequeños que no tenían una familia.
Sus pensamientos positivos y sus buenos deseos, me hicieron sentir que es posible ver el lado bueno de la vida, a pesar de que todo parezca gris alrededor. Por primera vez, había sentido algo distinto. Esperanza. La posibilidad de que en algún momento, podría dejar de sentirme culpable y quizás seguir adelante.
Llené el termo grande de chocolate caliente y salí de mi departamento con la mejor sonrisa. El clima había mejorado y las nubes no surcaban el cielo, sería una velada perfecta para ver las estrellas. Llegué hasta su puerta y suspiré antes de tocar.
Debía de aceptar que me gustaba esa sensación. El nerviosismo me invadía cada vez más cuando estaba cerca de él.
—Llegas justo a tiempo —dijo al abrir la puerta.
—Traje chocolate caliente —le mostré el termo que traía en mis manos.
—Será un buen complemento —fue a la cocina y trajo un recipiente —tengo pan de vainilla que prepararon los niños.
Serví chocolate mientras el partió algunos trozos de pan. Me miraba de reojo y sentí como me sonrojé un poco al notarlo. Se acercó a su telescopio tratando de disimular su escrutinio visual hacia mí.
—Ahí esta —dijo mientras miraba a través de él —ven, acércate.
Me asomé por el ocular y las estrellas brillantes se magnificaron.
—Déjame mostraste —dijo a mis espaldas y con su cara muy próxima a la mía, haciendo que mi corazón latiera más fuerte.
Me fue enseñando una a una las estrellas, sus nombres, las constelaciones y sus formas. Hablaba con tanta seguridad y era claro que todo aquello le apasionaba.
—Es magnifico —le dije después de mirar una vez más.
—Lo sé.
—Me gusta ver como te apasionas por todo esto — continué y se me quedó mirando.
—¿Qué es lo que a ti te gusta?
—No lo sé —su pregunta me tomó desprevenida. No me había preguntado aquello en mucho tiempo.
—Eso no es posible —bebió de su taza y se senté en la silla a mi lado —debes tener algo que te apasione también.
—Me gusta cantar —dije de forma espontánea.
Era algo que solía hacer con mi madre. Disfrutaba de cantar a su lado, pasabamos horas haciéndolo, pero ya no más.
—¿En serio? —se levantó y empezó a buscar en su computadora —ayer pude ver que sí te gustan los villancicos.
La canción "noche de paz" empezó a sonar y él empezado a cantarla también. Su voz era linda, aunque no era tan afinado.
—Vamos, ayúdame que no soy tan bueno —rió al escuchar su desentono.
Me negué, pero él me tomó de ambas manos y empezó a bailar conmigo al son de la música. La canción removió todos los recuerdos de las navidades con mamá y empecé a cantar sin pensarlo más.
Era la primera vez que cantaba sin ella, era la primera vez que entonaba una canción desde que murió por mi culpa. Las lágrimas salieron de mis ojos mientras cantaba aquel villancico.
Emiliano me miró y sin decir nada acarició mi mejilla y besó mi frente. Apoyé mi cabeza en su hombro y sin dejar de cantar, permití que las lágrimas salieran y por primera vez sentí que con ellas se iba también parte de mi dolor.