24.12.23
Las navidades tristes eran costumbre para mí. Aunque papá siempre me invitaba a pasar la víspera de navidad con su otra familia, yo no tenía animos para ello. Solía pasarla sola en casa, viendo películas de terror para tratar de olvidar la fecha en la que estaba.
Sin embargo esta vez, todo se veía más gris. Mi optimismo de días previos había desaparecido y me sentía muy mal por lo ocurrido con Emiliano. No sabía que pensar. Verlo viendo mi teléfono hizo que una desconfianza inexplicable me inundara y me hizo dudar de él. Me sentía molesta, pero no solo con él, si no también conmigo.
Me sentía perdida en la vida, insegura de mis decisiones fuera de lo laboral y ni siquiera con eso me sentía feliz. Hacía mi trabajo con responsabilidad, pero no era con pasión. Todo en mi vida estaba mal.
El timbre sonando no evitó que mis lágrimas empezaran a salir. No quería hablar ni ver a nadie.
—Vale, no sé si estás ahí, pero necesito hablar contigo y entregarte tu cartera —su voz y lo que dijo me sobresaltó.
¿Cómo sabía donde vivía? y ¿por qué tenía mi cartera? Me limpié mis lágrimas y fui rápido a la puerta.
—¿Qué haces aquí? —pregunté intrigada. Traía abrigo, bufanda y guantes. Era claro que hacia frío.
—Te fuiste tan rápido que dejaste caer tu cartera en mi departamento, vi tu dirección en tu credencial —me extendió mi cartera.
La tomé sin dejar de mirarlo. No sabía que pensar. Desconfiar era lo más sencillo, pero ese otro sentimiento también estaba ahí.
—Escucha, no sé que ideas pasan en tu cabeza, pero lo del teléfono fue una coincidencia. Me llamó mucho la atención la foto con tu madre, eso fue todo. No tengo nada que ocultarte, ni tampoco nada que esculcar.
—¿Cómo sabes que es mi madre? —pregunté intrigada.
—El parecido es innegable —afirmó.
—¿No quieres robarme mi trabajo? —pregunté sin siquiera saber porque me importaba tanto eso.
Empezó a reir y unos hoyuelos se formaron en sus mejillas.
—¿De donde sacaste esa idea? Ya se —continuó ante mi silencio —de los compañeros de la oficina, ¿no? Deberías de tener mejor criterio para saber discernir que comentarios tomar en cuenta.
Me crucé de brazos molesta por señalar mis errores, que yo apenas empezaba a reconocer.
—No tendría porque decirte esto —negó con la cabeza, parecía que empezaba a molestarse —, pero planeó dejar el trabajo. No volveré ya.
—¿Cómo? —la noticia me sorprendió mucho.
—Tengo otros planes de vida y es momento de empezarlos. Tener tu puesto de trabajo no está en ellos.
Me quedé callada, no sabía como reaccionar a lo que estaba diciendo. ¿Se iba a ir?, eso me hacia sentir mal, ¿por qué?
—Creo que venir fue un error —dijo quizás al ver que yo no emitía palabras.
—Emiliano...—quería pedir disculpas por todo, pero me interrumpió.
—¿Sabes? creo que después de todo yo también me equivoqué contigo. Eres igual que todos ahí —se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el elevador.
—Espera, no, no es así —las puertas del elevador se abrieron y él entró sin detenerse.
Molesta, entré detrás de él sin pensar más en ese pequeño espacio.
—No puedes decirme que soy igual que ellos —le reclamé — yo jamás te juzgué ni me dejé llevar por lo que decían del chico nerd del último escritorio.
—¿Ah no? —rio por lo que decía — todo fue peor Vale, te abrí mi vida. Te conté sobre mí, dejé que conocieras mi mundo, el que no le muestro a nadie y aún así, desconfiaste de mí con una estupidez.
Era cierto lo que decía, me había dejado llevar por los rumores y prejuicios de otros y había exagerado todo.
Las puertas de elevador se cerraron y las luces empezaron a titilar. Traté de controlar mis sentimientos, pues mi pánico a los lugares cerrados hizo su aparición empeorando mi arrepentimiento por desconfiar de él.
—Yo... —iba a continuar hablando cuando las luces se apagaron completamente.