Maga ha decidido que hoy abriría la tienda después de mediodía. Se pasó toda la noche conmigo en el hospital, así que ha ido a descansar. Le aseguré que tenía toda la fuerza del mundo para atender a los clientes matutinos, pero me sugirió que aprovechara la mañana para guardar reposo y dedicar mi tiempo a otras actividades. Decidí ojear videos graciosos en YouTube entonces y checar mis redes sociales recostada cómodamente en lo cálido de mi cama.
A eso de las diez y quince, recibo una llamada inesperada de Leonardo. De la impresión dejo caer mi teléfono y corto la comunicación involuntariamente, cosa que me provoca un coraje desmedido que me obliga a maldecir a los cuatro vientos a todo pulmón. Recuerdo que en la habitación contigua se encuentra Maga descansando, por lo que decido dirigirme a la terraza para conversar con Leonardo, si intentaba una vez más contactarse conmigo. Lo vuelve a hacer, obviamente. Entonces contesto, nerviosa, y siento que mi voz se quiebra sin sentido.
—Perdona que te haya colgado. El maldito teléfono se volvió loco.
—Creí que te habías enojado conmigo, por lo de anoche. Estaba preocupado por tu estado de salud, comprenderás que no pude acompañarte por obvias razones.
—¿Enojarme contigo? ¡Qué va! Al contrario. Te estoy agradecida por salvarme la vida.
—¿Eso quiere decir que soy un superhéroe?
—Tampoco exageres. Yo habría hecho exactamente lo mismo por ti.
—Eso seguro —suelta una risa—. ¿Y cómo estás?
—Bien. El doctor me aseguró que tuve el colapso por una acumulación de estrés y deshidratación. Nada serio.
—¿Estrés? —pregunta intrigado—. Pero si apenas pasas el día en la tienda de discos. Deberías divertirte…
Obviamente estaba jugando irónicamente conmigo.
—Atendiendo a clientes odiosos como tú —respondo con el mismo nivel de sarcasmo—. No suena divertido.
—Diablos señorita, eso dolió.
—Tú te lo buscaste —esbozo una sonrisa para mí—. En fin. Quiero pedirte disculpas por el incidente de anoche. No era mi intención arruinar la velada.
—No te preocupes, el champán y las langostas pueden esperar. Eso sí, me debes una cena.
—No lo voy a olvidar, te lo prometo. La próxima procuraré desmayarme después de la comida —reímos—.
—Pasé por la tienda de discos hace rato. ¿No abrirán hoy?
—Maga me obligó a descansar hasta el mediodía. Abriremos después de la una.
—Entonces te veo a las tres.
—Ni pienses acercárteme sino me compras algo.
—Buena filosofía. Los negocios por encima de todo.
—Idiota.
El silencio invade la línea incómodamente durante varios segundos, pero luego Leonardo interviene para despedirse.
—Tengo que cortar preciosa. Cuídate.
—Nos vemos. Cuídate tú también.
La llamada se da por finalizada, dejándome un extraño sabor de boca. Leonardo se ha portado caballerosamente estos últimos días, pero en mi mente no cabe la posibilidad de considerarlo como una potencial pareja. Todavía no me siento preparada para enfrentar este reto, más que nada porque al parecer soy especial para él (aunque él no para mí). Y eso es lo que precisamente me frena. ¿Cómo rechazarlo amablemente sin destrozar sus sentimientos y ser arrogante? Contemplo la majestuosidad del cielo despejado mientras lo reflexiono.
Regreso nuevamente a mi cuarto y enciendo el computador, porque mi prima Samantha me ha enviado una invitación de videollamada por Skype, pero en mi teléfono no puedo contestarle. Le escribo un mensaje para pedirle que me espere unos minutos y me da cinco. Agarro unos audífonos viejos que encuentro en el primer cajón de mi mesita de noche, mientras ejecuto el programa. Luego me acomodo encima del sofá y me conecto. Enseguida aparece su rostro en la pantalla, pero no escucho su voz, porque tiene apagado el micrófono. Hoy lleva el cabello recogido en una cola de caballo, además de lucir una bonita blusa celeste. Sonríe ampliamente cuando me mira y solo entonces activa el audio.
—Hola prima, ¿cómo estás? —exclama evidentemente emocionada—. Es un gusto volver a hablar contigo después de tanto tiempo. Te he extrañado piojosa…
—Hola Sam, lo mismo digo. Pensé que habías desaparecido de la faz de la tierra.
—Han sido unos meses bastante agitados, ¿sabes? Lo de aplicar para un cupo en la universidad resultó aún más complejo de lo que esperaba.
Sam era menor a mí con dos años, es decir, tenía dieciocho. Es hija de una de las hermanas de mi madre, pero solo pudimos conocernos en la secundaria. Desde entonces fuimos mejores amigas, confidentes, las niñas inseparables, hasta que decidí escaparme de casa después de la muerte de Natalia. Perdí el contacto con ella aproximada-mente dos años, aunque luego gracias a las redes sociales tuve la posibilidad de regresar a formar parte de su vida. La adoro porque nunca me guardo rencor a pesar de que estuvimos separadas. Al contrario, recuerdo que en la primera videollamada rompió en llanto. Siempre hemos sido muy cercanas, aunque la distancia física sea inmensa. Quizás no podíamos fundirnos en un abrazo real, pero nuestras almas jamás dejaron de compartir ese sentimiento de amistad profunda que nos unía.
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Editado: 15.04.2021