Observo la taza humeante frente a mí y arrugo la nariz instintivamente.
Aparto mi mirada de ella y la dirijo a los dos hombres frente a mí que esperan por una reacción de mi parte.
—Luce asqueroso. Es como hervir agua sucia y luego colocarla en una taza. No entiendo cómo pueden tomar esto.
Estamos en un pequeño restaurant a unas pocas cuadras del estudio de grabación. Es íntimo y nos protege de las miradas y cámaras indiscretas.
Nicholas, al parecer, conoce al chef del lugar y este le permitió prepararme lo que sea que ahora esté en una taza frente a mí.
De hecho, ahora que detallo el contenido del recipiente, me doy cuenta de algo:
»Es del color de tus ojos —murmuro con asombro, paseando mi mirada entre el liquido de color azul verdoso y el rostro de Nicholas.
Owen se ríe.
—Es un Nicholas especial, Nicole —bufa mi amigo.
De acuerdo, este té hace que me sienta estafada pero no es algo que pueda expresar libremente. Un Nicholas especial bien podía haber sido un delicioso Moccacino.
— ¿Debería estar ofendido? —cuestiona el susodicho con diversión —. Comparaste mi té con agua sucia y ahora dices que es del color de mis ojos.
Me encojo de hombros sin disculparme.
—Por muy encantadores que sean tus ojos, no quiero beber nada que tenga su color. No parece higiénico.
Bueno, ahora él sabe que sus ojos me parecen encantadores.
Ambos se ríen haciendo que unas cuantas personas volteen a mirarnos.
Es una suerte que no nos hayan reconocido aun.
—En algún momento vas a tomarlo, te lo aseguro —afirma, pasando por alto, mi comentario fugitivo acerca de sus ojos.
Owen se inclina sobre la mesa y toma la taza entre sus manos.
—No se puede desperdiciar —explica volviendo a su posición.
Niego con la cabeza y me levanto para ir en busca de un delicioso café que me ayudé a matar la ansiedad que comienza a crecer en mí.
No es buen momento para tener un ataque; se que este “almuerzo”, es solo una emboscada para convencerme y también se que al final voy a terminar por ceder.
Nicholas y su aptitud hacen parecer esto como una gran idea.
Cuando regreso a nuestra mesa, ambos parecen muy entretenidos en alguna conversación sobre futbol.
Una mujer normal correría en la dirección opuesta a eso, pero yo, no soy una mujer corriente y ¡amo el futbol!
—Eso fue épico —me encuentro diciendo —. Sin duda, el regreso que todos estábamos esperando. Se sintió como una eternidad sin anotar goles.
Nicholas me observa con sorpresa.
Tomo un sorbo de mi café y suspiro.
Delicioso.
—Es una gran fan. Creo que ella sabe más de futbol que tú y yo juntos —asegura Owen, como siempre, presumiendo mis conocimientos deportivos.
Yo soy su compañera oficial de los “domingos de deporte” desde que Wyatt dejo muy claro que le importa una mierda un montón de hombres en pantaloncillos corriendo detrás de un balón cuando puede estar conquistando alguna linda señorita.
Sus palabras, no las mías.
—Por favor, dime que no eres una fan del Real Madrid —ruega haciéndome reír.
—Soy inglesa de corazón, el Liverpool es más mi estilo. Eso no significa que no sepa apreciar la belleza y estilo de Cristiano Ronaldo.
—Lo que se traduce en: Las piernas de ese hombre son algo digno de admiración y no solo por los goles que hace con ellas —dice Owen haciendo una muy mala imitación de mi voz.
Niego con la cabeza.
¿Quién puede culparme por tener ojos? Dios los puso en mí, yo decido en quién o qué usarlos.
—Yo no le pido a tus ojos ser ciegos ante un par de tetas, Owen. No esperes que los míos no se recreen en un trasero bien formado y unas piernas firmes.
Nicholas ríe y de nuevo, la atención está en nosotros.
—Eso es algo justo, amigo. Sin embargo, elegiste mal tu equipo, el Manchester united, es lo que una persona que sabe de futbol, elegiría por sobre todas las cosas.
Levanto una ceja preparada para refutar esa afirmación pero antes, Owen asiente en acuerdo y se me adelanta: