sta es de la tardes en las que prefiero permanecer recostada en la cama viendo mi serie favorita antes que aburrida contemplando el transitar de la gente por la calle. Son cerca de las cinco y nadie se ha interesado en entrar al negocio. Maga prefirió aprovechar la tarde para hacer los pedidos de ciertas mercaderías que nos faltan en inventario.
Leonardo prometió pasar a visitarme, pero lo suele hacer pasadas las seis. Él trabaja con su padre como asesor de créditos en el Banco del cual será heredero, pero tampoco le gusta la idea de estudiar algo relacionado a la administración o las finanzas. Hasta donde sé por los rumores en las redes sociales, él quería convertirse en un científico de renombre. Sin embargo, la historia de la familia Vásquez se cimentaba en la administración de instituciones financieras, por lo que quizás estuviese condenado a permanecer en la cadena por el resto de sus días.
—Señorita buenas tardes… —un amable chofer interrumpe mis reflexiones—. ¿El edificio de las telas?
Ese no es precisamente en nombre del edificio, aunque la mayoría lo conoce así porque las dos primeras plantas pertenecen a una tienda de ese producto.
—Ahí —le digo señalándole al frente con el índice—.
—Rayos —se sonroja—. Disculpe la ignorancia. Da la casualidad que no soy de esta ciudad.
—No se preocupe, suele pasar.
—Gracias de todos modos.
Retrocede con su hermosa camioneta gris. Se estaciona justo en el portal de aquel edificio que buscaba. Entonces veo bajar de la camioneta a un chico de aproximadamente veinte años con una maleta de ruedas color azul. Tiene la cabellera oscura y unos rizos perfectamente cuidados. Ha de medir un metro setenta, como yo, pero es delgado. Fija su mirada en un afiche que tiene en la mano y se despide del sujeto de la camioneta. Lleva puesto una cazadora negra y jean azules, cosa que contrasta con su piel caucásica. Echa un vistazo fugaz por cada rincón de la cuadra, pero solo para comprobar algo, porque luce bastante serio. Ni siquiera se fija en las personas a su alrededor, porque casi tropieza con un transeúnte antes de hacer el ingreso.
—¿Es usted la encargada de este lugar? —dice una voz masculina bastante agradable—.
—Sí, deme un segundo.
Cuando me giro me llevo una sorpresa. Es Leonardo. Y lleva un hermoso ramo de flores en la mano.
—¿Qué haces aquí? —me tomó tan desprevenida que elegí la peor de las preguntas—.
—Tranquila. Quedé en pasar a visitarte, ¿recuerdas?
—Perdón, no quise decir aquello. Supuse que vendrías más tarde. A eso me refería.
—Le dije a mi padre que tenía una reunión de urgencia en la universidad.
—No pudiste elegir una excusa más trillada…
—Pero sirvió. Y ahora estoy aquí. De paso aproveché para comprarte esto…
Me entregó el ramo de flores, que a su vez desprendía un aroma muy delicado y relajante, y lo acerqué contra mi pecho muy nerviosa. Era el primer obsequio que recibía de parte de un chico, lo que me hizo sentir bastante tonta y ridícula.
—No debiste molestarte…
—No es ninguna molestia. Es lo mejor que se me ocurrió después de lo de anoche.
—Siento haber arruinado la velada.
—No te preocupes. Gracias al cielo no fue nada grave. Me llevé el susto de mi vida, sabes.
Un silencio espantoso invadió el espacio entonces. No sabía por donde continuar la conversación, así que esperé a que él tomara la iniciativa.
—Bien, pues supongo que quedaremos esta noche.
—Tendría que advertírselo a mi abuelita primero.
—Margarita es una mujer honorable, de seguro te concederá permiso.
—¿Se conocen?
—Ella es una cliente muy asidua del Banco. Soy su asesor de crédito personal, por sí no estabas al tanto. Ha sido muy responsable con sus obligaciones durante el tiempo que lleva con nosotros, así que le tenemos bastante confianza y respeto.
—Eso explica muchas cosas.
Con razón tanta insistencia de Maga con Leonardo. Se han tratado durante quien sabe cuánto tiempo y sospecho que hasta la idea de juntarnos fue de ella. No me gustaría pensar que mis encuentros con aquel chico eran una obligación, porque aquello me rompería el corazón en pedacitos y no se lo perdonaría nunca.
—¿Qué tal si paso a recogerte a las ocho? Eso nos dará más tiempo para prepararnos.
—¿Iremos a cenar nuevamente al Laurel de los Príncipes? Digo, porque no quiero repetir el vestido.
—Te sugiero que lleves ropa cómoda. Esta noche quisiera más bien que hagamos una pequeña caminata. Nos vendría bien algo de aire fresco.
—Entiendo. Entonces te espero a las ocho.
—Sin falta.
—Cuídate Leonardo.
—Cuídate tú, preciosa.
Leonardo desaparece en la esquina y yo me sumerjo en un suspiro profundo. Siento un pequeño cosquilleo en el estómago y que se me apretuja el pecho. “Tranquila, solo es una caminata”, me digo despojándome de falsas ilusiones. “Tiempo al tiempo”, reflexiono razonablemente.
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Editado: 15.04.2021