Lea le hizo llegar un mensaje a Kendrick tres días después avisándole de que regrsaría la noche siguiente. Le dijo que no volvería al palacio ese mismo día, sino que se quedaría a dormir en el apartamento de la capital. También escribió que habría cena suficiente para dos.
Sintió su presencia antes de verlo, mientras subía por la cuesta de la calle en la que se encontraba el apartamento. Estaba oculto entre las sombras que proyectaban el alero del edificio, donde la luz de la farola más cercana no podía alcanzarlo. Lea sonrió a la silueta alta y esbelta que apenas se distinguía entre la penumbra; lo único que podía diferenciarse con más claridad era el cabello claro y perfectamente peinado. Alargó la mano y esperó, sin perder la mueca conciliadora que componían sus labios.
Los dedos blancos y largos de Kendrick tardaron apenas unos instantes en aparecer bajo la luz mágica del alumbrado de la calle. Se cerraron en torno a los de Lea, vacilantes. Ella tiró con suavidad y Kendrick dejó de esconderse. Le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho. Tanta, que Lea sintió que se quedaba sin aliento.
─ ¿Y este recibimiento? ─rió sin poder evitarlo, sorprendida y al mismo tiempo alegre─ ¿Acaso pensabas que no volvería?
─Te he echado de menos ─murmuró Kendrick contra su pelo.
Lea se apartó lo justo para que sus miradas se encontrasen.
─Es agradable tener a alguien a tu lado calentándote la cama todas las noches, ¿verdad? ─dijo con sorna.
─No solo la cama, Aileana ─respondió Kendrick en bajo, evitando su mirada. Algo que nunca había hecho.
Incluso bajo la luz de la farola, Lea pudo ver lo que aquellos días separados habían supuesto para él. Había marcas oscuras bajo sus ojos y las arrugas de su frente estaban más acentuadas. Tocó la piel fría de rostro con la mano que tenía libre, la que no sostenía la bolsa de papel con lo que había comprado para hacer la cena.
─Yo también te he echado de menos, Ken.
Lo besó en la mejilla, notando el tacto punzante de su barba incipiente en los labios. Deshizo el agarre de su cintura, pero no lo soltó de la mano hasta que entraron en apartamento. Lea le indicó que pasase a la cocina, donde ella empezó a sacar verduras y condimentos de la bolsa que había traído. Sus movimientos hicieron que el manto nuevo que se había comprado en Llanrhidian dejase a la vista la espada prendida a su cinturón y la ropa sencilla que llevaba debajo.
No se le escapó la mirada que Kendrick le dirigió, aunque no estaba segura de cómo catalogarla. ¿Añoranza, tal vez?
Se quitó la capa con capucha, más liviana que la que solía usar antes y de un color negro más sólido e impenetrable, y la dejó sobre una de las sillas que había alrededor de la mesa, junto con la espada enfundada.
─Hay algo que quiero pedirte ─comenzó a decir mientras sacaba varios cuchillos de un soporte y le pasaba uno de ellos a Kendrick. Necesitaba tener las manos ocupadas para la conversación que vendría a continuación─. Me gustaría dar una fiesta.
Su voz fue firme, casual. La siguió el rítmico sonido de una zanahoria siendo cortada. Lea se detuvo cuando la respuesta de Kendrick no llegó. Cuando dirigió su vista hacia él lo descubrió exactamente en la misma posición que lo había dejado; con un cuchillo de cocina sencillo en una mano y una tabla de madera sobre la que descansaba una berenjena esperando para ser trinchada en la encimera. Se mordió el labio inferior para contener una sonrisa ante la imagen del Hijo Predilecto, tan sencilla y al mismo tiempo tan fuera de lugar, vestido con su elegante ropa aristocrática.
─ ¿Por qué? ─preguntó por fin.
Lea desvió su atención a las zanahorias que tenía delante y siguió cortando.
─Bueno, tengo obligaciones como tu consorte y una de ellas es proporcionarles entretenimiento a los ciudadanos y a los nobles de la villa, ¿no? ─se encogió de hombros y prosiguió sin esperar contestación─ Nunca he hecho nada por el estilo y tengo ganas de probar la experiencia.
─No es obligatorio ─contestó Kendrick a su lado. Un sonido seco acompañó sus palabras; el del cuchillo atravesando la berenjena y chocando contra la madera. Lea le echó un vistazo de reojo─. Quiero decir, si quieres puedes tomarte tu tiempo, habituarte más al palacio…
─Creo que sería un buen ejercicio para marcar mi lugar en el palacio.
Los movimientos lentos y ligeramente dubitativos de Kendrick se detuvieron. La hortaliza se quedó abierta delante de él a la mitad, expuesta.
Cuando habló, su voz fue muy baja, pero perfectamente clara en la tensa quietud de la estancia.
─Lo siento.
Ahora, la que se quedó quieta fue Lea. El Hijo Predilecto de la Casa no se disculpaba por nada y ante nadie; solo ante quienes estaban por encima de él. Los dioses mayores, Padre y Madre.
Lea alargó la mano y deshizo el agarre de los dedos de Kendrick alrededor del mango. Un agarre sorprendentemente fuerte. Sustituyó la empuñadura por sus propios dedos.
─No puedes cuidar de mí como si fuera una niña pequeña, Kendrick ─dijo acariciando el dorso de la mano del gobernante, que tenía la vista clavada en la pared decorada con azulejos blancos y grises─. Tú tienes tus obligaciones con respecto a la guerra con el Viento y la Tormenta, y con mil asuntos más en las que no quiero ni pensar porque se me levanta dolor de cabeza.